Tiempo PRO
“No hay futuro en el pasado”. Política, temporalidad y orden social en el discurso macrista

Por Fabio Wasserman
Instituto Ravignani (Universidad de Buenos Aires – Conicet)

En el cierre de la campaña para las elecciones primarias realizado el cinco de agosto en el estadio de Ferro, Macri sostuvo que “No volvemos al pasado porque la Argentina del futuro es la que queremos, porque no hay futuro en el pasado”[1].

Pasado, futuro; futuro, pasado… todo indicaría que se trató de un recurso retórico, o que Macri, llevado por un rapto de entusiasmo, se enredó una vez más con sus propias palabras. Sin desconocer ambas posibilidades, lo cierto es que también estaba expresando algo sustancial para la fuerza política que lidera y que por eso mismo habría que considerar con mayor seriedad. Ahora bien, tal como se suele decir, si queremos entender el sentido de esta enigmática frase no alcanza con mirar la foto: tenemos que mirar la película. En las siguientes líneas me propongo reconstruir y examinar brevemente la trama de esta película que trata sobre un clásico de la política al que el macrismo le quiso dar un enfoque novedoso: su relación con la temporalidad.

Lo primero que se debe decir en ese sentido es que no se trata de una cuestión menor, ni para el macrismo ni para los otros actores sociales y políticos. Es que su proyecto de producir una profunda transformación socioeconómica en favor del mercado y que se propone a poner fin a lo que califica como una “pesada herencia” -las políticas, instituciones, experiencias, derechos y tradiciones igualitarias, populares o populistas-, no puede implementarse sin cambios sustanciales de orden ideológico y cultural. Hernán Lombardi advertía en ese sentido en julio de 2016 que “No vamos a cambiar hasta que no hagamos un cambio cultural, donde redefinamos la relación entre los individuos, la sociedad y el Estado, donde redefinamos cómo vemos el pasado para proyectarnos en el futuro”[2]. A su modo, y aunque nunca lo asumió con esas palabras, el macrismo también se propuso librar una batalla cultural. Y en esa batalla el futuro cumple un rol decisivo al ser la dimensión que orienta y dota de sentido a las acciones y a los discursos. Tanto es así que más allá de sus contenidos concretos que nunca terminan de precisarse, el futuro se convirtió en un fetiche que simboliza el cambio deseable, tal como se advierte en la elección de nombres como PRO, Cambiemos y Juntos por el Cambio.

Varios analistas políticos y comunicacionales sostienen que este énfasis en el futuro constituye uno de los núcleos del discurso macrista. Sin embargo estimo que esta caracterización es parcial e insuficiente para poder entender la relación del macrismo con la temporalidad. Esto se debe a una cuestión que no ha merecido la misma atención, la otra subtrama de la película, y es que tanto el gobierno como los actores que lo apoyan en la esfera pública también fundamentan sus políticas y sus posiciones apelando al pasado y, sobre todo, a interpretaciones canónicas y conservadoras de la historia nacional. En ese sentido, y atendiendo los diagnósticos que sostienen que estamos viviendo en un régimen de temporalidad presentista, cabe preguntarse si desentendiéndose de la historia es posible construir hegemonía, procurar consenso o tan siquiera gobernar. Como veremos, la respuesta por el momento parece ser negativa.

La visión aspiracional: “Que la muerte esté tranquila”

El seis de marzo de 2013 La Nación publicó una nota de opinión firmada por Macri que con el elocuente título “La Respuesta es el Futuro” proponía reformular las relaciones entre política, sociedad y temporalidad en los siguientes términos (los destacados son míos):

Nos falta futuro. Nos falta voluntad de dar forma a una nueva realidad y nos sobra desencanto, miedo y frustración. Dedicamos más tiempo a describir el fracaso que a dejarlo atrás. Es urgente que aprendamos a superar la posición reivindicativa y logremos generar posiciones activas y vitales que hagan posibles las soluciones que necesitamos.

La visión reivindicativa considera más importante el pasado que el futuro y hace pesar sobre todos nosotros una realidad que ya no existe. Se abusa de las referencias a personas y situaciones que pertenecen a otra época. Se busca revancha, no soluciones. Se valora más un deseado desquite que la vida y los proyectos de los que hoy luchan por abrirse camino. La visión aspiracional, en cambio, nos permite enfocar donde es necesario hacerlo: en el esfuerzo y el placer del desarrollo, en el sano deseo de crecimiento.

Mi acción política, mi rol dirigencial, ha tenido siempre como sentido convocar a mis compatriotas a un acto de rebeldía esencial. Rebeldía, sí, una rebeldía que osa superar prejuicios, referencias caducas, temores, timideces, falsas diferencias.

El texto desarrolla una estrategia argumentativa usual en el discurso macrista: presentar un juego de oposiciones irreductibles como esquema interpretativo de la vida social y política. En este caso, a una “visión reivindicativa” atada al pasado le contrapone una “visión aspiracional” orientada hacia el futuro. Macri se posiciona dentro de ese marco binario como un líder rebelde e inconformista cuya misión es poner fin a un estado de cosas en el que la persistencia del pasado no deja lugar a “la vida” y a los “proyectos”. Es muy probable que en la elaboración de ese texto haya participado Alejandro Rozitchner, uno de los artífices del discurso macrista, quien a comienzos de este año sostuvo en esa misma dirección y con total crudeza que

Estamos creídos que la orientación respecto del presente y del futuro se obtiene en el conocimiento de la historia y eso me parece una barbaridad. Me parece que eso es mirar hechos muertos, gente muerta, ideas viejas y vive en ese ambiente conservador.

Asimismo recurría a un arsenal de imágenes médico/patológicas al sostener que esa contraposición se da entre “una relación sana con la realidad” y un estado de “enajenación”[3].

No se tratan de expresiones aisladas o circunscriptas a la prensa periódica. En efecto, éstas u otras intervenciones del mismo tenor son ampliamente difundidas en los medios audiovisuales y en las redes sociales en donde se reproduce un discurso que presenta al macrismo como una fuerza moderna, jovial, descontracturada y orientada hacia el futuro. Y tampoco carecen de todo carácter práctico, tal como se puede apreciar en una de las medidas simbólicas más importantes tomadas por el gobierno en relación al pasado nacional: la incorporación de animales autóctonos en los billetes en reemplazo de figuras y sucesos históricos. Los fundamentos de esta medida, que son expuestos en la página web del Banco Central, retoman la contraposición entre vida/muerte y futuro/pasado, a la vez que incorpora otros tópicos, ya sean asociados a la vida como la alegría y la ecología, o a la política, como el federalismo y la unidad nacional:

Celebrar la vida. Nuestra fauna y nuestra flora son una representación de lo vivo y de la vida.

Enfatizar el futuro más que el pasado. Celebrar la vida es mirar al futuro. No queremos hacer un culto de lo que ya pasó, porque estamos convencidos que la mejor Argentina es la que está por venir.

Pasar de la solemnidad a la alegría. Los billetes usan colores vivos, dejando de lado la solemnidad de la monocromía. La alegría es la manera que elegimos vivir nuestras vidas cotidianas, ¿por qué nuestra moneda debería ser diferente?

Reivindicar el federalismo. En contra de la centralidad que algunas veces se pretende en la vida política de la Argentina, estas figuras representan a todo el territorio nacional, a lo largo y a lo ancho.

Somos más que sólo hombres y mujeres. Nuestro país es mucho más que la sociedad de hombres y mujeres. Somos plantas, animales, suelo, aire, agua; nosotros tenemos la responsabilidad de cuidar y preservar en un sentido integral a nuestro ambiente y a todos sus habitantes. No estamos solos en este mundo.

Encontrarnos todos los argentinos. Los billetes son una presencia cotidiana. Por eso elegimos una temática con la que absolutamente todos nos sintamos representados e identificados. Nuestra nueva familia habla de los desafíos que tenemos todos los argentinos en el entendimiento que es mucho más lo que nos une, que lo que nos separa[4].

En una entrevista realizada por Carlos Pagni en octubre de 2017 en el Coloquio Idea que reúne anualmente a una élite de empresarios, políticos, funcionarios, académicos y periodistas, Marcos Peña reivindicó esta decisión alegando que

La obsesión que tenemos por analizar la coyuntura en función del pasado no es normal. En otros países no pasa eso. Y está bueno saber que esa es una patología nuestra. [Risas cómplices y aplausos] Para mí, una de las cosas chiquitas pero simbólicas más lindas que hicimos es poner animales en los billetes… es la primera vez en la Historia argentina que hay seres vivos en la moneda nacional y que dejamos la muerte atrás. Que la muerte esté tranquila, que descanse en paz y que vivamos nuestra vida[5].

De ese modo, y apelando a un repertorio de imágenes y metáforas sobre el pasado y el futuro vinculadas a la muerte, la vida y la enfermedad, proponía una articulación con otra idea fuerte del discurso macrista que es la de considerar a la Argentina como un caso excepcional y patológico por el peso que tendría el pasado en el presente, pero también por su supuesto aislamiento del mundo, por sus políticas populistas y por su baja calidad institucional.

El pasado deshistorizado: de héroes a emprendedores

A pesar de su proclamado desinterés por la historia, el macrismo advirtió que el pasado constituye una cantera de imágenes, símbolos, figuras e íconos con gran poder evocativo que, deshistorizados, pueden ser reapropiados como objetos de consumo cultural, ideológico y/o irónico. Un ejemplo emblemático por su carácter desacralizador y su potencia simbólica es el de las remeras con una imagen que fusiona la cara de Macri con la del Che Guevara acompañada por el slogan “Macri es revolución”.

Más allá de la apropiación irónica, esta operación también contribuye a identificar al macrismo con las ideas de “rebeldía” y “revolución” asociadas a las de cambio y futuro pero desprovistas de todo contenido histórico e ideológico preciso.

Otro ejemplo de apropiación deshistorizadora es un tweet publicado por el Ministerio de Innovación de la Ciudad de Buenos Aires el 17 de agosto de 2017 que reproducía el fragmento de una famosa proclama libertaria de San Martín, a quien presentaba como un “emprendedor”, la figura emblemática del neoliberalismo que encarna la idea del mérito individual como motor del cambio.

No se trató de un fallido: Andy Freire, el entonces Ministro de Innovación, respondió afirmativamente cuando le preguntaron si San Martín era un emprendedor, haciendo además extensiva esa calificación hacia otras figuras revolucionarias como Belgrano y Moreno, e incluso Nelson Mandela[6].

El pasado que no pasa

Lo señalado en las líneas anteriores permite afirmar que el macrismo concibe una temporalidad orientada hacia el futuro y desligada de todo pasado o al que se le pueda atribuir densidad, sentido y capacidad explicativa como parte de un proceso histórico protagonizado por actores colectivos. Esta es sin duda la parte más llamativa de la película que estamos procurando reconstruir y analizar pero, tal como anticipé, la misma tiene otra subtrama en la que el pasado y la historia cumplen un papel más sustancial. Es que si bien el macrismo concibe al pasado como un lastre, lo cierto es que no puede prescindir de él a la hora de gobernar y de procurar legitimidad. Esto puede atribuirse en principio a dos razones: por un lado, a que el macrismo no se reduce a Macri y sus allegados, hecho que se evidencia en la coalición de gobierno que incluye a otras fuerzas y partidos para los que las tradiciones históricas tienen un peso importante; por otro lado, y mucho más decisivo aún, a que gobernar impone exigencias que no resulta sencillo eludir. Dos breves ejemplos de política interna y externa permitirán ilustrar esta cuestión.

El 23 de agosto se conmemora en Jujuy el Éxodo Jujeño, un episodio épico -y en parte mítico- que es muy importante para la identidad provincial ya que simboliza su participación en el proceso independentista. En el 2017, y pocas semanas antes de afirmar en el Coloquio Idea que el pasado es el lugar de los muertos a quienes debía dejarse en paz, Marcos Peña encabezó junto al gobernador radical Gerardo Morales el acto conmemorativo en el que los motivos tradicionalistas tienen una fuerte presencia. En esa ocasión afirmó que “Todos tenemos un gran cariño por esta provincia y también por la historia que esta noche estamos recordando del heroísmo del pueblo jujeño”[7]. No importa qué es lo que piensa Peña al respecto, sino que asume que su posición como Jefe de Gabinete y aliado de Morales lo obliga a hacer declaraciones de este tenor. En ese sentido resulta aún más revelador lo que sucede en relación a la memoria vinculada a los crímenes de lesa humanidad cometidos por la Dictadura, ya que es una cuestión que buena parte del macrismo preferiría dejar en el olvido. Pero esto no es posible y no sólo por las discusiones y las disputas dentro de Argentina, sino también por las relaciones internacionales que Macri procura cultivar con esmero. Esto se hizo evidente ni bien asumió la presidencia, pues las agendas de Barack Obama y François Hollande, los dos primeros invitados que recibió, incluían en un lugar destacado la visita a figuras y lugares vinculados a los Derechos Humanos.

Ahora bien, más allá de las alianzas políticas y de las exigencias que implica ejercer el gobierno, hay otra razón mucho más decisiva por la cual el pasado sigue teniendo un papel importante en el discurso del macrismo: su caracterización de la sociedad argentina se inscribe en una interpretación tradicional de la historia nacional a la que recurre en numerosas ocasiones y, en particular, cuando se produce un conflicto. Uno de los ejemplos más evidentes en ese sentido es la referencia al caudillismo como expresión del atraso en el marco del esquema dicotómico que Sarmiento popularizó como un enfrentamiento entre la civilización y la barbarie. Pocos días antes de que Macri asumiera la presidencia, Alfonso Prat Gay reeditó esta antinomia al advertir que

Somos una Nación de 40 millones de habitantes con un nivel superior de educación todavía respecto de otros países de la región, que cada diez años nos dejamos cooptar por un caudillo que viene del norte, del sur, no importa de dónde viene, pero de provincias de muy pocos habitantes, con un currículum prácticamente desconocido[8].

Casi cuatro años más tarde, en abril de 2019, un grupo de manifestantes abucheó al Secretario de Cultura Pablo Avelluto durante la inauguración de la Feria del Libro. A raíz de ese incidente el Diputado Fernando Iglesias publicó un tweet que se sostiene en esa misma matriz interpretativa:

Estas u otras referencias, narrativas, representaciones e interpretaciones históricas similares son también invocadas cuando se producen conflictos que involucran a los pueblos originarios, particularmente con los mapuches que sufren la violencia de los grandes propietarios y de las fuerzas de seguridad en el marco de disputas por el acceso al agua y por la propiedad de la tierra. Esto se debe a que uno de los principales argumentos que se esgrime para negarles esos derechos es una interpretación histórica según la cual serían indios chilenos que habrían invadido el territorio argentino en el siglo XIX, desplazando o exterminando a los nativos verdaderamente argentinos como los tehuelches. Un ejemplo en ese sentido, y que evidencia que lo que se quiere sacar de los billetes bien puede retornar como un tweet, es una intervención de la periodista y tuitera Luciana Sabina que también publicó un artículo presentando evidencia histórica sobre esta supuesta invasión[9].

Si apelé a este ejemplo es porque ni estos ni otros argumentos o referencias similares son construcciones originales del macrismo sino que constituyen una suerte de sentido común difundido entre vastos sectores de la sociedad incluyendo a buena parte de sus funcionarios, militantes y simpatizantes. Este sentido común está estructurado como una narrativa histórica que concibe a la Argentina como una nación de clase media cuyas bases institucionales fueron forjadas por la generación de 1880 y cuya sociedad es el fruto de la inmigración europea que desplazó a la población nativa entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. Sin este marco resultarían incomprensibles por ejemplo las singulares palabras pronunciadas por Macri en enero de 2018 en el Foro de Davos, cuando sostuvo que un acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur era algo natural “Porque en Sudamérica todos somos descendientes de los europeos”[10]. Esta interpretación de la historia nacional sostiene a su vez que Argentina era una potencia económica integrada al mundo cuyo destino era ser un país desarrollado como Australia o Canadá, pero que el peronismo malogró con sus políticas populistas, por lo que desde mediados del siglo XX habría entrado en un proceso de decadencia. Proceso que, como es sabido, el macrismo sintetizó con una expresión temporalizada ampliamente utilizada en el debate público: los “70 años”.

El tema de la película

Si bien el macrismo presume de que el pasado carece de todo interés y que  habría que enfocarse en lo verdaderamente importante que es el futuro, lo cierto es que también apela a narraciones e interpretaciones históricas arraigadas en la sociedad para explicar, sostener o legitimar sus propuestas. En estas líneas finales quisiera plantear a modo de hipótesis cuál es el verdadero tema de esta película para así poder entender cómo se articulan estas dos líneas argumentales.

Varios autores sostienen que en las últimas décadas se produjo una profunda transformación de las formas en las que se vinculan las fuerzas político-ideológicas con la temporalidad. El progresismo y la izquierda -y, añado, el populismo en América Latina- se fueron convirtiendo en fuerzas conservadoras cuyo accionar apunta a resistir los cambios promovidos por el capital y, a lo sumo, a la promoción de nuevos derechos[11]. Por su parte, se extendieron expresiones político-ideológicas de derecha que tienen una menor carga de experiencia o, para ser más precisos, que logran presentarse de ese modo, y que por eso pueden llegar a tener una mayor capacidad para expresar y vehiculizar expectativas orientadas hacia el futuro. De hecho el neoliberalismo se concibe como una fuerza promotora de cambios radicales y liberadores orientados a transformar el status quo que oprime a las personas. De ese modo podría alcanzarse su utopía: una sociedad de individuos que satisfacen sus deseos, necesidades e intereses a través del mercado que al reconocer los méritos y capacidades de cada persona se constituye en el mecanismo regulador por excelencia de las relaciones sociales.

Tanto esta concepción como un tono rebelde, belicoso e inconformista, se pueden encontrar en la obra de algunos de sus principales ideólogos como Ayn Rand, cuyos libros se cuentan entre los pocos que Macri reconoce haber leído. En su novela La rebelión de Atlas, la escritora rusa presenta a un Estado colectivista y opresor de los individuos talentosos y generadores de riqueza que son quienes sostienen a la sociedad. Una versión de esta idea adaptada a la realidad argentina se puede apreciar en una imagen con la que el Ministerio de Producción quiso graficar en febrero de 2019 cómo unas pocas personas sostendrían con sus impuestos a una multitud.

A simple vista se advierte que esta imagen tiene una particularidad: la minoría que sostiene al resto de la sociedad está compuesta por personas blancas, de clase media y con rasgos que permiten individualizarlos, mientras que la multitud es mestiza y sin rasgos propios. Resulta significativo que la distinción entre ambos grupos no sea sólo por su actividad, su desempeño o su capacidad como podría plantearse en el marco de una concepción meritocrática neoliberal, sino también por la contraposición entre un grupo de individuos y una masa indiferenciada que expresa otra veta ideológica fundada en la existencia de diferencias y jerarquías sociales y étnicas -y que también podría recurrir a otros criterios de exclusión o de desigualdad como el género-.

El discurso macrista no está forjado únicamente en una matriz neoliberal, sino que también está informado por una concepción conservadora o tradicional del orden social. A pesar de sus notorias diferencias, las dos concepciones coinciden en un punto decisivo en la vida social y política argentina y que es el verdadero tema de la película que estamos tratando: el anti igualitarismo. Ya sea que la consideren deseable o inevitable, lo cierto es que ambas concepciones suponen que la desigualdad es inherente a todo orden social. La diferencia es que la conservadora la concibe como la expresión de un orden jerárquico natural o tradicional con un fuerte componente socio-étnico, mientras que para la neoliberal sería un efecto de cómo el mercado valora a las capacidades y a las acciones individuales. Según las circunstancias pueden invocarse elementos de una u otra línea argumentativa en las que el pasado y el futuro tienen a su vez distinto peso: mientras que la neoliberal apunta con mayor decisión hacia el futuro, la conservadora o tradicional recurre a narrativas, representaciones e interpretaciones históricas en cuyo marco cobran sentido las disputas sociales y políticas.

Más allá de esta hipótesis cuya constatación requeriría de mayores precisiones y elementos de análisis, este recorrido permite advertir que, contra lo que sostienen los diagnósticos presentistas en boga, el pasado y el futuro continúan siendo dimensiones esenciales de la experiencia social por su capacidad para orientar y dotar de sentido a las acciones individuales y colectivas. Y, por lo tanto, siguen siendo un campo de intervención y de disputa política e ideológica que no debe ser abandonado por quienes seguimos creyendo que sin igualdad no puede haber libertad.

 

 

[1] https://cablera.telam.com.ar/cable/813283/macri-dijo-que-no-volvemos-al-pasado-porque-no-hay-futuro-en-el-pasado

[2] Citado por E. Adamovsky en “Argentina está salada”, Revista Último Round, 24/7/2017 https://revistaultimoround.com.ar/articulos/page/4/

[3] La Nación 2/1/2019

[4] http://www.bcra.gov.ar/MediosPago/Nueva_familia_billetes.asp

[5] https://www.youtube.com/watch?v=yO1UX57nfWY&fbclid=IwAR3oo8pV77PHfRiN7aI4SMV0IaQL7yjNLZ8jNENt9BcdmiGDOuZDiOMu_BA (los destacados son míos)

[6] https://www.politicargentina.com/notas/201708/22307-segun-andy-freire-san-martin-belgrano-moreno-y-mandela-fueron-emprendedores.htm

[7] http://www.telam.com.ar/notas/201708/198881-jujuy-evocacion-exodo-jujeno-marcos-pena-gerardo-morales.html?iframe=true&width=100%&height=100%

[8] https://www.youtube.com/watch?v=7ZwKfXTGj4M

[9] “Los habitantes de la Patagonia, en épocas de Roca y Avellaneda”, Diario Los Andes, 9/9/2017.

[10] https://www.perfil.com/noticias/politica/macri-en-sudamerica-todos-somos-descendientes-de-europeos.phtml

[11] Desde luego que se trata de una caracterización esquemática e injusta ya que pueden encontrarse conceptualizaciones o referencias originales y potentes sobre el futuro en algunas expresiones de izquierda y en los movimientos sociales, particularmente en los feminismos.

 

Imagen de portada: Lucian Stanculescu, “Time Eccentric – VIII”

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