Ley de humedales
Navegando el Paraná

Por Santiago Molfino y Macarena Romero Acuña

 Apuntes de dos investigadores desde la línea de flotación 

La Ley de Humedales está a punto de perder estado parlamentario nuevamente. Desde 2013, el Congreso mira para otro lado y no sanciona una norma que regule y proteja estos ecosistemas esenciales para nuestros territorios (y la vida en ellos como la conocemos). El año pasado se presentaron 20 proyectos en el Congreso para la conservación de los humedales. Este año, ni la bajante histórica del Paraná, ni la movilización ciudadana, ni los carpinchos pudieron destrabar el proyecto, que cuenta con media sanción del Senado. En agosto, un grupo de ambientalistas remó desde Rosario hasta Buenos Aires para llamar la atención sobre el silencio ante esta problemática socioambiental. Los investigadores Macarena Romero Acuña y Santiago Molfino fueron parte de esta travesía y cuentan la experiencia de seguir remando “ante el embate brutal de la realidad” de un río castigado y sobreexplotado.  

En este escrito (que surge de la experiencia de navegar distintos espacios ribereños insulares y continentales del río Paraná) daremos cuenta de algunas escenas significativas que consideramos, condensan problemáticas ambientales, productivas y de la vida cotidiana de las riberas, identificadas en el hacer camino remando, en el contexto de una travesía en kayaks que salió de la ciudad de Rosario rumbo a Buenos Aires con el objetivo de pedir un Plenario de Comisiones que trate la Ley de Humedales (2020-2021). 

Queremos contar desde esta primera persona las experiencias vividas durante esta travesía, pero situándolas en un contexto tensional y contradictorio, para que no sólo quede en el narrar una experiencia, sino que pueda servir para la reflexión de los distintos paisajes y problemáticas encontradas en este remar. 

Partimos de la pregunta: ¿cuál es el paisaje actual del Paraná Medio?  Y nos resulta impensable narrarlo sin traer la vivencia que resultó de navegar el río Paraná, desde su tramo medio hasta su Delta Inferior. Además de la naturaleza íntima que vivimos remando por el humedal, atravesamos masivas zonas industriales que castigan al río en un panorama extenuante: aceiteras, complejos industriales flotantes, acerías, centrales nucleares y termoeléctricas, papel prensa, madereras. Por primera vez, pudimos ver desde la línea de flotación, la explotación descontrolada que impera sobre el río y deja en evidencia la falta de políticas genuinas de control ambiental y la presencia intensiva de actividades industriales que atentan contra la conservación del ecosistema. La bajante extraordinaria del Paraná que se vive desde 2020 marca la agudeza de lo mencionado, potenciando la situación crítica. 

El recorrido planteado tenía un cronograma estipulado, sabíamos que en los distintos puntos nos iríamos encontrando con organizaciones ambientales hermanas y pobladores de riberas insulares y continentales con quienes compartiríamos la comida del mediodía o la noche. A su vez en esos puntos también nos encontrábamos con nuestres compañeres de militancia, la mayoría de ellas, mujeres en tierra que sostenían este navegar. Ahora bien, antes de adentrarnos en el río y sus paisajes, ¿por qué esta travesía? 

La travesía tenía un sentido de denuncia y reclamo por un Plenario de Comisiones.  El fin era llevar ese trámite, ya ingresado al Congreso por Mesa de Entrada y firmado por más de 400 organizaciones. Tenía un sentido profundamente político. Nos interesaba que volviera a estar en agenda la Ley de Humedales y que quedaran expuestos aquellos intereses que la están frenando en las comisiones por las que falta que pase para su efectivo tratamiento en el recinto. Recordamos aquí, que el primer proyecto de Ley de Humedales se presentó en 2013 y que en varias ocasiones ha perdido estado parlamentario, precisamente porque sucedió lo mismo que en este momento. Como si la historia estuviera en un loop digitado por los lobbies del agronegocio, en que la política pública y quienes legislan siguen sin escuchar las voces que van en aumento y sumando cada vez más pedidos por una Ley de Humedales. Así y todo, desde diciembre de 2020 a septiembre 2021, poco y nada se ha hecho por esta ley. Entonces, y para que nuestres representantes esten a la altura, salimos a remarla.  

Volviendo a la pregunta inicial, ¿de qué hablamos cuando hablamos de paisajes del Paraná? El paisaje en tanto categoría es utilizado desde la geografía, las letras, la antropología y el arte para poder pensar, describir, dar cuenta de distintas características de un espacio y un tiempo. Lo interesante de esta palabra es que siempre supone un observador y algo a ser observado y en esto, la concepción que tenemos del mundo va estar permeando constantemente ese mirar. Dice Karel Kosik1, que la forma en la que intentamos conocer el mundo, como parte de una totalidad concreta, va a estar dando formas a las preguntas que nos hagamos. En esto hay algo de lo epocal que también permea estos paisajes y a le observadore. Nuestros paisajes son con gente, es decir, son cómo pensamos el ambiente, cómo queremos que sea la Ley de Humedales, trascendiendo el objetivo de la geografía clásica. Estos paisajes son imágenes en movimiento, cuyo pulsar tiene la temporalidad de las estaciones, la intermitencia del subir y bajar del río, el letargo del atardecer visto desde la costa por una pareja de ancianos, la voracidad de las dragas en las costas de nuestro río, la frialdad del cemento que se yergue impune en territorio en lucha comandado por carpinchos. Y en esto (y en concordancia con las lógicas que la escritura de estas líneas nos imprime) pensamos a modo de fotografía mental aquellos momentos que el paisaje que – a modo de escenas significativas-, nos ha permitido interpelar aquello que sucede en estas tierras y aguas. Escenas condensadas que, lejos de presentarse como particularidades, nos brindan la posibilidad de reflexionar respecto de aquello aparente que sucede a lo largo del río Paraná, en sus dos orillas.  

Pesca y Navidad 

El día del inicio de esta travesía nos encontramos a las 6 de la mañana en un balneario de Rosario. El sol salía rojo, como los fuegos que hacía un año atrás se volvían vida cotidiana en las islas que latentes se veían desde la ciudad que respiraba humo. Durante la travesía los amaneceres y atardeceres fueron quienes marcaban los ritmos. Tanto en agua como en tierra, los relojes se volvieron obsoletos, dejamos de tratar de dominar el tiempo volviendo a formas de antaño ( ¿son realmente formas de antaño?). En el camino reflexionamos sobre esto con Ramona, mujer de río, pescadora, huertera y madre que vive a la vera del Paraná en la zona de Pueblo Esther, provincia de Santa Fe. “Ellos salieron para llegar a pescar a la hora que sale el pescado” nos decía desde la costa mirando al Paraná. Estaba preocupada, el trabajo de la pesca (que poco sabe de horarios de oficina) se había llevado a su marido y a su hijo al agua a las cinco y media de la mañana. A las nueve, Ramona se enteró que se había decretado veda de pesca. Intentó llamarlos para avisarles, pero no había señal y entonces sólo le quedaba esperar en la orilla, sentada en una rama. En esto estaba cuando nos vio llegar y entonces, nos invitó a su casa a buscar un tablón para que podamos apoyar las cosas para almorzar más cómodes. Sus ojos, sin embargo, seguían ahí, clavados en ese horizonte angosto que se dibuja entre las islas y las ciudades donde el río se ciñe hasta perderse todo de vista. Preocupada por que no se les confisquen sus materiales de trabajo y que no haya líos con la policía, Ramona nos traía que el tiempo (y las políticas públicas) a veces no pueden ser domados. O mejor dicho, nos mostró que el orden del tiempo no responde a una linealidad que exclusivamente se basa en cuestiones burocráticas administrativas, adelantándonos (sin saberlo) aquello que se haría más evidente con el avanzar de la travesía: el río no entiende de jurisdicciones, tampoco de relojes ni del sopor burocrático. Sin embargo, sí se maneja por pulsos, movimientos ondulares que en el vaivén del agua, develan espacios que permiten que ciertos intersticios encuentren su cauce.  

“Momento de organizarse para defender los nuestro”, nos decía Beto, isleño de la zona de Escobar que –entre relatos de lugareños organizándose para repartir a las infancias de las islas bolsones de Navidad– no dejaba de deslizarnos la solidaridad como característica histórica de quienes viven el río. De la solidaridad que nos hablaba no es de aquella que tejen las exoneraciones fiscales; sino la que teje red, destinando tiempo y espacio a le otre. Allí nos habló de la importancia del club, de las relaciones intergeneracionales, que el río no distingue edades, y que en eso es muy bondadoso y muy cruel. Y por eso precisamente, el asociativismo se vuelve indispensable. Estos relatos de pesca y Navidad nos conmovieron. Esa noche en Belén de Escobar la palabra circuló en forma de asamblea. La misma forma de base con la que los territorios se organizan. El Paraná nos habla, si hacemos silencio, si estamos atentes podemos darnos cuenta de aquello que necesita. Río agobiado de tanto extractivismo en busca de responso. Río que busca ser escuchado por una humanidad turbada, que de tanto querer controlar el tiempo, termina siendo esclava de los relojes, desatendiendo la completitud que los paisajes nos presentan. 

Ocio, orillas, generaciones y cloacas 

Sábado 14 de agosto de 2021, sol pletórico, aguas calmas, ventisca leve. Dejamos atrás las costas de San Pedro navegando hacia el sudeste por el canal de acceso del Paraná hasta la confluencia con el río Baradero.  

Un rebrote colectivo de alisos verdes y vitales nos orienta hacia el nuevo curso de agua. En una orilla magra de éste, a pocos kilómetros de Baradero, vemos la imagen de un padre pescando con su hijo, a escasos metros de una gran boca de desagüe. La escena obedece al ocio del fin de semana de un trabajador de la ciudad, que probablemente tenga su día libre y decide compartir en familia el silencio de los márgenes del río. Nada más distante de aquello que imaginamos. Mientras el espesor del agua demora el remo, el olor se torna rápidamente nauseabundo. Desechos cloacales vertidos ininterrumpidamente nos dispara la reflexión: ¿son estos ríos y brazos fluviales del Paraná aquellos ríos que imaginamos para nuestro disfrute y nuestra contemplación? ¿Por qué todavía vamos a las orillas de nuestros ríos de ciudad si casi ya no parecen ríos? Sin embargo, todavía insistimos en sentarnos, mirarnos y creemos sentir el soplo de aire puro de las islas. Hay algo del goce fallido de un ambiente cada vez más viciado, hostil. A medida que la travesía avanza, la disposición de la amplia diversidad de industrias a espaldas del río (y el sentido de las ciudades “cerradas” que también crecieron de espaldas a éste) nos devela su aparato digestivo macabro y secreto. 

La bajante del gran río desnuda una trama silenciosa de ríos malheridos y mugrientos, subterráneos, en estado de agonía, que son vomitados por enormes gárgolas cilíndricas y perfectas que saturan el cauce principal. La rutina intestinal que el cordón industrial expulsa de manera inefable sobre el delta medio del Paraná estremece todos nuestros sentidos. El río englute todo, pero silenciosamente también escupe: envases de plástico, botellas, mierda, pátinas químicas, neumáticos rotos, aceite, restos muertos de aquello que reclama vida. Entonces, ¿es este el paisaje de río necesariamente inmanente a la ciudad? Ambientalistas que nos recibieron en Baradero confirmaron lo rumiante de este trecho: cuentan que hace años reclaman por plantas de tratamiento de aguas residuales para las industrias de la zona, particularmente la curtiembre Donto, histórica vertedora de desechos líquidos y sólidos en toda la traza del río Baradero. “Es parte del paisaje, la gente lo asimila”, dice con voz muy suave una ambientalista. Conforman una resistencia pequeña, cansada y muy vapuleada por la inoperancia de entes públicos y el ensañamiento lucrativo de privados.  

Pensemos en clave metafórica: el río es memoria, escribe Haroldo Conti en su novela Sudeste2, ahora bien, ¿qué memoria vemos en estas zanjas sucias? O acaso, el río historiado –ya no en su tiempo dulce silvestre– nos lleva a preguntarnos por ese río colonizado por la historia, pero ¿qué historia transformó estos ríos y silenció culturas y saberes propios del delta? La deriva de nuestros botes transmite el peso muerto de un río que aplasta y retuerce en el fondo del barro a otro que sí supo ser, y aquí estamos, remando, pescando, esparciéndonos. Nuestra necesidad de sustraernos, parece señalar esa indiferencia hacia el río y su curso fatal. Digamos que, es en ese espacio abierto donde radican todos los elementos de una relación ecosistémica, que convergen y componen la totalidad del ambiente como un todo inexorable. Allí parece ubicarse la profundidad y complejidad del ser y su entorno, y más aún, la posibilidad de unidad y equilibrio. Repensar ese lazo con el ambiente, fuera de la dinámica antrópica violenta, creemos, encuentra en los humedales su núcleo de sentido. No sólo por su emergencia conceptual como estructura ecosistémica sino por su fuerza territorial extensiva; pareciera ser como si por esa magnitud viaja un último llamado – una suerte de eco agónico del delta – a resguardar y recomponer lo que nos queda. En el reverso, la lucha por lograrlo exige respuestas creativas de este tenor. Y en una extraña coherencia en estos tiempos, es que decidimos navegar río abajo en la búsqueda de una comprensión profunda del territorio.  

A contrapelo de la mansedad isleña del Boga y el Viejo 3 – como estados de ánimos extensivos al río, de aceptación y sumisión – rebelarnos sí resulta acuciante. Porque el problema de la inflexibilidad productiva industrial de la ciudad nos ubica como sujetos productivos de ésta, como partes indisociables, lo cual nos obliga a problematizar y examinar a fondo sus efectos. 

El río Paraná se transfigura, con su morfología de múltiples brazos: el Paraná de las Palmas, el Paraná Ibicuy, el Paraná Guazú, entre otros. Dibujan una gran hiedra parda que se entrega a una vegetación torrencial, cambiante y por momentos, indiferenciada. La variabilidad ambiental temporal de este gigante la marcan los pulsos de creciente y bajante del río pero también una polifonía de voces pasadas y presentes que habitaron el territorio, y trastocaron cierta linealidad del tiempo. La cosmogonía de este río que se abre desde el corazón de sudamérica es verdaderamente maravillosa. Nada permanece, nada es para siempre en este bioma rebosante.  

El singlar de nuestros botes por ese lecho en permanente transformación nos impuso comprender el río en desplazamiento, lo que significó un desafío, no por el porqué sino por el cómo. ¿Cómo comprender la vastedad del paisaje en continuo desplazamiento? Si bien relatos y crónicas de antaño acreditan una visión móvil del paisaje, vivirlo en la versatilidad del flote fue muy diferente. Asimilar la densidad del cauce del río – de este pariente guaraní del mar– la pequeñez de quienes avanzábamos apenas salpicando, lo inverosímil de observar enormes buques graneleros transoceánicos sigilosamente suspendidos, maquinaria decadente, altísimas chimeneas librando humos y fuego sobre el litoral, ¿Cómo seguir remando y no ceder ante el asombro? ¿Cómo asimilar la perturbación de ver un río tétrico y abarrotado de fierros? Por el devenir de la corriente, la fuga rapidísima de quien deriva, y no logra retener reflexivamente el paisaje que se va dejando atrás. Pero no solo por la inercia del agua que corre hacia el estuario. El embate brutal de la realidad – la selva espesa de lo real saeriana 4– y la autenticidad de la experiencia nos permitió ordenar la disposición personal interior de cada une – sentires y pensamientos – en el espacio abierto del delta, a través de lo concreto y tangible de nuestro reclamo: remar gran parte del recorrido con las quemas estacionadas en el horizonte de las islas, convertirlo en nuestra propulsión narrativa. La delicada perspectiva personal del río, encontró la amalgama precisa en la red de contención construida desde la Multisectorial Humedales, esa red de sangre que nos salva del vacío dirá Juanele; que fue anudando sus lazos a través del conocimiento de las luchas vigentes en las diferentes localidades costeras que nos fueron compartidas durante el viaje. 

Negación de época 

Narramos las vivencias de remar por un río sobreexplotado, heterogéneo, que está en movimiento y que ha sufrido en las últimas décadas procesos de transformación estructurales, que en sus dos orillas nos expusieron la reproducción de desigualdades sociales.  A la vez, pudimos identificar sujetos inscriptes vinculades a estos espacios ribereños que se yerguen actives, organizades, denunciantes de los procesos previamente mencionados, interpelando sentidos anclados respecto de los extractivismos, las formas productivas de estas zonas y que, a su vez, cuestionan formas (buscando nuevas o retornando a viejas) de producir los espacios en estos lares que fuimos navegando, proponiendo otras formas de vincularse con el ambiente y entre personas.  

En contraposición a estas voces, nos encontramos también con el silencio como parte de esta experiencia de travesía que aparece en su doble expresión. La más bella y amable que se expresaba en algunos paisajes donde la conexión de la cuchara de la pala, acariciando, empujando el agua en ese traquetear de la remada, generaba sinfonía de conexión con nuestro río en el navegar. El silencio más perverso, el doloroso, al ser recibidos por diputados en el Congreso de la Nación, donde la ausencia de las personas de las Comisiones (que al día de hoy adeudan el tratamiento de la ley) que no estuvieron a la altura de la situación, ni físicamente en el recinto. 

Cabe aclarar que esta travesía que nos permitió atestiguar desde la línea de flotación en el río y juntos a les pobladores en tierra, distintas problemáticas socioambientales del paisaje del río Paraná, llegó a Tigre el 17 de agosto, marchando al día siguiente desde Plaza de Mayo al Congreso. Allí, algunes de nosotres ingresamos al recinto donde tres diputades de la Nación coincidieron en que la intransigencia del lobby del agronegocio conducirá inevitablemente a la pérdida de estado parlamentario del Proyecto de Ley. Solo encontramos “representantes” anodinos repitiendo que su tarea en Comisión de Ambiente había concluido sin más por hacer. “Ahora queda en Agricultura y Ganadería, Asunto Marítimos y Presupuestos y Hacienda, el dar cauce a este proyecto”, alegaron. ¿Por qué nadie de estas Comisiones estaba allí presente?  La complicidad fue y sigue siendo hacerle un gol en contra al pueblo. Ignorando, negando o, aún más fuerte, reforzando una matriz productiva que deja entrever sus miserias y mezquindades, a costa de un humedal cuya recomposición autónoma carece del tiempo necesario para sobreponerse a la negación de un entramado político-privado-extractivista que no está a la altura de lo que nuestra época exige. ¿Puede acaso este silencio acallar esos sonidos, que a modo de palabras, cánticos, expresiones artísticas se manifestaron afuera del Congreso de la Nación exigiendo una urgente protección jurídica para el territorio en llamas? ¿Puede acaso ese silencio imponerse por sobre la voluntad ciudadana que reclama a viva voz (en las calles y en el interior del recinto) por un plenario de Comisiones y efectivo tratamiento de la Ley? De concretarse un ordenamiento ambiental de los territorios deberá indefectiblemente ser a través de procesos participativos, que escuchen estas voces. 

 

 


Macarena Romero Acuña es antropóloga doctoral deL CONICET/Ceacu- FHyA-Universidad Nacional de Rosario (UNR). Realiza su Doctorado en Estudios Sociales de América Latina en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Forma parte del equipo docente de las cátedras de Problemática Antropológica y Antropología Económica de la FHyA- UNR. Es integrante de la Multisectorial Humedales y de Río de Mujeres, Río Feminista. @maqui_romeroa 

Santiago Molfino es Licenciado en Relaciones Internacionales, por la Universidad Nacional de Rosario. Miembro investigador del Programa de Estudios América Latina – África (PEALA) del Programa sobre Relaciones y Cooperación Sur-Sur (PRECSUR). Es Kayakista e integrante de la Multisectorial Humedales. IG @mfosantiago 

 Fotos: Santiago Molfino

 

 


1 Karel Kosik 1967 (publicación original 1961) Dialéctica de lo concreto. México: Grijalbo editores. 

3 Ortiz, J.L.  (1958) De las raíces y del cielo. 

2 Conti, H. 2010 (publicación original 1962), Sudeste, Buenos Aires, Emecé. 

4 Saer, J.J. (1997) El concepto de ficción, Ariel, Buenos Aires, pp. 267-271. 

 

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