Aniversario de la Revolución Rusa
Marx, 1917, Putin y el neoliberalismo

Por Tomás Várnagy (UBA)

La Revolución Rusa de 1917 conmovió al mundo y condicionó la vida de cerca de un tercio de la población del planeta en las décadas siguientes; asimismo se conmemoran los 150 años de la publicación del primer volumen de El capital de Karl Marx.

Juntar ambas efemérides puede parecer extraño, porque Marx nunca escribió en gran detalle sobre la revolución y la sociedad comunista (ya que renunciaba a escribir “recetas de cocina para el bodegón del porvenir”), en la cual se aboliría la división de las clases y el trabajo. Sin embargo, en una poética y  utópica descripción sobre el comunismo, escribe en el capítulo primero de La ideología alemana:

…cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que cabalmente hace posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico…

Sí tenía claro cómo sería la dictadura del proletariado –semejante a la Comuna de París de 1871- pero resulta absolutamente inimaginable que lo que escribió tuviera cierto parecido con lo que fue la Unión Soviética (URSS), sobre todo después de que Stalin asumiera la dirección del partido y del Estado. Muchos de los debates que la obra de Marx suscitó durante el siglo XX, fuera de la URSS, fueron una forma indirecta de discutir los méritos y deméritos de la Revolución Rusa.

El ser humano ha perseguido una utopía igualitaria desde el principio de los tiempos y la Revolución Rusa, en su momento, fue la encarnación de la posibilidad práctica de establecerla. Pero, la construcción de las utopías tienen su reverso: tanto la Revolución Francesa como la Rusa, al igual que todas las revoluciones, tuvo convulsiones sociales, políticas, económicas y unos altísimos niveles de violencia, quizás necesaria para cambiar un régimen y establecer otro completamente diferente.

“El bombardeo de todos los tronos de Europa, y la caída de los tiranos para la felicidad del universo”. Ca. 1792.
“El bombardeo de todos los tronos de Europa, y la caída de los tiranos para la felicidad del universo”. Ca. 1792.

Las revoluciones posteriores a 1789 han planteado las cuestiones éticas más fundamentales: si tenemos derecho a sacrificar el bienestar y aún la vida de generaciones en aras de progenies que todavía no han nacido, y si es posible remodelar al hombre hasta hacer de él un ser perfectamente virtuoso.

Aún siguen vivos y nunca han menguado las controversias y debates acerca de la Revolución Francesa. Téngase en consideración que la primera cátedra académica consagrada a su historia fue creada recién en la década de 1880 en la Sorbona, un siglo después del acontecimiento. En 1972 se le preguntó al primer ministro chino, Chou En-lai, sobre el impacto de la Revolución Francesa y su comentario fue que era “demasiado pronto para opinar”.

Hubo una continuidad del terror jacobino a las purgas de Moscú y los  Gulag. Rosa Luxemburgo dijo, y no se equivocó, que los bolcheviques eran “los herederos históricos de los niveladores ingleses y de los jacobinos franceses”. La contrapartida es que este miedo a la revolución en los países capitalistas suele tener dos respuestas: una es la represión y otra es la del reformismo, la revolución puede evitarse mejorando la situación de los trabajadores.

El miedo a la Revolución Rusa condicionó a todo el siglo XX, los poderosos todavía siguen llamando la atención con: “¡vienen los comunistas!”, y el miedo como argumento para defenderse de cualquier cambio perjudicial sigue vivo. En realidad el temor a perder de los ricos y los poderosos ha sido un factor muy importante en la historia.

“¿Es esto el mañana? ¡Los Estados Unidos bajo el comunismo!”
“¿Es esto el mañana? ¡Los Estados Unidos bajo el comunismo!”

La Revolución Rusa, citando una imagen de Walter Benjamin, “liberó la enorme energía de la historia” y el estado de ánimo en esa época, y en todo el mundo, era que se estaba conformando el paraíso de los trabajadores lo cual contribuyó a crear una imagen icónica de la URSS. El movimiento obrero y las clases populares quisieron ver en Rusia la encarnación de sus aspiraciones y hubo toda una épica en edificar una nueva era. Su aura atrajo a millones de seres humanos en todos los continentes y se preservó, incluso, hasta cuando la reputación de los regímenes comunistas se había arruinado sin remedio.

“Camarada. Lenin barriendo la escoria de la tierra”. 1920.
“Camarada. Lenin barriendo la escoria de la tierra”. 1920.

En Rusia se abrió, desde febrero de 1917, una era de gran júbilo multitudinario y de efervescencia revolucionaria; un ímpetu por dialogar  y mostrar los pensamientos propios se instaló en todas las clases sociales. Las asambleas eran constantes y los oradores se daban unos tras otros de manera casi interminable, y se acrecentaron las manifestaciones y las marchas. Miles de cartas, con todo tipo de peticiones se enviaban diariamente desde toda la geografía de Rusia para dar a conocer el apoyo, el descontento, las quejas o los reclamos de la gente. Había un claro rechazo a toda forma de dominación, lo que hizo que Lenin escribiese sobre la Rusia de aquellos meses como “el país más libre del mundo”.

Pero, lamentablemente, hubo una rápida evolución del bolchevismo democrático a la dictadura de partido único. Desde el siglo XIX todos los partidos revolucionarios demandaban una Asamblea Constituyente, que fue elegida en noviembre de 1917. Los bolcheviques obtuvieron menos de un cuarto de los votos y resultaron ser una fuerza minoritaria, con sólo 168 de los 703 diputados de la Asamblea.

La Guardia Roja disolvió a la Asamblea Constituyente después de su primera reunión en enero de 1918; fueron muertos unos veinte manifestantes y Máximo Gorki los consideró mártires de una experiencia democrática de apenas unas horas que se llevaba esperando por cientos de años. Charles Rappoport, un marxista ruso-francés, comentó: “Lenin actuó como un zar al disolver la Asamblea Constituyente”; “La Guardia Roja de Lenin y Trotski han fusilado a Karl Marx”.​ En su lápida, en un cementerio parisino, se lee: “Socialismo sin libertad no es socialismo, libertad sin  socialismo no es libertad”. Para Trotsky la Asamblea no era más que un fantasma del Gobierno Provisional, pero la disolución de la misma es considerada como el crimen supremo de los bolcheviques contra la democracia.

En 1918 se limitó la libertad de expresión y Rosa Luxemburgo reprochó el carácter antidemocrático de la incipiente dictadura bolchevique y criticó también la justificación de Trotsky de la disolución de la Asamblea Constituyente, afirmando que los derechos democráticos son “fundamentos superlativamente valiosos” de la política socialista, y escribió el famoso y muy citado texto: “La libertad solamente para seguidores del gobierno, solamente para miembros de un partido -por más numeroso que fuere- no es libertad. La libertad siempre es libertad de quienes piensan distinto”. Victor Serge  anotó que “a comienzos de 1919 el bolchevismo comenzó a negar a todos los disidentes de la revolución el derecho a la existencia política”.

 

“Libertad es siempre la libertad del disenso”
“Libertad es siempre la libertad del disenso”

En marzo de 1921, la violenta represión de los marinos bolcheviques en Kronstadt simbolizó el fin de la democracia soviética. Isaac Deutscher consideró que hacia 1921-1922 “la masa de la clase obrera se volvió inequívocamente contra los bolcheviques”. La colectivización de la agricultura a partir de 1928 puso fin brutalmente a la revolución campesina con un atroz resultado de millones de muertos en la hambruna del invierno de 1932-33 (Holodomor). Las purgas de la década de 1930 eliminaron físicamente los últimos vestigios del bolchevismo revolucionario disciplinando a toda la sociedad, estableciendo el terror y convirtiendo a la URSS en un gigantesco sistema de campos de concentración de trabajos forzados (Gulags).

La revolución cultural que se había propagado después de 1917 también fue brutalmente aplastada. Se erradicó a la vanguardia estética en todas las manifestaciones artísticas y se impuso el Realismo Socialista  a partir de 1932, convirtiéndose en la doctrina soviética oficial en las artes y la literatura. El historiador británico marxista Edward H. Carr, autor de la monumental Historia de la Rusia Soviética, escribió que “muy raramente en el curso de la historia habrá tenido que pagarse un precio tan monstruoso para alcanzar el objetivo deseado”.

El ascenso al poder absoluto de Stalin fue un punto culminante en la evolución del proceso revolucionario ruso y el comienzo de una perversión, porque empezó el momento en que se decía una cosa y se hacía otra, se teorizaba sobre la grandeza de lo que estaba ocurriendo y a la vez ocurrían cosas miserables. Y eso marcó toda la terrible década de 1930, y pervirtió la idea originaria de la revolución y la posibilidad de establecer realmente esa sociedad de los iguales.

En una visión controvertida se calificó de “totalitario” al sistema soviético por poseer, al igual que los nazis: una ideología oficial, liderazgo carismático, dictadura de partido único, supresión del estado de derecho y del pluralismo político, monopolio de todos los medios de comunicación puestos al servicio de la propaganda del Estado, terror social y político, economía centralizada.

Pero cuidado, a diferencia del nazismo, el estalinismo no fue contrarrevolucionario, porque no significó la restauración del Antiguo Régimen. Al contrario, lejos de restaurar el poder de la vieja aristocracia o empoderar a la burguesía, el estalinismo creó una nueva elite económica, administrativa, científica e intelectual, reclutada entre las clases bajas de la sociedad soviética –especialmente el campesinado- y educada por las nuevas instituciones “socialistas”. Esta es la clave para explicar por qué el estalinismo se benefició de un consenso social, a pesar del terror y las deportaciones masivas.

El estalinismo fusionó modernismo y barbarie, tuvo logros monumentales y crímenes monstruosos. Hubo una metamorfosis de un impulso emancipador democrático a una dictadura despiadada, fue una gigantesca aventura humana para cambiar el mundo, pero con el Termidor estaliniano se terminó definitivamente la revolución. Hubo una defensa de la URSS en todo el mundo, pues, era como un compromiso de adhesión al primer ensayo de un sistema basado en el control, por parte de la clase trabajadora, de todos los resortes del Estado, y hasta los años treinta tuvo las simpatías de amplios sectores del movimiento obrero y de la intelectualidad progresista.

GRAN DEBATE. ¿ÉXITO O FRACASO?

No es necesario leer El fin del Homo Soviéticus de la Premio Nobel ucraniana Svetlana Alexievich, para darnos cuenta de que para muchas personas fue un momento glorioso de la Historia, y así lo siguieron sintiendo incluso una vez que desapareció la URSS y que, para otros, fue realmente un infierno en vida. Las revelaciones de los últimos años son horrorosas: hubo toda una serie de hechos que no conocíamos sobre la Unión Soviética hasta que se abrieron los Archivos del Estado de Rusia.

“Día Internacional de los Trabajadores - ¡Viva el 1º de mayo, día del trabajo!”
“Día Internacional de los Trabajadores – ¡Viva el 1º de mayo, día del trabajo!”

Es muy difícil lograr  un consenso sobre si la Revolución Rusa fue un éxito o un fracaso. Winston Churchill afirmó que gracias a Lenin y Stalin, Rusia pasó del arado de madera a la bomba atómica en una sola generación.  La URSS revelaba, con el primer plan quinquenal de Stalin, una pujanza industrial portentosa que transformó en pocas décadas una de las regiones más atrasadas de Europa en una potencia industrial que rivalizaba con el capitalismo occidental.

Lo rescatable de la Unión Soviética fue que convirtió a la atrasada Rusia zarista en una gran potencia, dio salud y educación gratuitas a quienes no tenían acceso a ellas y, además,  el “espectro comunista” ayudó a mejorar las condiciones laborales y de vida de los trabajadores en los países capitalistas. La Revolución Rusa mostró a Occidente que el capitalismo no era una fatalidad, que había una alternativa a la miseria, la explotación, la inseguridad del desempleo inminente, la prepotencia de los patrones, los gobiernos que servían a los intereses de las minorías poderosas…

El triunfo de la Revolución Rusa consiste en haber planteado todos los problemas a los que las sociedades capitalistas se enfrentaban en su momento y siguen haciéndolo hoy; su fracaso radica en no haber resuelto ninguno. Lo que en sus inicios fue una gran tentativa de construir el socialismo en donde no habría explotación ni opresión, se convirtió en un fallido experimento que devoró a sus inventores y a generaciones enteras de honestos activistas. La utopía y el sueño de una sociedad más justa pronto se convirtieron en una agria pesadilla, que el ex-estalinista Jean-Paul Sartre caracterizó como un período de “la imbecilidad y el terror”.

Kronstadt. Katyn. Berlín 1953. Gulag. Estalinismo. RDA (República Democrática Alemana. Hungría 1956. Praga 1968. Polonia. Afganistán.
Kronstadt. Katyn. Berlín 1953. Gulag. Estalinismo. RDA (República Democrática Alemana. Hungría 1956. Praga 1968. Polonia. Afganistán.

Finalmente, todas las revoluciones hechas en nombre del marxismo terminaron o evolucionaron hacia… ¡el capitalismo!…  y un capitalismo de lo más salvaje y depredador. Si se considera que la Revolución terminó con la llegada de Stalin al poder o con el golpe de estado de Boris Yeltsin en 1993, parece más que cierto que fracasó. La victoria de la Revolución de Octubre fue en cierto sentido una victoria pírrica: fue muy grande para la época, tremenda, pero ha dejado a pueblos enteros vacunados en contra del socialismo, el marxismo y el comunismo. Si se quiere que los grandes ideales de la izquierda florezcan nuevamente es necesario deshacerse del malogro soviético y repudiar lo que el estalinismo hizo en nombre del marxismo.

Simplificando estas posturas en una visión dicotómica y binaria de los éxitos y fracasos, se contraponen la transformación socialista con las bases del totalitarismo, una narración idílica con un cuento de terror, el bolchevismo revolucionario con la contrarrevolución estalinista, la violencia revolucionario con la represión capilar, una ruta al paraíso con un camino al infierno, deliberación colectiva con opresión ciega, impulso redentor con exterminio masivo, imaginación utópica con dominación burocrática… Como estudiosos o militantes evitemos defender, idealizar o demonizar a la Revolución Rusa; tratemos de entenderla críticamente, aprender las lecciones que nos da la historia  y evitar los errores y excesos cometidos.

RUSIA Y EL DILEMA DE PUTIN

El gobierno de Rusia, hoy, conmemora la “Gran Revolución Rusa”, que es  la fórmula adoptada desde hace unos 10 años en los manuales de historia, englobando tanto a la revolución de Febrero como a la de Octubre. Esta eliminación y desacralización no es un hecho nuevo: todo cambió a partir de la glasnost y la perestroika de Gorbachov a fines de la década de 1980 con la apertura de archivos sobre los horrores del régimen. En 1996, la fiesta del 7 de noviembre (25 de octubre según el calendario juliano), el día que los bolcheviques tomaron el poder, fue sustituida por una vaga Jornada de la Unidad y la Reconciliación, que desde el 2004 dejó de ser feriado.

Vladimir Putin dijo: “Quien no extrañe a la URSS no tiene corazón, quien la quiera de vuelta no tiene cerebro”. El mandatario ha mostrado su rechazo a las revoluciones, pero al mismo tiempo venera el Estado soviético que nació por éstas. “Es inaceptable especular en aras de intereses políticos sobre las tragedias que afectaron prácticamente a cada familia en Rusia, independientemente de qué lado de la barricada estuvieran nuestros antepasados”, dijo ante ambas cámaras del Parlamento.

El aniversario de la Revolución presenta un dilema para Putin: venera a la Unión Soviética, a la que sirvió como miembro del Partido Comunista y oficial del KGB, pero aborrece los levantamientos populares que la crearon. Sus partidarios creen que las revoluciones populares son peligrosas y anárquicas y Putin calificó la caída de la URSS como “el mayor desastre (o catástrofe) geopolítico del siglo XX”. Por un lado, el estado Soviético fue el que ganó la Segunda Guerra Mundial (SGM) y cuyos logros militares y científicos son los que venera Putin; pero, por otro,  ha puesto la estabilidad como clave en su gobierno, por lo que celebrar la revolución va en contra de su filosofía política.

No existe una narrativa oficial aprobada de los sucesos de 1917. Putin usó a la historia para crear un sentido de unidad y destino nacional en Rusia, elevando a la victoria en la SGM a una especie de culto nacional. La historia de Rusia es una larga lista de logros y los elementos oscuros son borrados, por eso 1917 es problemático. Algunos comentarios públicos de Putin sugieren que 1917 fue un desastre; oficialmente se la va a mostrar, simultáneamente, como un gran evento y también como una terrible tragedia.

Una reciente encuesta sobre si la gente apoyaría o no la Revolución de Febrero en contra de Nicolás II: el 47% sí, el 53% no… El zar fue canonizado por la iglesia ortodoxa y en julio de este año, decenas de miles de peregrinos llevaron íconos y retratos del zar en una caminata de unos 20 kms cerca de Ekaterinburgo para señalar el aniversario de su ejecución.

ALTERNATIVA AL NEOLIBERALISMO

El Muro de Berlín cayó en 1989 y poco después colapsó la URSS. Era el fin del “socialismo realmente existente”, el fin de una alternativa clara al capitalismo, celebrado de manera incondicional y desprevenida por todos los demócratas, conservadores y reaccionarios del mundo. Al mismo tiempo, se consolidaba globalmente la versión más antisocial del capitalismo del siglo XX, el neoliberalismo, progresivamente articulado con la dimensión más depredadora de la acumulación capitalista: el capital financiero.

Se intensificaba, así, la guerra contra los derechos económicos y sociales, los incrementos de productividad se desligaban de las mejoras salariales, el desempleo retornaba como el fantasma de siempre, la concentración de la riqueza aumentaba exponencialmente. Nunca ha habido tanto capitalismo en el mundo como ahora y no hay una teoría capaz de explicarlo mejor que el pensamiento de Marx.

Los últimos años mostraron que, con la caída del Muro de Berlín, no colapsó solamente el socialismo, sino también la socialdemocracia. Quedó claro que las conquistas de las clases trabajadoras en las décadas anteriores habían sido posibles porque la URSS y la alternativa al capitalismo existían. Constituían una profunda amenaza al capitalismo y éste, por instinto de supervivencia, hizo las concesiones necesarias para poder garantizar su reproducción. Cuando la alternativa colapsó y, con ella, la amenaza, el capitalismo dejó de temer a los enemigos y volvió a su voracidad depredadora y concentradora de riqueza.

Mientras no surja una alternativa creíble al capitalismo, la situación de los trabajadores, de los pobres, de los emigrantes, de los jubilados, de las clases medias siempre al borde de la caída abrupta en la pobreza, no mejorará de manera significativa. Obviamente que la opción no será (no sería bueno que lo fuese) del tipo de la creada por los soviéticos, pero tendrá que ser una alternativa clara y mostrar esto fue el gran mérito de la Revolución Rusa.

Se produjo una auténtica revolución neoconservadora –con peligrosas tendencias hacia la derecha más radicalizada- y los países capitalistas, lanzaron una agresiva política de rearme a la vez que impulsaron un programa de reconversión industrial, privatizaciones, desmontaje del Estado de bienestar y de los servicios públicos esenciales, devaluación de las rentas salariales, precarización de las condiciones de trabajo, desregulación de las relaciones laborales… produciendo un aumento exponencial de la desigualdad y el retorno de la lucha de clases con nuevos actores: los precarizados, los sin trabajo, los desahuciados, despedidos, emigrados, desplazados, en “negro”…

Las revoluciones del siglo XXI se verán obligadas a reinventarse y a distanciarse de los patrones anteriores. La caída de la URSS dejó un mundo sin alternativas al capitalismo y la búsqueda de una nueva izquierda global debe  asimilar,  digerir y  aprehender esa experiencia histórica. Tal vez Marx (y el marxismo) tenga por fin la oportunidad de ser discutido como merece, como teoría social. Lo cierto es que El capital, que tardó cinco años en vender sus primeros mil ejemplares antes de convertirse en uno de los libros más influyentes de todos los tiempos, ha vuelto a convertirse en un éxito de ventas. Marx ha sido y es el autor más debatido y citado en la literatura filosófica y política mundial de los últimos dos siglos.

“¡Buen día! ¡Aquí estoy de nuevo!”
“¡Buen día! ¡Aquí estoy de nuevo!”

 

 

Bibliografía

  • La caricatura de Putin es una ilustración en un artículo de Tony Barber: “1917-The Year Vladimir Putin Would Rather Forget” en el Financial Times, 07/11/2017. Asequible en https://www.ft.com/content/00e90c14-7056-11e7-aca6-c6bd07df1a3c (consultado 10/11/2017).
  • Las otras ilustraciones pueden encontrarse en mi libro “Proletarios de todos los países… ¡Perdonadnos!”o sobre el humor político clandestino en los regímenes de tipo soviético y el papel deslegitimador del chiste en Europa central y oriental (1917-1991) Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA), 2016.

 

 

 

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