AMLO
La cuarta transformación

Por Armando Villegas (Universidad Autónoma del Estado de Morelos)

La cuarta transformación refiere a un proceso histórico que construyó México desde la colonia hasta la revolución de principio del siglo XX. Independencia en 1810, reforma en 1857 y revolución en 1910. Esta transformación debería romper con cada uno de los yugos de la sociedad mexicana (colonia, iglesia y dictadura) y recuperar la historia del país profundizando las luchas emancipatorias. Así se ha llamado la culminación del proceso del 1 de julio de 2018. Luego de un proceso electoral, pero también de un trecho sangriento que significó la desaparición de miles de mexicanos y mexicanas y de un Estado que dejó que los privilegios se atesoraran en la delincuencia organizada, en la clase política, en muchas estructuras eclesiales, en poderes interminables de corrupción de distinto tamaño y alcance. Llamarla cuarta transformación es arriesgado, pero también debe significar una renovación necesaria que hoy se anuda en urnas.

La victoria de la izquierda y de Andrés Manuel López Obrador en la elección de este 1 de julio confirma la tendencia de un bloque histórico que, desde 1988, se había formado para detener la corrupción en México y virar hacia una política que desarmara pacíficamente la violenta estructura que había construido el PRI. Ni la transición hacia la derecha en el año 2000 con el triunfo neoliberal de Vicente Fox, ni la vuelta del PRI a los pinos en 2012 estuvo marcada por una participación tan copiosa y, debo decir, tan entusiasta. Desde entonces, este bloque actuó en dos frentes, por un lado, posicionamientos políticos en las diversas posiciones del poder constituido (el congreso, las gubernaturas, las alcaldías) pero por otro lado, se venía constituyendo a través de movimientos sociales que reivindican todo tipo de demandas que articulan un poder social que ahora con toda autoridad podrá exigir más que nunca su cumplimiento. Pero esos cuarenta años no son fáciles de describir aquí, baste decir que no fueron tersos y muchas veces desafortunados con traiciones de los partidos políticos y violentas derrotas de organizaciones sociales. Por ejemplo, la lucha indígena que desde 1994 tocó las puertas de los poderes y que en cada uno de esos intentos se topó con una clase política inoperante y que actuaba de mala fe. Esa historia fue resumida por AMLO en su primer discurso, cuando ya sus adversarios, e incluso el presidente Peña Nieto, había reconocido la victoria de MORENA.  En esos cuarenta años, dos fraudes y no pocas reacciones del sector empresarial, del crimen organizado, de las estructuras políticas del poder en México habían postergado una y otra vez un cambio en el rumbo del país. No quiero decir que este bloque no había tenido antecedentes, las luchas políticas de los años setenta marcaron muchos de los esfuerzos que el 1 de julio se cristalizaron, pero ese bloque optó marcadamente, no sin problemas, por la democracia electoral.

La jornada “pacífica” en la mayoría del país (jornada “pacífica” pero con un saldo de candidatos asesinados en el proceso) confirmó ese bloque histórico y dio aire para poder decidir hacia dónde vamos en un país que lleva al menos diez años sumido en la desesperación, producto de las violencias del narcotráfico, de las transnacionales, de la lucha por los recursos naturales, de la exclusión social de los pueblos indígenas, de la violencia de género y de innumerables tropelías cometidas por el Estado como el asesinato de los 43 estudiantes en Ayotzinapa, Guerrero.

Debo decir, además que el triunfo no debe  llamarnos aún a la euforia. López Obrador ha hecho muchos compromisos públicamente con sectores del país que no necesariamente creen en sus políticas llamadas despectivamente “populistas”. Es temprano para evaluar esta cuarta transformación así llamada por sus dirigentes en la elección. Se puede pensar que la recuperación del pasado, las citas de Guerrero, de Juárez y de Zapata, el amor a la patria y el sentimiento de una nación sirven en principio, pero deben consolidarse socialmente.  Incluso es temprano para saber si de verdad se puede medir este proceso como una cuarta transformación ¿Por qué no otras? ¿Las ha habido? Sin embargo se deben resaltar varios rasgos que, al menos discursivamente, implican un cambio de mirada, de perspectiva:

  1. El discurso de reconciliación con las víctimas de la violencia. Se ha dicho que la reconciliación debe ser social. Que las víctimas deben ser resguardadas en su memoria y en su justicia. Que la reconciliación es necesaria entre todos los sectores sociales y que se debe avanzar hacia la recuperación del “tejido social” maltrecho por mafias de todo tipo (económicas, sociales, delincuenciales, políticas etc.).
  2. El discurso por la diversidad. Al menos en su mensaje, López Obrador incluye todo ese bloque histórico. Así articula y desde luego las hace ver como contiguas, las luchas sociales, las reivindicaciones culturales, la libertad de religión, las luchas indígenas y las libertades económicas. Es, en vocabulario gramsciano, la constitución de una hegemonía necesaria para hacer que el país vuelva a reconocerse diverso, más allá de la homogeneidad neoliberal. Y, como sabemos, esas luchas se agregan y desagregan según coyunturas (articulaciones) específicas.
  3. El discurso por los pobres. Con todo lo anterior se dice: “Sí, pero por el bien de todos, primero los pobres” cuyo énfasis radica en ambiciones de la recuperación de los ideales de la constitución mexicana de 1917, la compensación estatal de las desventajas producidas por el sistema económico. Aquí desde luego se reconoce a México como un tejido que va más allá de las fronteras norte-sur.
  4. El discurso sobre el cambio en la política de seguridad. Ninguna demanda es más sentida ahora que la recuperación del tejido social, la recuperación del territorio en el que el Estado había dejado de estar vigente y que apunta a un nuevo pacto social, quizá incluso más allá de los legítimos derechos de un Estado desbordado por la violencia.

Estos son, me parece, los rasgos y los retos de un país al que le urge recuperar su historia que como se ha dicho con razón se asienta en civilizaciones milenarias. Extraer su prosa del pasado para que la historia no sea una comedia ni una tragedia debe ser deber de las luchas sociales y contraculturales.

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