Hacia una nueva institucionalidad democrática
“Estoy pensando en un modelo de Estado capaz de enfrentar a este totalitarismo corporativo financiero”

Entrevista a Eugenio Raúl Zaffaroni
Por Mauro Benente

Mauro Benente: El 6 de junio se realizó en UMET el Primer Encuentro Hacia una Institucionalidad Democrática, en el que participaron más de veinte universidades nacionales e instituciones académicas, y del que fuiste uno de los organizadores y oradores. Desde el año pasado venís planteando la necesidad de construir una nueva institucionalidad democrática y popular. ¿Qué contornos te parece que debería adoptar esta institucionalidad?

Eugenio Raúl Zaffaroni: Creo que en el mundo fracasó el totalitarismo comunista, pero dejó abierto el camino a un totalitarismo corporativo de grandes conglomerados financieros, que vienen ocupando el lugar de la política, desplazando a la política, destruyendo o debilitando Estados cuando éstos se alzan como obstáculos a su avance.

La tercera posición peronista en tiempos de guerra “fría” no era una ingenuidad ni mucho menos: ahora, que desapareció una de las puntas, lo vemos más claro que nunca. Otrora rechazamos la punta desaparecida, pero ahora estamos enfrentados al colonialismo de la otra, que opera sin límites, avanza destruyendo incluso las condiciones de habitabilidad humana del planeta, amenaza acabar con la humanidad misma: el totalitarismo corporativo no tiene nada que ver ni siquiera con el “liberalismo”, no es tampoco liberal, por lo menos si tomamos en cuenta a Locke, salvo que ahora se diga que Locke no era liberal. El viejo Locke decía que un ser humano podía acumular toda la riqueza que quiera, pero hasta la que tuviese capacidad de consumir. Rousseau en su famosa nota al “contrato” decía que todos tenían que tener algo, porque de lo contrario no tendrían razones para defenderlo.

Esto que nos amenaza y que se llama “neoliberal”, es un insulto al propio liberalismo que, pese a todas las limitaciones propias de una ideología burguesa europea en ascenso, tenía pulsiones liberadoras, procuraba la racionalidad y conocía límites.

No nos confundamos: lo popular de nuestra región no es antagónico con el viejo liberalismo, sino superador. No somos nosotros los “fascistas”, son ellos, los del totalitarismo fascista corporativo. No nos traguemos esa píldora venenosa: no somos antiliberales, sino superadores del liberalismo, el Estado social no niega el liberalismo político, sino que lo considera insuficiente y lo supera.

Por eso, cuando pienso en una nueva Constitución estoy pensando en un modelo de Estado capaz de enfrentar a este totalitarismo corporativo financiero, a ese verdadero “fascismo financiero”. Y para eso, una Constitución no es nada milagroso, sino una herramienta, un instrumento de lucha en este mundo complicado.

 

MB: El planteo de una institucionalidad popular dirige nuestras miradas –o al menos la mía- a Venezuela y a Bolivia, en donde con avances y retrocesos, aciertos y errores, compromisos y traiciones, se intentó avanzar en una nueva institucionalidad popular. De todas maneras, si uno revisa los dos procesos, queda claro que la demanda por una nueva institucionalidad se originó en las propias organizaciones populares. En el caso de Venezuela, en el cierre de campaña de las elecciones de 1998 el pueblo coreaba “Chávez Presidente, por la constituyente”, y en Bolivia fue en el marco de la resistencia al neoliberalismo que las organizaciones indígenas y campesinas comenzaron sus reclamos por una Asamblea Constituyente, algo que quedó plasmado en la Agenda de Octubre de 2003.[1]

¿Te parece que se puede construir una nueva institucionalidad popular sin el acompañamiento de las organizaciones populares? ¿Cómo podría o debería ser la relación entre académicos y académicas, intelectuales, y las organizaciones?

ERZ: Es obvio que no se puede prescindir de las organizaciones populares, pero nuestra sociedad no es como la venezolana y mucho menos como la boliviana. Esto debemos tenerlo en cuenta. De todas formas, si bien nuestro pueblo no grita que quiere una Constitución nueva, creo que si a cada uno o en grupo le preguntamos si está conforme con este Estado, la respuesta –al menos de la más amplia mayoría- será que no. ¿Y cómo se reforma un Estado si no es con un proyecto? ¿Y qué es una Constitución sino un proyecto de Estado? Nuestro pueblo nos está pidiendo eso, aunque no use esas palabras, no es una cuestión de lenguaje, sino de contenidos, nos reclama que pensemos en un Estado mejor.

No somos académicos que trabajamos en un cubículo con libros viejos, sino que formamos parte de una generación nueva de universidades, con pibes de barrios populares, que traen sus necesidades y sus sueños a nuestros centros, que vivimos una segunda reforma universitaria después de un siglo de la cordobesa. Tenemos el deber de escucharlos, de pedirles que nos traigan sus grupos, los de sus barrios, los que expresan sus necesidades. Tenemos la responsabilidad de darle forma a esos reclamos, a esos sueños. ¿Si no lo hacemos nosotros, quién lo va a hacer? Somos los que tenemos las armas intelectuales para dar forma a esos contenidos y, justamente por eso, es que somos responsables de hacerlo.

Los políticos no tienen tiempo para pensar en el mañana, porque los urge siempre la lucha, la pelea cotidiana, la política es por esencia competitiva, no da tiempo para mirar más allá de lo necesario para esquivar la puñalada trapera del momento.

El contacto con las organizaciones populares lo tenemos que hacer a través de nuestros pibes, que vienen de los barrios necesitados. A ellos tenemos que meterles en la cabeza la solidaridad, que no crean que los estamos formando como el “medio pelo” del futuro, sino que queremos que nunca se olviden de los sectores a los que pertenecen y que nunca renieguen de ellos, que se conviertan en los representantes de esos sectores y no en consumidores. Ellos son los puentes con las organizaciones, que en definitiva son sus padres, sus hermanos, sus parientes, sus amigos, y que todos se quejan de un Estado que “no funciona bien”.

 

MB: En distintos momentos de los doce años de gobierno, el kirchnerismo contó con un importante apoyo de organizaciones sociales, pero no avanzó en una institucionalidad popular. Creo que un caso emblemático fue el proceso de sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual: el gobierno retomó una demanda de numerosas organizaciones nucleadas en torno a la Coalición por una Radiodifusión Democrática, desarrolló un profundo y vigoroso mecanismo de participación popular para recibir aportes y sugerencias al anteproyecto de ley, contó con el apoyo de sindicatos y organizaciones de derechos humanos, pero nada de ese apoyo fue institucionalizado.[2] Y en parte, creo, la ausencia de una institucionalidad popular a cargo de la aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual permitió que Macri borrara la Ley con un inconstitucional Decreto de Necesidad y Urgencia sin tener casi resistencia.[3]

Más allá de este ejemplo, ¿Por qué pensás que el kirchnerismo no construyó una nueva institucionalidad popular? ¿No era favorable la correlación de fuerzas? ¿Faltó imaginación política? ¿Faltó intención política?

ERZ: No quiero pasar facturas, se hizo mucho, pero no todo lo necesario. Creo que el kirchnerismo también es, sin duda, peronismo, pero hoy el peronismo perdió algunas enseñanzas de Perón. Entre ellas la necesidad de institucionalizar. Perón hizo una Constitución nueva, nosotros no.

No hay que extremar las cosas: en los doce años de gobierno popular se sintonizó demasiado con un sentimiento popular explicable. Vuelvo a lo que dije antes: si le preguntás a nuestro pueblo si quiere una nueva Constitución, posiblemente muchos te miren extrañado, pero si les preguntás si quiere un Estado que funcione, te dirán que sí. Y eso se debe a que nuestro pueblo no cree mucho en el derecho, porque cada vez que se le mencionó la Constitución, la constitucionalidad, el respeto a la legalidad, los valores de libertad, democracia, etc., fue para joderlo. Aquí se cometieron los más atroces crímenes invocando los más altos valores jurídicos. ¿O no? ¿Cómo querés que el pueblo no te mire con desconfianza cuando le hablás de esos valores y del derecho?

Creo que el kirchnerismo sintonizó mucho con ese sentimiento, explicable, por cierto. No se dio cuenta a tiempo del avance arrollador del totalitarismo colonizador corporativo, que nos atacaba justamente aprovechando nuestras debilidades institucionales y, también, a ese “despiste” respondía el sentimiento de desconfianza popular que te señalo.

Es tarea nuestra mostrar que estamos hablando en serio, que si queremos un Estado diferente y fuerte frente al totalitarismo corporativo, ante todo necesitamos un proyecto y eso es una Constitución, que no le estamos “enroscando la víbora” a nadie, sino dándole forma a los reclamos de los más humildes y, con eso, contribuyendo a la paz social. Ahora ya sabemos por dónde nos penetran, por qué debilidades atacan y, sobre todo, para qué vienen. Vienen a montar una sociedad 30 y 70, es decir, 30% incluido y 70% excluido. Ahora sería imperdonable lo que ayer fue sólo una omisión.

 

MB: Vuelvo sobre el papel de los y las intelectuales, pero en este caso sobre su relación con los procesos posneoliberales del cono sur. Me parece que hay dos cosas que son claras: una es que los procesos políticos de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil y Argentina tuvieron contradicciones, errores, y traiciones, como tienen todos los procesos políticos; la otra es que la alternativa política real era y es la derecha neoliberal en términos económicos y conservadora en el plano político. Ante este tipo de escenarios, ¿cuál te parece que debe ser el papel de los intelectuales comprometidos con las demandas que históricamente levantó la izquierda? ¿Remarcar constantemente los errores de estos procesos posneoliberales corriendo el riesgo de ser funcionales a la derecha? ¿Moderar la crítica, resignando algo de coherencia intelectual pero aportando a una construcción política colectiva que con sus contradicciones se muestra como alternativa real a las derechas?

ERZ: Todos los populismos fueron contradictorios, personalistas, cometieron errores, se quedaron cortos muchas veces, otras veces se les fue la mano y fueron un poco autoritarios, pero, me pregunto: ¿Cuántos de los latinoamericanos que hoy estamos vivos, no sufrimos enfermedades infantiles incapacitantes, tuvimos proteínas que nos desarrollaron las neuronas a tiempo, aprendimos a leer y escribir y llegamos a la universidad, lo hubiésemos podido hacer sin los populismos? ¿Sin el cardenismo mexicano, el varguismo brasileño, el velasquismo ecuatoriano, el aprismo peruano, o el yrigoyenismo y el peronismo argentinos?[4]

Y además desafío a que alguien me diga si existe la más lejana comparación entre los errores y abusos de algunos populismos y los crímenes incalificables que cometieron quienes los combatieron y derrocaron. Hubo y habrá errores y abusos, pero hacerse cargo de la crítica es una cosa, y otra muy diferente, consciente o inconscientemente, es sumarse o favorecer a los criminales asesinos masacradores de nuestros pueblos.

Las críticas de la izquierda radical suelen ser justas, pero me dan la sensación de esas personas que siempre esperan la llegada del amor ideal y perfecto y rechazan a todos los que se les acercan, porque a sus ojos todos tienen defectos comparados con el ideal del amor completo que sueñan y que nunca llega. Seguro que conocés gente así y que siempre está sola o desconsolada por los defectos de quienes se le acercaron. Si esto lo trasladás al campo de la política, pasa lo mismo, sólo que cabe agregarle el inconveniente de que sus críticas a los populismos se suman a las del totalitarismo corporativo que viene avanzando, lo que en el plano afectivo personal no pasa. Allí sufren sólo quienes esperan el ideal, pero en la política se vuelven aliados de los enemigos, teóricamente antípodas de sus ideas revolucionarias. Esto explica la “Unión Democrática” de Tamborini-Mosca, la protesta por las retenciones a los exportadores y tantas otras contradicciones de nuestra izquierda a lo largo de su historia.[5]

Cuando alguien me llama “intelectual” me siento incómodo, porque creo que me convierte en un objeto de la crítica “jauretchiana”. Creo que tenemos que ser conscientes de que somos privilegiados, porque nos salvamos de todos los riesgos de los que otros no pudieron salvarse, y eso nos crea una responsabilidad respecto de todos los que están en riesgo. Los privilegios no son para regodearse, sino para usarlos por el bien de los que carecen de ellos, para tender sogas a los que aún no lograron subirse al bote. Somos tan irresponsables si usamos nuestros privilegios para convertirnos en consumidores obsesivos y desentendernos de los demás, cubriendo nuestra mezquindad con racionalizaciones, como también si nos distraemos pensando en una sociedad ideal inexistente y nos olvidamos de la actual.

 

Imagen de portada: El Intransigente.com.

 


La UNPAZ participa del “Encuentro hacia una nueva institucionalidad democrática” con el proyecto “La Constitución importa: Un asunto en común” que en su primer paso propone una consulta sobre los problemas que debería resolver una futura reforma, los derechos que debería incorporar, y las instituciones que debería modificar. La consulta se puede completar en https://laconstitucionimporta.unpaz.edu.ar/  


[1] El entonces Presidente Gonzalo Sánchez de Lozada había impulsado un proyecto para exportar gas licuado a los Estados Unidos vía Chile, política que en los meses de septiembre y octubre de 2003 fue respondida con un ciclo de protestas populares que tomaron el nombre de “Guerra del Gas.” Tras una marcha de más de 300.000 personas en La Paz, el 17 de octubre Sánchez de Lozada presentó su renuncia, pero las organizaciones indígenas, campesinas y en menor medida sindicales, habían construido una agenda, la Agenda de Octubre, que iba más allá de la cuestión del gas y que exigía: nacionalización e industrialización de los hidrocarburos, convocatoria a una asamblea constituyente, y un juicio de responsabilidades a Sánchez de Lozada por las muertes en las represiones de septiembre y octubre.

[2] El 18 de marzo de 2009 el Poder Ejecutivo presentó un anteproyecto de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que fue discutido en veinticuatro foros públicos y recibió ciento treinta y nueve sugerencias de modificaciones. Luego de este proceso, el 27 de agosto el proyecto ingresó a la Cámara de Diputados de la Nación y fue finalmente aprobado el 10 de octubre.

La Coalición por una Radiodifusión Democrática fue el resultado de un proceso de resistencia iniciado en 1983 con la restauración de la democracia, y continuado durante la concentración y desregulación del sistema de comunicación de la década de 1990. En 1985 las radios comunitarias se unieron en la Asociación de Radios Comunitarias (ARCO), que luego se transformó en el Foro Argentino de Radios Comunitarias (FARCO), y que con el tiempo confluyó en la Coalición, que también tuvo el apoyo de la Asociación Mundial de Radios Comunitarias, organismos de derechos humanos como el CELS, la CGT y la CTA, y organizaciones territoriales como Barrios de Pie y la Federación de Tierra y Vivienda. En agosto de 2004, la Coalición presentó un documento titulado “21 puntos básicos por el Derecho a la Comunicación”, que fueron mencionados en el proyecto de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Asimismo, en el mes de agosto de 2009, cuando comenzó el tratamiento parlamentario la Coalición emitió un comunicado en apoyo titulado “Vamos por una nueva ley.”

[3] A escasos días de asumir la Presidencia, Mauricio Macri dictó un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) para modificar la Ley de Ministerios y ubicar a la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA), órgano de aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, dentro de la órbita del recientemente creado Ministerio de Comunicaciones. Luego se dictó la intervención del AFSCA. Esto motivó una medida precautelar que impedía realizar modificaciones en la estructura del AFSCA, pero el Presidente desoyó la resolución judicial y mediante otro DNU eliminó el órgano y lo sustituyó por el Ente Nacional de Comunicaciones.

[4] La referencia es a las Presidencias de Lázaro Cárdenas en México (1934-1940), Getúlio Vargas en Brasil (1930-1934 en el gobierno provisorio, 1934-1937 en el gobierno constitucional, 1937-1945 en el Estado Novo, y 1951-1954 nuevamente en un gobierno constitucional), José María Velasco Ibarra en Ecuador (1934-1935, 1944-1947, 1952-1956, 1960-1961, 1968-1972), Alan García en Perú (1985-1990), Hipólito Yrigoyen (1916-1922, 1928-1930) y Juan Domingo Perón (1945-1952, 1952-1955, 1973-1974) en Argentina.

[5] La “Unión Democrática” fue la alianza electoral conformada entre la Unión Cívica Radial, el Partido Socialista, el Partido Comunista y el Partido Demócrata Progresista para competir en las elecciones presidenciales del 24 de febrero de 1946 contra la fórmula Perón-Quijano. La fórmula estuvo integrada por José Tamborini y Enrique Mosca, que pertenecían al sector alvearista del partido radical.

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