"El sacrificio de Narciso"
Misterio femenino y misoginia

Por Florencia Abadi
(UBA/CONICET)

El siguiente es un extracto del libro “El sacrificio de narciso” de Florencia Abadi, editado por la Hecho Atómico Ediciones.

El vínculo entre enigma y odio fue patente en la Antigüedad griega. Los enigmas de la Esfinge son el producto de su crueldad, de su potencia destructiva. Apolo, el dios “que hiere de lejos”, expresaba su perversidad y su ferocidad diferida a través del oráculo de Delfos. El enigma se vincula a una divinidad que se presenta oculta e incierta pero sobre todo hostil. Implica un obstáculo, un desafío que plantea una rivalidad e invita por lo tanto a la lucha.

El enigma es una proyección de quien desea interpretar, saber. En definitiva, una proyección del odio que habita la curiosidad, pasión erótica y destructiva, como lo muestran numerosas figuras (Eva, Pandora, Psique, la mujer de Barba Azul, etc.). En palabras de Benjamin, “la verdad no es bella en sí misma, sino para quien la busca”. No hay más enigma que el que proyecta quien se asombra: ni el cielo estrellado ni la fuerza terrible de la naturaleza son en sí mismos ningún misterio (Kant llamaba subrepción a aquella operación que atribuye al objeto una sublimidad que pertenece en realidad al sujeto).

Si el enigma está vinculado al odio, proyectar sobre la mujer la idea de un misterio conlleva la misoginia. Detrás de la idealización que sugiere la idea de un misterio femenino, se esconde el odio envidioso, el odio de quien cree que le es negado el acceso a algún placer. Quien envidia idealiza, imagina que el envidiado ha encontrado su objeto, que ha satisfecho plenamente su deseo, que posee el secreto. Así, el goce de la mujer es concebido como lo absoluto, y la satisfacción misógina consiste en infligir el placer (sádicamente). No es otra la escena dominante de la pornografía contemporánea.

Isis, diosa egipcia.

II

Existen tres símbolos o representaciones de la mujer-enigma que permiten observar la cuestión de la idealización envidiosa: la Esfinge griega, la mantis religiosa y la estatua del velo de Isis. La Esfinge griega, demonio maléfico con rostro de mujer, cuerpo de león y alas de ave, formula enigmas y estrangula a quienes no son capaces de resolverlos. Ahorca, cierra el paso (sphíggein significa cerrar), en sintonía con el viejo y difundido mito de la vagina dentada. El enigma es hermético. La esfinge representa el terror a quedar atrapado adentro. En la versión de Estacio, tiene los ojos como brasas encendidas y veneno en su boca, elementos ambos vinculados a la envidia. El veneno es el símbolo del carácter oculto del sufrimiento envidioso, que carcome por dentro; los ojos fulgurantes, un signo tradicional de envidia (el mal de ojo, la mirada fuerte y peligrosa). La envidia es por necesidad proyectiva: es entonces la esfinge quien detenta el veneno y el resplandor ocular.

La mantis religiosa fue concebida por una extraordinaria cantidad de pueblos como una profetisa –su nombre lo indica–, cuya presencia anuncia una terrible desgracia (Roger Caillois llevó a cabo un estudio minucioso sobre las diversas representaciones del insecto). Entre los rumanos, se la llamó Calugarita, que significa monja, mujer con velo, es decir, mujer enigma. Como la Esfinge y como la diosa Isis, la mantis posee un carácter sagrado, la fusión de lo fascinans y lo tremendum. El aspecto digestivo y devorador aparece aquí explícitamente vinculado al erotismo: el comportamiento más sugestivo de la mantis consiste en comerse (en ocasiones) al macho durante o después del apareamiento. También a la mantis se le atribuyó el mal de ojo, por su capacidad de seguir con la mirada. Eso sugirió que el insecto no solo ve, sino que también mira, es decir, desea, envidia.

Según una antigua tradición que recoge Plutarco, existía en Egipto, en el templo de Sais, una enorme estatua de la diosa Isis cubierta por un velo y acompañada por una inscripción que rezaba: “Soy todo lo que ha sido, es y será, y ningún mortal ha levantado mi velo”. Aquel que osara descorrer el velo perecía en el acto. Una suerte de antítesis de la Esfinge, solo en apariencia: aquí quien muere no es quien no consigue resolver el enigma, sino quien lo logra. El desafío del enigma, en cualquier caso, es mortal; también Homero debe morir luego de no adivinar el enigma de los pescadores, en el célebre fragmento de Heráclito. Isis ya no devora, mata instantáneamente. Una suerte de petrificación quizás, facultad propia de la mirada envidiosa, que se encuentra ella misma paralizada, impotente.

III

La belleza es en sí misma un nombre del enigma, del velo o brillo apariencial (la familia anglosajona schön, shine, Schein), que señala la relación íntima del enigma con el deseo. “La mantis agota, mata, y con ello solo es más hermosa” (Alfred de Musset, citado por Caillois). Es obvio que la femme fatale es la representación de la mujer deseada: el poder de Eros es temido hasta por el mismo Zeus. En la medida misma en que ejerce su poder, el enigma se vincula a la sumisión, a la obediencia. “Cuando el misterio es demasiado impresionante, no osamos desobedecer” (El Principito). El respeto, que Kant hermanó con la sublimidad, está en realidad despojado de ese aura que coloca al otro en el lugar del enigma y el misterio. El otro, libre de proyecciones e idealizaciones, aparece allí donde el enigma cae.

 

Imagen de portada: Edipo y la esfinge de François Xavier Fabre

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