Alianza Cambiemos
La desperonización

Por Pablo Martín Méndez (UNLa/CONICET)

Desde hace algún tiempo, más precisamente desde que la alianza Cambiemos accedió al gobierno en Argentina, nos hemos acostumbrado a escuchar que el actual modelo económico –al cual algunos críticos denominan como neoliberalismo, capitalismo financiero, dominación clasista, etcétera–, “no cierra sin represión”. La frase es concisa y directa, y además parecería corroborarse casi diariamente. Sin embargo, no habría que buscar allí la explicación última de nuestra compleja realidad política. Hoy tenemos la enorme tarea de entender no sólo las condiciones de posibilidad de las medidas económicas implementadas por el gobierno electo, sino además la vigencia de la misma alianza Cambiemos como proyecto político y social. Los resultados arrojados en las últimas PASO dan cuenta del interrogante que intentamos plantear aquí y que también se están planteando otros análisis. A pesar de las medidas de ajuste –como el tarifazo, el aumento de los combustibles, la suba en los costos del transporte público, la virtual anulación de las paritarias nacionales, etcétera– y de los actos represivos que en algunas ocasiones acompañaron a esas medidas, una parte considerable de la población ha brindado su adhesión al gobierno. La dificultad para explicar este acontecimiento político, la imposibilidad de considerarlo incluso como un “acontecimiento”, precisando lo que tiene de novedoso y de disruptivo, marca un importante límite a las críticas actuales. En su lugar, muchos se han conformado con decir que las políticas del gobierno sólo son aplicables mediante la represión, sin preguntarse realmente en serio por qué tanta gente apoya una propuesta política como la de Cambiemos, aun estando al tanto de las medidas de ajuste y de la represión misma.

¿Cómo una alianza identificada con el conservadurismo, el neoliberalismo, el capital financiero o lo que fuere, puede gobernar y comenzar a perpetuarse en el poder por medios que, al menos en principio, serían democráticos?, ¿cómo el proyecto político y social de un gobierno aparentemente “antipopular” despierta la adhesión de diversos estratos socioeconómicos, incluyendo a los mismos estratos populares? Este breve escrito no puede contestar semejantes cuestiones, aunque puede brindar quizá algunos indicios al respecto. El primer indicio que ponemos en consideración está en la idea de “democracia” expresada por la retórica del actual gobierno; el segundo son las estrategias desplegadas al momento de enfrentar la disidencia a las políticas gubernamentales de Cambiemos, particularmente lo que definiremos como estrategias de “desgaste” en lugar de la represión directa; y el último indicio son los programas de reforma en los cuales se insertan aquellas políticas; programas que no persiguen un objetivo meramente económico, sino además una modificación sobre los hábitos y las mentalidades supuestamente arraigadas en los sectores populares, considerando en especial a los obreros y los trabajadores asalariados.

Lo que intentamos decir, en pocas palabras, es que la Alianza Cambiemos tiene un proyecto político y social de amplio alcance, un programa de gobierno basado en la “despopularización”/“desperonización” de la sociedad. Para muchos conocedores de la historia argentina, esto no tendría nada de novedoso, salvo por la posibilidad de que aquel proyecto pueda funcionar en democracia, sirviéndose de algo más que el ajuste económico y los mecanismos represivos. Tal es la posibilidad que actualmente quedaría expresada en la Alianza Cambiemos. De ahí una suerte de advertencia para nuestros diagnósticos sobre la situación presente, y es que, mientras no comprendamos a fondo los programas y las políticas de reforma del actual gobierno, no terminaremos de comprender tampoco la racionalidad de muchos votantes de Cambiemos.

La democracia de “emprendedores” como proyecto político

Hasta el análisis más simple descubriría que nunca ha habido una sola democracia, sino múltiples ideas de lo que es o debería ser la democracia, algunas de ellas conviviendo y pugnando entre sí. Está la democracia antigua o clásica, basada en una concepción horizontal de la participación política, como tenían por ejemplo los griegos, y la democracia moderna, donde la actividad política adquiere un carácter más representativo e incluso delegativo. Entre las innumerables variables de la democracia moderna, está también la democracia liberal y republicana, heredada de los siglo XVIII y XIX, así como también las experiencias históricas de la democracia de masas, la democracia corporativa, la socialdemocracia, los intentos de democracia directa y semidirecta, etcétera. Y bien, ¿cuál es la idea de “democracia” expresada por Cambiemos? Puede que esa idea pertenezca a alguna de las categorías generales mencionadas más arriba. Los paladines de Cambiemos hablan frecuentemente sobre una democracia republicana, mientras que sus críticos señalan la emergencia de una “democracia de elite” que continúa en muchos puntos con la larga tradición de las oligarquías terratenientes y el capital especulativo, sin olvidar por supuesto la última dictadura cívico-militar. La idea de democracia de Cambiemos está indudablemente atravesada por la historia, aunque no encaja sin más en alguna de las categorías y experiencias previas. Esa idea tiene ciertos matices y connotaciones propias que la hacen más “asequible” para muchos integrantes y votantes del actual gobierno.

El mismo Mauricio Macri lo viene diciendo desde el primer momento; prácticamente desde el día en que ganó las elecciones presidenciales: “Este es uno de los países del mundo con más espíritu emprendedor. Hay una razón: que nuestros abuelos, nuestros padres, cruzaron un océano en barco, sin tener Facebook, Twitter, sin saber qué iban a encontrar. Y vinieron a nuestro país buscando una oportunidad, y se radicaron y construyeron una etapa maravillosa de la Argentina. Nos toca a nosotros continuar esa posta”.[1] Hacer mucho con casi nada; servirse del talento, la capacidad de innovación o la creatividad para resolver no sólo las dificultades económicas individuales, sino los problemas que presenta la vida en general. Es lo que algunos gurúes de hoy día llamarían “emprendedorismo”. En la retórica del actual gobierno, es también la idea de que cualquiera puede ascender socialmente cuando se lo propone en serio, sin importar qué tan abajo se ubique en la escala social.

El emprendedorismo: concepto utilizado para señalar el tipo de trabajo requerido por el capitalismo contemporáneo. Según se dice, ese capitalismo ya no está tan apoyado en la rígida rutina de la producción manufacturera, sino en la creatividad y la capacidad de adaptación al cambio como modo de encarar la vida. Los emprendedores son distintos a los viejos obreros o “proletarios”; no cumplen un horario laboral predeterminado, no tienen tampoco un lugar fijo de trabajo; en el fondo, ni siquiera se identifican con las figuras convencionales del empleado o del “trabajador asalariado”. Por definición, el emprendedor es dueño de sí mismo, forjador de su propio destino, incluyendo los éxitos y los eventuales fracasos.

No hay que ver en la retórica del emprendedorismo un conjunto de bellas palabras, utilizadas para adornar las políticas de una alianza que en última instancia “gobierna en favor de los ricos”. Del emprendedorismo el gobierno pretende extraer un patrón de comportamiento individual e incluso colectivo, una ética social: “Vamos a trabajar para inspirar en todos una ética del crecimiento y la superación. Ahí es donde nuestra sed de conocimiento va a encontrar un espacio para celebrar la fiesta de la creatividad y la innovación”.[2] Esa sería la función esencial de la educación contemporánea; los valores que el Estado mismo debería inculcar en la población. En otro momento, el ex Ministro de Educación Esteban Bullrich, hoy candidato a senador por la Provincia de Buenos Aires, formularía una idea más cruda pero perfectamente concordante con lo señalado anteriormente: “debemos educar a los niños y a los jóvenes para que puedan hacer dos cosas: ser los creadores de empleos, los que le aportan al mundo esos empleos y ser capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla”.[3] El mensaje es bastante claro: crear empleos y vivir en la incertidumbre son atributos correspondientes al emprendedor, no al trabajador asalariado en cuya formación intervenían las escuelas técnicas de mediados del siglo XX.

Hay un gran error de diagnóstico en creer que el emprendedorismo es sólo para las clases privilegiadas. El emprendedorismo también llega hasta los sectores populares, y no sólo como una mera ilusión “aspiracional”, o como una suerte de velo ideológico capaz de ocultar las realidades más injustas, sino como una fuerza que permea de lleno las subjetividades. Se suele decir que muchos adherentes de Cambiemos votan “en verdad” contra sí mismos, como si existiese una realidad ineludible que el sujeto no alcanza a percibir debido al velo ideológico impuesto por los grandes medios de comunicación y otros poderes del mundo. Nadie va a negar las operaciones y los constantes bombardeos mediáticos, pero de ahí a decir que el electorado vota engañado porque los grandes medios hacen que mucha gente crea ser algo que en verdad no es: hay que decir de una vez que eso supone una enorme subestimación de las convicciones del otro. El hecho de que no compartamos en absoluto tal o cual posición política, no implica que ésta sea necesariamente irracional o se encuentre mal fundada. Tenemos que evitar a toda costa los argumentos simplistas y arriesgar en cambio nuevas hipótesis, aunque sólo sea para enriquecer los supuestos básicos de las críticas planteadas a este gobierno. El votante de Cambiemos no actúa necesariamente engañado, sino que apoya un cierto proyecto de democracia, que es algo así como una “democracia de emprendedores”.

El cine, los noticieros y las redes sociales, los canales de comunicación están repletos de historias donde la gente sale adelante a pesar de los obstáculos y las contrariedades, poniendo lo mejor que cada uno tiene de sí mismo. El gobierno también se sirve de algunas de esas historias para mostrar su parte más sensible y “humana”. Muchos estarían tentados a decir en este punto que la retórica del emprendedorismo fomenta en realidad una suerte de “individualismo exacerbado”. Es otro error de diagnóstico que deberíamos evitar en la medida de nuestras posibilidades. El emprendedor no actúa solo, sino que depende por lo general del “equipo”. El equipo, término relacionado originalmente con la competencia y utilizado hasta el cansancio por la retórica empresarial de hoy día, ha calado bien hondo en la subjetividad de muchos ciudadanos. Con una consecuencia importante si pensamos en la ciudadanía clásica; la ciudadanía como concepto universalmente inclusivo. Al equipo no se pertenece por derecho, sino por “mérito”.

Aún no hemos visto lo lejos que puede llegar la dinámica del equipo. Al menos en principio, el equipo está compuesto por individuos solidarios entre sí, que compiten con otros grupos igualmente cohesionados y dinámicos. Hoy el gobierno propone al equipo como una suerte de nuevo “lazo social”: “Veo al país como un gran equipo conformado por millones de seres esperanzados y a ellos les ofrezco, agradecido, mi mejor esfuerzo. (…) En el siglo pasado la sociedad privilegiaba liderazgos individuales en todos los ámbitos. (…) En el siglo XXI hemos entendido que las cosas salen bien cuando se arman equipos, se combinan los esfuerzos, el profesionalismo, la experiencia y las buenas intenciones de muchas personas”.[4]

Desgastar la resistencia

Hay un gran número de gente huidiza ante los discursos gubernamentales calificados de “confrontativos”. Esa gente quiere un gobierno que “trabaje para el pueblo”, aunque no soporta del todo a aquellos gobiernos que osan enfrentar a las grandes corporaciones, los monopolios mediáticos o los países imperialistas. En lugar de la confrontación, se habla de “estar juntos”, empujando para un mismo lado, a pesar de las insalvables diferencias y contradicciones entre nosotros, los que estamos juntos. Estar juntos sin importar que unos sean explotados y otros explotadores, obreros y capitalistas, propietarios y desposeídos de casi todo. El trabajo en equipo funciona en este sentido como una forma de neutralizar la conflictividad propia de las democracias modernas.

El tradicional obrero asalariado, que se aferra a su puesto y no quiere desprenderse de ninguna conquista social; el empleado público que “parasita” las estructuras estatales en lugar de capacitarse; el jefe de familia que prefiere los subsidios del Estado al trabajo limpio y honesto, incluso cuando ese trabajo se da en las peores condiciones y con la menor remuneración posible. Ninguno de estos sujetos haría el suficiente mérito; ninguno podría sumar al equipo. ¿Qué hacer entonces con ellos? A quienes representen un obstáculo para la democracia del emprendimiento no siempre les esperará la represión directa. A veces se los pondrá en una situación donde sientan la necesidad de adaptarse o reformarse solos.

Planteado un reclamo o abierto un conflicto –que puede comenzar con una política de despidos en el sector público o privado, o también con una quita de subsidios, protecciones, asignaciones, etcétera–, la “solución” no llega necesariamente por vía de la coacción estatal. Más sutiles que los mecanismos de represión, pero no menos efectivos en cuanto a sus efectos políticos, son los mecanismos de desgaste y desarticulación de la protesta. ¿Cómo funcionan estos mecanismos? Basta recordar las protestas de los docentes de la Provincia de Buenos Aires, los científicos del CONICET o los obreros gráficos de AGR-Clarín, por no mencionar otros casos igualmente resonantes pero todavía irresueltos. Aquí el desarrollo del conflicto mostró ciertas características comunes: su larga extensión en el tiempo, las negociaciones que nunca llegaban a nada, los intentos de difamación y puesta en sospecha del reclamo, las soluciones a medias en el mejor de los casos. Si bien en algunos momentos puntuales la represión fue un hecho o al menos una constante amenaza –como ocurrió por ejemplo con los docentes bonaerenses que fueron reprimidos cuando intentaban montar una carpa frente al Congreso Nacional–, la  estrategia general del gobierno pareció apuntar hacia otra parte. No se buscó solucionar el conflicto, sino darle la mayor extensión posible, hasta el punto de desgastar la protesta y generar incluso una reacción negativa en la población, visibilizando únicamente las quejas de los padres contra los paros docentes, la furia de los transeúntes contra los cortes de calle, el padecimiento de los ciudadanos cuyos impuestos sostiene al empleo público. Así se desvía el foco de atención desde las causas o las razones del conflicto hasta las “egoístas actitudes” de quienes protestan.

A veces se evalúan los actos de los gobernantes por sus inescrutables intenciones de fondo, como si lo oculto e inconfesable nos permitiese explicar los hechos que afloran en la superficie. La cuestión no es si los gobernantes quieren reprimir o no al pueblo; la pregunta está en qué se pude y qué no se puede hacer en un determinado campo de relaciones de fuerza. Allí donde la represión reporta un alto costo político, siempre es posible optar por el desgaste del oponente, así como también por su paulatina desarticulación. Una cosa es subsidiaria de la otra. En lugar de enfrentar el reclamo social como expresión de un colectivo homogéneo en tensión con una política de gobierno igualmente homogénea, se deja que las distintas agencias gubernamentales negocien “sector por sector”, fragmentando e individualizando no sólo los reclamos planteados, sino además las soluciones posibles. Lo que queda puesto en juego es la identidad misma de los reclamos. Ya no se negocia con obreros, trabajadores, agrupaciones populares, etcétera; por el contrario, lo que el gobierno construye como oposición son un montón de individuos agrupados según sus “demandas” y sus estrategias de negociación. En la democracia de los emprendedores, el conflicto deja de ser objeto de articulación y agregación política para convertirse en objeto de una interminable “gestión”.

Las estrategias de neutralización del conflicto abarcan ciertamente un enorme campo de prácticas; de hecho, también podríamos mencionar la famosa “judicialización” de la oposición política y la criminalización de la protesta, incluyendo el papel que tanto los grandes medios como las redes sociales juegan en este punto. Sea como fuere, convendría discutir la idea de que la represión funciona como una suerte de “punto de cierre” a partir del cual terminamos de explicar el complejo accionar de algunos gobiernos actuales. Es indudable que hay represión, pero no como el cierre de un modelo económico y político, sino como parte de un programa de reforma muchísimo más amplio que cualquier mecanismo concreto.

La “despopularización” como proyecto social del neoliberalismo argentino

Algunos sectores del progresismo argentino asocian ligeramente al actual gobierno con un retorno a la dictadura. Así no sólo siguen pasando por alto los alcances del proyecto sociopolítico de Cambiemos, sino que además se ahorran el desafío de pensar hasta qué punto ese proyecto puede funcionar perfectamente en democracia.

A mediados del siglo XX, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, los neoliberales alemanes decían que el único modo de evitar el regreso del fascismo consistía en transformar la mente de los proletarios. Este plan de “desproletarización” –así lo llamaban algunos neoliberales– requería no sólo de un Estado fuertemente activo, capaz de intervenir el tejido social en profundidad, sino además de la colaboración de jueces, periodistas, formadores de opinión y otras tantas organizaciones no gubernamentales. Lo que se buscaba reformar eran ciertos hábitos y conductas existentes en la población, fundamentalmente las conductas de los obreros y los empleados asalariados.

Desde los años 60’, la idea fue tomada por los primeros neoliberales argentinos, que no hablaban tanto de desproletarizar como de desperonizar la sociedad o de acabar sin más con el populismo. Ello implicaba decretar el fin de los modelos de industrialización que se venían ensayando desde al menos los años 40’. Al modelo industrial y la figura del trabajador asalariado deberían seguirles la pequeña y mediana empresa, el trabajo flexible y “autónomo”, y todas las formas de precarización laboral que fueron proliferando durante las últimas tres décadas en la Argentina. El error está en creer que este plan de reforma sólo es aplicable bajo un gobierno dictatorial, cuando hay todo un horizonte de racionalidad que lo torna aceptable incluso en democracia.

Existen varias maneras de hacer que la población acepte las medidas económicas más austeras y salvajes. Aquí podríamos ensayar tan sólo una entre otras tantas. Supongamos que gran parte de las políticas redistributivas, por no decir casi todas, se asocian con un reparto de privilegios y prebendas a sectores económicamente ineficientes; sectores que, en lugar de superarse y reinventarse cada día, prefieren vivir “a expensas del esfuerzo ajeno”. Supongamos también que esa actitud de vida se asocia a una extraña patología del espíritu diagnosticada a veces como pereza y más frecuentemente como “vagancia”. Supongamos además que las políticas redistributivas y la horda de vagos que de allí extrae su sustento participan de algo llamado “corrupción” –palabra que, por cierto, no sólo está relacionada con un oscuro reparto de los recursos públicos, sino más particularmente con la progresiva depravación del espíritu. Supongamos asimismo que las grandes injusticias del mundo se sostienen en una inmensa red de corrupción a la cual, por comodidad o por necesidad de síntesis, damos el nombre de “populismo”. Y digamos finalmente que el populismo es la causa y a la vez el resultado de un largo proceso de degeneración de la democracia, emparentándose con el fascismo, el nazismo o el comunismo, más allá de los distintos trasfondos políticos, ideológicos e históricos. Tenemos entonces una larga línea de parentesco, que abarca desde las políticas redistributivas, la vagancia, la corrupción y el populismo hasta los desastres del fascismo o del nazismo. Tal es la línea de parentesco que desde hace años viene estableciendo el neoliberalismo en varias partes del mundo.

En 1976, Ricardo Zinn –un economista sumamente interesante para entender la historia del neoliberalismo argentino– advertía que el nazismo y el fascismo eran al fin y al cabo dos experiencias populistas, y que uno de los remedios más efectivos ante esa enfermedad social consistía en la inducción de la crisis económica. La crisis, según creía Zinn y otros economistas afines, redimía a la sociedad de los sectores improductivos, especialemente aquellos que vivían de los privilegios y las prebendas concedidas por el Estado. La crisis como mecanismo de limpieza y de reforma. La crisis como el duro camino hacia la verdad. Hoy deberíamos preguntarnos cuántos ciudadanos y ciudadanas aceptan el ajuste económico, incluyendo la reducción del gasto público, la apertura del sector externo, la quita de subsidios y el desempleo, a condición de que no vuelva el tan temido populismo.

En el mapa electoral que expresa los resultados de la provincia de Buenos Aires, se ve una franja celeste rodeada de color amarillo. En términos geográficos, es el conurbano bonaerense ante el interior de la Provincia y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En términos electorales, son los votantes de Unidad Ciudadana ante los votantes de Cambiemos. En el horizonte de significado del actual gobierno, la franja celeste serían los populistas, los peronistas, los que viven del Estado, los corruptos que resisten una ola amarilla de reforma.

Gobierno y subjetividad

Se suele decir que el votante de Cambiemos no sabe defender sus propios derechos. ¿Pero cómo hablarle de derechos y de conquistas sociales a aquellos sectores que nunca sintieron tenerlos? En la Argentina de las últimas tres décadas, no ha habido más que un crecimiento continuo de los “autónomos” que no tienen vacaciones pagas, los que no reciben aportes previsionales, los que no tienen siquiera una cobertura médica garantizada. Son muchos de ellos los que critican los supuestos “privilegios” de los trabajadores en relación de dependencia. Son también los que adhieren mejor a la retórica del emprendedorismo.

A esa gran porción de la población no alcanza con hablarle en términos jurídicos; además de eso, hay que mostrarle hasta qué punto las políticas gubernamentales percibidas como aparentemente lejanas afectan sin embargo la vida de todos los días. En otras palabras, hay que construir un punto claro de articulación entre las prácticas de gobierno y las micro-prácticas de la subjetividad. El peronismo ha sido y sigue siendo una importante experiencia al respecto. Hoy las políticas de la Alianza Cambiemos están logrando articularse con formas de subjetividad que no son radicalmente distintas a otras formas pasadas, pero que tienen sin embargo algunos caracteres de época a los que ningún otro gobierno ha podido llegar del todo. El actual desafío de cualquier programa de gobierno alternativo está en llegar a esas subjetividades, articulándolas con otra clase de objetivos políticos, otras ideas sobre lo que es y debería ser la democracia, así como también con otros modos de vinculación social y colectiva.

 

 

[1] Macri, M. (2015a). Discurso de Macri al ser electo presidente de la Argentina. Recuperado de  http://www.dx.com.py/discurso-macri-electo-presidente-argentina-2015/

[2] Macri, M. (2015b). Palabras del Presidente de la Nación ante la Asamblea Legislativa en el Congreso de la Nación. Recuperado de http://www.casarosada.gob.ar/informacion/discursos/35023-palabras-del-presidente-de-la-nacion-mauricio-macri-ante-la-asamblea-legislativa-en-el-congreso-de-la-nacion

[3] Bullrich, E. (2016). La construcción del capital humano. Recuperado de http://www.cartapolitica.org/opinion/la-construccion-del-capital-humano-3/ (el subrayado es nuestro)

[4] Macri, M. (2015b). Palabras del Presidente de la Nación ante la Asamblea Legislativa en el Congreso de la Nación, op. cit.

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