El fin de una era
¡Estalla la libertad!

Por Pablo Martín Méndez

En este último año y medio se ha escuchado mucho la palabra libertad. Las medidas de restricción tomadas por los Estados en todo el mundo, han tenido como efecto la aparición de voces en reclamo de “libertades”. Pero a contrapelo de lo que nos diría el sentido común la libertad se ha vuelto inmediatamente palabra de orden. Pablo Méndez, sostiene aquí que a partir de la pandemia del Covid-19 se ha roto el delicado equilibrio constitutivo de la modernidad capitalista entre “lo individual y lo colectivo, el interés particular y el bien común, la libertad y la seguridad”. Según el investigador del CONICET, la Universidad Nacional de Lanús y la UMET, hoy en día “parece que las pasiones se desatan, que el orden puede disolverse en el vértigo del instante, pero no necesariamente en favor de una libertad más plena. Al contrario, a medida que el orden vigente se desmorona, la libertad estalla en sus fundamentos mismos.”

 

Las cuarentenas no alcanzaron. La apelación a la responsabilidad individual, tampoco. No hay país, experiencia o ideología que haya salido airoso de la pandemia del Covid-19. A la hora de entender cómo llegamos a este punto, los diagnósticos proliferan, se contradicen, se rebaten con datos también contradictorios. De una manera u otra, sentimos que el mundo entero está en un punto de inflexión –por no decir de quiebre–, aunque la gravedad de la situación parece ir a la par de un profundo desconcierto.

Mientras más nos acercamos a un colapso global y ambiental, más nos cuesta aceptar que debemos hacer algo. Estamos paralizados, porque la pandemia ha puesto en juego un equilibro que difícilmente vuelva a recomponerse. Se trata del equilibrio entre lo individual y lo colectivo, el interés particular y el bien común, la libertad y la seguridad. ¿Es también el equilibrio que dio lugar a la Modernidad misma?, ¿o quizá una posibilidad entre otras tantas?

Desde el siglo XVII a esta parte, todos los pensadores tenían una respuesta para el difícil arte de articular la libertad y el bien común. La tenían los contractualistas, con Thomas Hobbes, John Locke o Jean-Jacques Rousseau a la cabeza, o también los economistas, con Adam Smith y su famosa teoría de la “mano invisible” del mercado como forma de alcanzar el bien común a través del juego entre los intereses particulares. En su intento de dar respuesta al dilema entre lo individual y lo común, el pensamiento moderno no solamente se sirvió de sofisticadas elaboraciones teóricas, sino además de la técnica y el arte político. Fue así como se edificaron unos complejos instrumentos para alcanzar el difícil equilibro entre los deseos de cada uno y la convivencia de todos.

Y bien, lo que el Covid-19 ha venido a desquiciar es precisamente ese equilibrio. Hoy parece que las pasiones se desatan, que el orden puede disolverse en el vértigo del instante, pero no necesariamente en favor de una libertad más plena. Al contrario, a medida que el orden vigente se desmorona, la libertad estalla en sus fundamentos mismos.

La libertad es seguridad… y viceversa  

Conforme la pandemia avanzaba en distintas partes del mundo y los Estados desplegaban un arsenal de medidas sanitarias para contrarrestarla, fue ganando terreno una discursividad muy particular. Algunos sectores identificados con la tradición liberal hablaron de la libertad como si esta fuese un principio absoluto o universal, sin tiempo ni arraigo histórico. Otros redujeron la libertad al libre mercado y la opusieron al Estado, como si un elemento fuese necesariamente opuesto al otro, sin ninguna articulación ni intermediación posible. Muchos olvidaron que la libertad depende de una constelación de condiciones colectivas.

La cuestión no es tan novedosa como parece. Algo similar sucedió en la Gran Depresión de los años 30. En aquel entonces, Karl Polanyi, uno de los historiadores económicos más lúcidos del siglo XX, dedicó el libro The Great Transformation (1944) a discutir con las posiciones liberales que pregonaban el espontaneísmo de mercado y presentaban las regulaciones implementadas por el Estado como una suerte de “conspiración colectivista”. Para Polanyi, el libre mercado nunca hubiese sido posible sin la intervención del Estado: “El laissez-faire no tenía nada de natural, los mercados libres no podrían haber surgido jamás con sólo permitir que las cosas tomaran su curso. (…) el propio laissez-faire fue impuesto por el Estado”.1 Los Estados occidentales han sido históricamente los grandes promotores de la libertad mercado. A ellos les ha correspondido instaurar un espacio social y culturalmente homogéneo donde las personas puedan circular e intercambiar bienes libremente –es decir, sin obstáculos naturales y sociales–. Así lo decía Adam Smith en The Wealth of Nations: los gobiernos deben ocuparse de “la construcción y el mantenimiento de las obras públicas que faciliten el comercio de cualquier país, como buenos caminos, puentes, canales navegables, puertos, etcétera”.2 Y así también lo enseña la historia Argentina de fines del siglo XIX, cuando el poder estatal se encargó de ordenar el espacio de la libertad de mercado a través de innumerables políticas públicas. ¿O acaso hay libertad de mercado sin rutas que permitan el tránsito, sin una moneda común que facilite las transacciones, sin una infraestructura para las comunicaciones y, no menos importante, sin una educación que garantice el adiestramiento de la clase obrera?3

La libertad no es un absoluto, no se da in abstracto, sino en una constelación de condiciones bien concretas. Se necesitó de intervención estatal para que las libertades de comerciar, trabajar y circular fuesen posibles: “la introducción de mercados libres, lejos de eliminar la necesidad del control, la regulación y la intervención, aumentaba enormemente su alcance”.4 Pero además, se necesitó de intervención para que las libertades de unos no fuesen en detrimento de las libertades de otros. Varias legislaciones de fines del siglo XIX dan cuenta de este punto. Las más recordadas son las legislaciones contra la libertad de los empresarios para formar monopolios y controlar los precios de un bien o conjunto de bienes, las cuales iban a la par de las legislaciones contra la libertad de asociación de los trabajadores para elevar los salarios: “En ambos casos se censuró justamente que la libertad de contrato o el laissez-faire se estaban usando para restringir el comercio”.5 Los Estados no sólo promovieron la libertad de comercio e intercambio: también debieron asegurarla contra los efectos de otras libertades, del mismo modo en que la libertad de trabajo y de empresa debieron ser aseguradas contra la libertad de comercio. La libertad ha ido de la mano con la seguridad, así como las medidas de seguridad o protección social han apuntado a preservar ciertas libertades. Para los distintos gobiernos del mundo, lo realmente difícil ha sido mantener el equilibrio entre un elemento y otro.

Entre los siglos XVIII y XIX, la libertad quedó gradualmente integrada en un nuevo modo de razonar, calcular y ejercer el gobierno. El liberalismo emergió en gran parte de esos razonamientos; más todavía, su propia historia es el intento de asegurar la libertad a través de un continuo intervencionismo gubernamental. Por eso Michel Foucault sostenía que el liberalismo se define por el juego permanente –y contradictorio– entre la promoción de la libertad y el mantenimiento de la seguridad: “La libertad y la seguridad, el juego entre una y otra, es eso lo que está en el corazón mismo de la nueva razón gubernamental. (…) Libertad y seguridad: esto animará desde adentro los problemas de la economía de poder propia del liberalismo”.6

Así pues, lo que estamos transitando hoy, con la pandemia del Covid-19, no es sólo una crisis de la autoridad política. Es también una crisis de la libertad, que se ve dinamitada en sus propias condiciones de posibilidad. Hemos llegado a un punto en que los Estados ya no pueden garantizar un ejercicio seguro –vale decir, sin riesgos para los demás– de las libertades individuales. El hecho de que nuestras libertades se hayan vuelto sanitariamente riesgosas, tanto para uno mismo como para los otros, parece ser una obviedad. El problema es que la relación libertad-seguridad se torna cada vez más difícil de calcular. Durante el año 2020 y parte del 2021, hemos presenciado interminables discusiones al interior de los gobiernos, entre los diferentes niveles de gobierno, e incluso entre los expertos, sobre las consecuencias que las libertades de comercio, trabajo y producción podrían tener para la salud de la población. Estas discusiones abarcan desde la definición de las actividades “esenciales” hasta los aforos y el uso del tapabocas. Lo que reflejan no es solamente la falta de datos y evidencias sobre el comportamiento del virus, sino ante todo la imposibilidad de calcular los costos de la libertad en términos de política sanitaria. En otras palabras, se trata de un problema más político que científico. La pandemia del Covid-19 nos ha puesto en un punto donde la relación libertad-seguridad sufre un cortocircuito, pierde el equilibrio y queda al borde del colapso.

Gobernar la libertad a través del espacio urbano  

En varios países del mundo, el manejo de la pandemia fue gradualmente transferido desde los gobiernos nacionales o federales a los niveles subnacionales de gobierno. De hecho, los gobernadores, intendentes, alcaldes y jefes de gobierno han adquirido un enorme poder de decisión en cuanto a las formas y grados de aplicación de las políticas sanitarias. Puede que este fenómeno sea una muestra más de las dificultades que encuentran los Estados al momento de definir y hacer cumplir una política de alcance nacional. Sin embargo, ello no implica que el manejo de la pandemia haya carecido de racionalidad política. En cualquier caso, lo que parece haberse reactivado e incluso fortalecido son las reflexiones, cálculos y técnicas gubernamentales que se implementaban con bastante anterioridad a la pandemia. Nos referimos concretamente al “neoliberalismo”, término conflictivo y polisémico, a veces mal comprendido en cuanto a sus potencialidades y alcances.

Se suele perder de vista que el neoliberalismo, además de promover la más salvaje desregulación económica, ha instaurado una singular articulación entre la libertad y la seguridad. El punto privilegiado de esa articulación es la ciudad. Desde fines de los años 80 a esta parte, los espacios urbanos se presentan cada vez más como “metas estratégicas y terrenos de prueba para una amplia gama de experimentos de políticas neoliberales, innovaciones institucionales y proyectos políticos”.7 Las técnicas son numerosas y adquieren distintos matices conforme al momento y al lugar. Aquí podemos mencionar las más comunes:

En primer lugar, las políticas de circulación. A través de diversas técnicas de organización del espacio urbano, los gobiernos neoliberales incentivan ciertas formas de circulación y des-incentivan otras consideradas como “menos deseables” –los vagabundos y mendigos, los homeless, la venta ambulante y las actividades de personas en situación de calle–. En este punto, las técnicas más emblemáticas son las de vigilancia, especialmente aquellas que se sirven de videocámaras y dispositivos de registro de imágenes: “Mediante la aplicación de tecnologías cada vez más sofisticadas (…) se intenta controlar a la población simbólicamente, manifestando una supremacía por medio de la vigilancia tecnológica y demostrando así la hegemonía de las diferentes administraciones públicas para definir de forma arbitraria el límite del comportamiento permitido”.8 Así se crea una sensación paradójica en la ciudadanía: por un lado, la sensación de transitar un espacio aparentemente “aséptico”, sin nada ni nadie que desentone con el paisaje, y por el otro, la sensación de estar siendo continuamente vigilado, hasta el punto mismo de perder uno de los elementos más esenciales de la libertad moderna: el anonimato.

Hay no obstante otras técnicas gubernamentales más sutiles pero no por ello menos efectivas, como la promoción de nuevos “espacios semipúblicos” o “espacios privados colectivos (…) con umbrales de acceso poco marcados entre lo privado y lo público”.9 Los circuitos gastronómicos, las ferias, los espacios de recreación y actividad física forman parte de estos espacios destinados a garantizar determinadas prácticas de liberad combinadas con técnicas de seguridad y control. Más que lugares absolutamente abiertos y de libre circulación, son espacios puestos al servicio de una clase media-alta urbana ligada a las tendencias del capitalismo global. Se trata, por lo general, de individuos que se perciben a sí mismos como forjadores de su propio “estilo de vida” (lifestyle) y que suelen mostrar un rechazo a la esfera pública. Sus prácticas incluyen una diversidad formas de autocuidado y autodesarrollo personal, desde la salud y la sexualidad hasta la alimentación, la vestimenta y la relación con el medioambiente. A diferencia de lo que podría parecer a primera vista, esas prácticas no suponen un completo retraimiento al mundo privado. Al contrario, las prácticas del estilo de vida se articulan perfectamente con las lógicas de gestión urbana desplegadas por los gobiernos municipales que buscan posicionar a la ciudad en el mercado global, haciéndolas más atractivas no sólo para los residentes de alto poder adquisitivo, sino además para los turistas procedentes de otros países.

Esas lógicas de gestión se han articulado a su vez con la idea de la movilidad sustentable, promoviendo ciertas formas de movilidad –como caminar, andar en bicicleta, etcétera–, y desincentivando otras al tornarlas más costosas para ciudadanía –como el uso del automóvil y el trasporte público, cuyo costo se vuelve más elevado para quienes residen en la periferia de las grandes ciudades–. Si bien estas políticas buscan legitimarse en el cuidado del medioambiente, lo cierto es que su definición y aplicación no siempre gozan de consenso: “en esos proyectos de ciudad se verifica una nítida despolitización de la cuestión ambiental, un rechazo al reconocimiento de conflictos entre medio ambiente, economía y producción del espacio”.10 En la práctica, las políticas de movilidad pueden acentuar los procesos de fragmentación urbana que se venían desarrollando previamente: “El deterioro del trasporte público subvencionado y el encarecimiento de otros medios de transporte (autos particulares, autobuses), refuerza en extremo el efecto de distancia al centro y el sentimiento de exclusión”.11  

Las relaciones entre la libertad y la seguridad promovidas por las políticas urbanas de orientación neoliberal implican una transformación profunda del espacio público, el cual es cada vez menos un lugar de intercambio y de circulación, de conflicto y participación ciudadana, para aparecer en cambio como un espacio de desconfianza recíproca y de temor al otro. Lo que se refuerza es un modelo de “ciudad estallada y fragmentada”, con nuevas formas de segregación espacial no sólo entre ricos y pobres, sino además entre las clases medias cada vez más pauperizadas: “Para las clases medias empobrecidas la cuestión consiste en reafirmar las fronteras entre ‘ellos’ y ‘nosotros’, mientras que la imbricación compleja de las situaciones de pobreza exacerba las diferencias”.12 La ciudad se compone de circuitos cuasi cerrados por donde transitan clases sociales diferentes, con escaso o nulo contacto entre sí, con trayectorias y expectativas de vida radicalmente heterogéneas, pero gestionables mediante distintos cálculos y técnicas. Se trata de una forma muy sutil de gobernar la libertad; una forma que, en varios aspectos, reporta un bajo costo político. No hace falta intervenir directamente en nuestras formas de habitar la ciudad. Sólo hay que “reorganizar el espacio público para favorecer la libre circulación de dinero, mercancías y gente alrededor de los espacios de la ciudad”.13

Es desde este trasfondo que debemos entender los conflictos desatados entre los gobiernos nacionales y locales de distintas partes del mundo a propósito de las políticas sanitarias implementadas con motivo de la pandemia –incluyendo, por supuesto, el conflicto entre el Gobierno Nacional argentino y el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires como caso emblemático–. La apertura de los espacios destinados al consumo y la recreación que impulsaron varios gobiernos locales, llegando a desafiar en más de una ocasión las disposiciones de los gobiernos nacionales, no se hicieron simplemente en nombre de la recuperación económica. Esas aperturas fueron ante todo un hecho político: el intento de restituir las formas de relación entre la libertad y la seguridad que habían sido interrumpidas por la pandemia.

No hay que engañarse. La ciudadanía no reclama simplemente más libertad, sin protección ni seguridad alguna. Los reclamos nunca son unilaterales, incluso cuando parecen extremistas. De hecho, las posiciones que más claman por libertad pueden ser también las que exigen más seguridad, más cierre y uniformidad: “bajo la acepción liberal de espacio público, donde aparentemente éste es de ‘todos’ por igual, se esquiva una realidad palpable, esto es, las diferencias de uso y las restricciones a determinados grupos sociales.14

Con las vacunas no alcanza

La idea de que las medidas sanitarias implementadas ante el avance del Covid-19 responden a una suerte de conspiración “colectivista” o “comunista” ha condicionado enormemente el manejo de la pandemia en varias partes del mundo. Aquí y allá, una parte significativa de las posiciones liberales se alió tácticamente con las posiciones libertarias para llevar adelante una batalla encarnizada por el sentido de aquellas medidas, presentándolas como un avance del Estado sobre las libertades individuales. Mientras tanto, los gobiernos nacionales apuestan todo a las campañas de vacunación como puerta de salida de la pandemia. A estas alturas, debería quedar claro que con las vacunas no alcanza, porque el escenario generado por pandemia no sólo requiere una solución tecno-científica, sino fundamentalmente política. El dilema de la pandemia no está en la falta o en el exceso de libertad: está en los razonamientos y las técnicas a través de las cuales la política moderna intentó articular las libertades individuales y la seguridad colectiva.

Quizá no sea aventurado empezar a debatir e imaginar otras formas de articulación entre la libertad y la seguridad, el interés individual y el bien común. Esto equivaldría a preguntarnos realmente en serio cómo se sale de la pandemia, vale decir, con qué formas de producción, trabajo y consumo, con qué niveles de igualdad y modalidades de distribución del ingreso, sin olvidar cuáles serán o podrían ser nuestras relaciones con el medioambiente. Indudablemente, la vacunación es un factor clave para superar esta pandemia. Sin embargo, para evitar un nuevo colapso también haría falta ejercitar la imaginación política, desarrollando conceptos y herramientas que nos ayuden construir nuevas maneras de estar juntos.  

 

 


Pablo Martín Méndez es Doctor en Filosofía y Licenciado en Ciencia Política. Investigador del CONICET. Profesor de la Universidad Nacional de Lanús y de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo.

 


1 Polanyi, K., La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, pp. 194., 2011 [1944].

2 Smith, A., The Wealth of Nations [La riqueza de las naciones]. Filadelfia: Pennsylvania State Univer-sity, 2005[1776], pp. 591.

3 Sobre el papel del Estado argentino en la construcción del mercado, nos remitimos al famoso libro de Oscar Oszlak, La formación del Estado argentino. Orden, progreso y organización nacional. Buenos Aires, Emecé: 2011 [1997].

4 Polanyi, K., La gran transformación…, op. cit., p. 196.

5 Ibíd., p. 204

6 Foucault, M., Nacimiento de la biopolítica. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, p. 86.

7 Theodore, N., Peck, J. y Brenner, N., “Urbanismo neoliberal: la ciudad del imperio de los mercados”. Temas Sociales, (66), 2009, p. 10

8 Sequera, S. y Janoschka, M., “Ciudadanía y espacio público en la era de la globalización neoliberal”. Arbor. Ciencia, Pensamiento y Cultura, 188(755), 2012, p. 518.

9 Prévôt Schapira, M-F, “Fragmentación espacial y social: conceptos y realidades”. Perfiles latinoamerica-nos, (19), 2001, p. 46

10 Sánchez, F. y Moura, R., “Ciudades-modelo: estrategias convergentes para su difusión internacional”. Revista eure, XXXI, (93), 2005, pp. 25.

11 Prévôt Schapira, M-F, “Fragmentación espacial y social…”, op. cit., p. 51.

12 Ibíd., p. 49.

13 Sequera, S. y Janoschka, M., “Ciudadanía y espacio público en la era de la globalización neoliberal”, op. cit., p. 519.

14 Ibíd., p. 517.

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