Economía y moral
Nunca paga Dios

Por Alejandro Campos

¿Hay alguna relación entre la economía y la moral? Si, y mucha. Alejandro Campos analiza en este texto esa relación íntima al tiempo que traza un panorama de sus derivas en la historia argentina reciente, y no tan reciente.  

De deudas y culpas  

A medida que avanzaba el siglo XIX, las penas y castigos contra quienes incumplían sus deudas comenzaron a relajarse y volverse menos cruentas. Las penas de prisión y tortura dieron paso a otras medidas atenuadas, pero no por eso menos injustas. Acaso sea por ese ablandamiento del poder punitivo que la especial afinidad que guardan la economía y la moral nos resulta menos patente en el siglo XXI, cuando suele aceptarse como lugar común que las cuestiones morales son cosa de otro tiempo en un mundo que se rige según parámetros exclusivamente económicos.  

Y, sin embargo, la economía política y la moral se encuentran mucho más entrelazadas de lo que nos aparecen a primera vista. El concepto alemán Schuld –que significa tanto deuda como culpa- da buena cuenta de ese entrelazamiento. Nietzsche pone de relevo esta doble connotación a la vez económica y teológica del término. El deudor es alguien a quien es necesario recordarle, a través de la amenaza de castigos, su condición de tal, de modo de conjurar el posible incumplimiento de su deuda.1 Pero tampoco a Marx, tantas veces acusado de economicista, se le escapaba esta afinidad entre lo económico y lo moral. Según él, la economía era la más moral de todas las ciencias. Y, en esta serie de referencias a la filosofía alemana, difícilmente pueda omitirse a Weber, quien más sistemáticamente elaboró la complicidad entre la ética protestante y la naciente economía capitalista.  

Ninguna de estas referencias resulta inactual. Nos basta ver cómo se denominaron en España a las medidas económicas de ajuste del gasto público: políticas de austeridad. ¿No es la austeridad un concepto moral? ¿Por qué se otorga a una medida económica un contenido moral? Aún en pleno siglo XXI, la economía sigue remitiendo a una cuestión moral, tanto como ésta continúa implicando una cuestión económica.  

Pagar la fiesta 

Si de deudas y de ajustes se trata, quizás pocos países puedan dar tanta cátedra como la Argentina. Desde el empréstito con la Baring Brothers contraído por Bernardino Rivadavia hasta el más reciente otorgado por el FMI a la administración encabezada por Mauricio Macri –el más cuantioso que el FMI haya dado a cualquier país en un lapso tan corto de tiempo. Pasando por Nicolás Avellaneda y su declaración de que “hay dos millones de argentinos que economizarán sobre su hambre y su sed (…) para responder a los compromisos de nuestra fe en los mercados extranjeros”2, por el capítulo Martínez de Hoz y, claro, por la década del menemato. La historia económica mundial reciente, en su capítulo sobre deudas, tiene un lugar privilegiado reservado para la Argentina. Aún no alcanzamos a oír el ruido de rotas cadenas. El ruido y el peso de las cadenas de la deuda siempre nos ha tapado aquél otro cuyos ecos acaso fueron de una brevísima duración. Y ya hace tiempo que lo sabemos: sin independencia económica no hay soberanía política posible.  

Vedada la palabra “ajuste”, la narrativa que sostuvo la política económica macrista tenía un subtexto que apuntaba a la desmoralización y culpabilización de las clases populares y de los trabajadores. En el balbuceo presidencial, aparecía al estilo de una apelación más compacta y genérica del tipo “no se puede gastar más de lo que uno tiene3. En otros miembros del elenco gubernamental, las expresiones eran más directas y brutales, como cuando Gonzáles Fraga decía que “le hicieron creer a un empleado medio que podía comprarse celulares e irse al exterior4. El discurso apuntó a la estigmatización del consumo, que se caracterizó como derroche. Habíamos vivido en una fiesta. Después de esa irrealidad, era hora de pagarla. Los medios, no sólo instigadores sino también fabricantes de esta narrativa, le dieron consistencia a través de un concepto: sinceramiento. Podríamos atenuar el impacto de este discurso, reducirlo a un mero barniz justificador de la política económica. Y sin embargo, quizás aquélla no hubiese sido posible sin esta veladura. O al menos difícilmente hubiese obtenido el consenso del que gozó. ¿O acaso no escuchábamos con frecuencia la justificación de los tarifazos porque “hay que pagar lo que vale”, “no podíamos pagar lo que pagábamos”? No faltaron tampoco quienes desde su posición empresarial (principales beneficiarios y diseñadores de la política gubernamental) abonaron a la estigmatización. No fue Alfredo (Coto), bien conocido por todos, sino su esposa, Gloria, la vocera del sentir empresarial. En los albores del macrismo, en oportunidad de una visita de Mauricio Macri al supermercado para el anuncio de inversiones, decía lo siguiente en declaraciones ante Jorge Rial: “Yo siempre digo: antes de un cadete sacaba un gerente y ahora de un cadete saco un cadete. Eso te habla de algo que falta, falta educación, que la gente tiene que tener ganas de trabajar y de ganarse lo que gana. Eso se perdió en los últimos años producto de los planes que arruinaron a mucha gente, fueron dependientes de los planes, del puntero político de turno. Todo eso hay que recuperarlo, hay que trabajar mucho”. Para luego agregar, respecto al vínculo empresarial con sus empleados: “Si yo lo quiero echar me parece perfecto que le tenga que pagar hasta el último peso, pero si él se quiere ir, ¿por qué me va a inventar un psiquiátrico, una enfermedad? ¿Por qué? No me parece justo. Y eso es lo que realmente tenemos que mejorar, porque sino no vamos a conseguir que vengan empresas a apostar por el país”5. Estaba claro: se trataba de ponerle un coto a las aspiraciones de las clases populares. Estas declaraciones resultan prolíficas en su producción estereotípica. La construcción de un trabajador chanta, abusivo. En definitiva, estafador. Un vago que saca provecho de leyes que encima lo amparan. Esta se convertiría en otra de las aristas discursivas del macrismo, que iría cobrando más protagonismo en los últimos años del mandato a través del ataque a las leyes laborales y a los jueces que las garantizaban. 

Lo cierto es que esta narrativa supuso una alevosa distorsión. Durante los años de los gobiernos kirchneristas no sólo no reinó la indisciplina, sino que se generó un proceso de crecimiento económico que motorizó la creación de millones de puestos de trabajoPor el contrario, fueron los años del macrismo durante los cuales aumentó el gasto público destinado a planes sociales. Una política paliativa y de contención diseñada a sabiendas de que las medidas económicas en curso producirían una enorme pérdida de puestos de trabajo. Podemos concluir que aquello que el poder concentrado denominaba indisciplina era la autoestima de los sectores populares que, en condiciones económicas más abundantes, no se exponían tan fácilmente a cualquier situación de explotación. Había que volver a agachar cabezas que durante demasiado tiempo habían mantenido la frente en alto. Se trataba de volver a alzar manos suplicantes, de recuperar ese agradecimiento dócil que se le ofrenda a las clases dominantes por ser las que “dan trabajo”. Y para llevar a cabo ese proceso hacía falta lanzar una campaña de propaganda que hiciera sobrevolar un sentimiento culposo sobre la sociedad. 

Democratizar la economía 

“Hay que democratizar el país, hay que democratizar la economía”6 dijo Cristina Fernández de Kirchner durante la campaña del 2019. Echemos un vistazo a la economía durante los años del kirchnerismo para comprender el contenido de aquella frase. El elenco económico de aquellos gobiernos se nutrió de diferentes corrientes: políticas neo-keynesianas, políticas clásicas del peronismo y otras inspiradas en el desarrollismo. Axel Kicillof, Guillermo Moreno y Mercedes Marcó del Pont fueron, respectivamente, las caras más visibles de cada una de aquellas corrientes. Esta convivencia heterodoxa no estuvo exenta de tensiones. No obstante, éstas no empañaron el denominador común de aquellos años: la recuperación del poder adquisitivo como motor fundamental para el impulso del consumo. La convergencia de aumento de salarios y jubilaciones (altas en relación con el promedio de la región) y control de precios conformaron un escenario de relativa abundancia que sostuvo el clásico ciclo virtuoso que forma parte del manual básico de la economía peronista. Estimular la economía a través de la demanda para así empujar la oferta, es decir, la producción. Este proceso se apuntaló, entre otras estrategias, a partir de una política monetaria expansiva que abultó la base monetaria circulante en el mercado, algo que no hubiese sido posible de haber tenido que acatar los tradicionales mandatos del FMI.    

“Democratizar la economía” parece una consigna potente a la hora de pensar la manera de agenciar la distribución de la riqueza en la sociedad. No debiera menospreciarse el efectivo poder de esta política, pero también sería prudente –lo haremos más adelante- relevar sus limitaciones. Una variante acaso más literal de aquella concepción se sintetiza en otra consigna enunciada por Alberto Fernández en la campaña: “poner dinero en el bolsillo de la gente”7. Resulta interesante, en esta concepción, la idea de que una mayor participación de las clases populares en el circuito del mercado derive también en un mayor empoderamiento. Partir de la esfera económica para provocar cambios que generen a la vez una mejor y más comprometida ciudadanía. No está demasiado claro que este salto de lo económico a lo político se produzca efectivamente. Pero aún así la mayor participación de las clases populares en la economía tiene en sí misma un efecto democratizante. Consumir más implica no solamente poder adquirir más bienes, sino también poder trasladarse más y con más frecuencia, por ejemplo, poder vacacionar y hacer uso de nuevos espacios antes vedados.8 En un mundo en donde la inclusión pasa en buena medida por el consumo, tener mayor poder adquisitivo implica acceder a la posibilidad, entre otras cosas, de transitar por lugares que antes muchos sectores sociales no frecuentaban.  

Implica, en suma, un uso y una apropiación mayor del espacio y los territorios. ¿No es en buena medida este aspecto de la democratización lo que afecta concretamente a las clases más acomodadas toda vez que asisten con pavor a tener que convivir con personas a las que no están acostumbradas a “hacerle lugar” en sus espacios? ¿No es ésta la sensación de “casa tomada” que predomina cada vez que se despliega una política popular? ¿No son en parte éstas fricciones micropolíticas las que van produciendo el sustrato para que un discurso fascista vaya encontrando las condiciones para su diseminación 

Fue este modelo económico –y sus efectos políticos- el que comenzó a resultar intolerable para la clase dominante. La combinación de los límites propios del modelo y la creciente inquietud de aquella colocaron un fin a esa orientación de la política económica. La clase dominante precisaba relanzar un proceso de acumulación que le estaba siendo vedado, entre otras variables, tanto por los salarios relativamente altos como por las restricciones financieras que disponía el gobierno. Se volvía necesario poner en marcha un doble proceso de encarecimiento de los precios y depreciación de los salarios. A esa tarea se abocó el macrismo, con un éxito no rotundo, pero sí muy considerable. Los primeros pasos fueron la devaluación de la moneda –a través del levantamiento de las restricciones cambiarias- con el consiguiente encarecimiento de los precios, a lo que siguió el tarifazo a los servicios públicos. En pocos meses comenzó a inclinarse la balanza de la distribución de los ingresos en favor de los sectores concentrados de la economía. El lanzamiento de este nuevo ciclo supuso no solamente un proceso económico sino también uno de disciplinamiento social. Toda vez que en la historia se producen abruptas políticas de ajuste, éstas jamás suceden sin persecución y diversas formas de propaganda que apuntan a la estigmatización. Maestros, empleados públicos (la “grasa militante”), choriplaneros, vagos, k. El estado entronizó un discurso de odio sin el cual hubiese sido imposible llevar adelante un plan económico que contara con un colchón nada despreciable de consenso social.  

Pero la estocada final de ese plan llegaría en la segunda parte del mandato, cuando Mauricio Macri decidiera iniciar negociaciones con el FMI para el acuerdo de un nuevo préstamo. Una lectura interesante respecto a esta repentina decisión con la que nos desayunamos el 8 de mayo de 2018 sugiere que fue producto de la imposibilidad para seguir financiándose a través del endeudamiento privado que, hasta aquel momento, había sido la principal entrada de divisas extranjeras en lo que iba del mandato de Cambiemos, tras la reapertura del financiamiento externo que el gobierno había logrado después de claudicar ante la rapiña de los fondos buitres a quienes les pagó lo que pedían y más. Creo que es necesario complementar esa interpretación con una mirada prospectiva. Ese endeudamiento fue también una forma de condicionamiento a futuro. Fue la garantía que el gobierno entregó a las clases dominantes para asegurar que las políticas económicas “populistas” no pudieran volver a ser implementadas en la Argentina. Una forma de entregar la independencia económica del país poniéndola, nuevamente, bajo la tutela del fondo monetario internacional. En suma, una estrategia para hacer del endeudamiento una condición endémica de nuestro país. 

Deuda se paga con Deuda  

Sin que fuera necesario pasar por el Congreso, sin la suficiente oposición política –ni dirigencial ni popular-, el préstamo con el FMI se efectivizó y Argentina, en muy poco tiempo, pasó a ser – nuevamente- la principal deudora del FMI en el mundo. Este fue el broche de hierro de esa política económica. Se ponía fin de este modo a la política inaugurada por Néstor Kirchner quien, en una coordinación con Lula Da Silva, allá por 2005, había decidido cancelar por adelantado la totalidad de la deuda con el FMI para quitarse de encima la tutela del organismo. Fue esa determinación la que permitió, en gran medida, iniciar un ciclo de políticas económicas heterodoxas que el organismo no hubiese consentidoA propósito de esta decisión, quien fuera el primer ministro de economía del macrismo, decía lo siguiente: “Solamente en el país de los Kirchner se le ocurría al gobierno pagar en efectivo. En general la deuda se paga con deuda, se renuevan los vencimientos porque hay confianza y credibilidad y entonces se van renovando, si dios quiere, a tasas más bajas”.9 La declaración de este exponente de las finanzas en la Argentina, siempre tan elocuente, devela sin demasiadas ambigüedades el mecanismo de sometimiento de la deuda. Si la decisión de Néstor Kirchner resultaba incómoda, ello se debía precisamente a que iba a contramano del precepto enunciado por Alfonso Prat Gay. El verdadero negocio del acreedor no suele ser tanto el cobro de su deuda sino lograr que ésta deje de constituir una circunstancia para tornarse, en cambio, una condición. Que el contrayente de la deuda no sea una persona que tiene una deuda, sino que sea un deudor. El objetivo, entonces, no entraña una mera transacción económica. Se trata de un auténtico sometimiento políticoLas entidades financieras administran préstamos tanto como la iglesia administra perdones. Para ninguna es negocio la absolución definitiva.   

Sacarse la carga del FMI fue uno de los eslabones cruciales para profundizar el crecimiento en Argentina. “Los muertos no pagan” decía Néstor Kirchner, “déjennos crecer”. 

A desendeudar  

Este año va a estar en buena medida marcado por uno de los mayores desafíos que tiene la actual administración: la renegociación de la deuda con el FMI, el yunque financiero que nos legó el macrismo. Lo que resulte de ese acuerdo va a trazar el devenir económico de los próximos años. Es oportuno entonces recordar las principales estrategias del kirchnerismo 2003 – 2015 en relación a la deuda y en materia de política económica. Esas puntadas que fue dando el kirchnerismo para ir ganando márgenes en el manejo de la política económica. Además del ya mencionado pago “cash” al FMI, se destacan también el logro de una enorme quita en la renegociación con los acreedores privados, el despliegue de una estrategia diplomática que logró que se votara en la ONU una resolución respecto a las negociaciones de deuda con acreedores privados y –aunque no inmediatamente relacionado con la deuda- la recuperación del manejo de los recursos del sistema jubilatorio. No es éste el espacio para desglosar la importancia de cada una de estas estrategias y medidas. Pero sí para señalar la audacia política que demandaron y la enemistad que despertaron. Baste recordar el secuestro de la Fragata Libertad por parte de los fondos buitres, chantaje que se afrontó con el temple que exigía la situación, hasta lograr la restitución del buque. O señalar la saña con la que le hicieron –y le hacen- pagar a Amado Boudou la autoría del proyecto que recuperó el manejo del sistema jubilatorio, una decisión que significó una piedra en el zapato para el establishment, en tanto sustrajo esa masa monetaria a la avaricia de grandes corporaciones que especulaban con esos ingresos. Esta medida, principal respuesta de aquel gobierno a la crisis internacional abierta en el 2008, fue central en el proceso de distribución del ingreso. Sin ella, la ANSES no hubiese tenido los recursos para desplegar una política social a la vez activa y solvente. Tal como señala el activista y pensador George Caffentzis, al contrario de lo que suele creerse, la clase capitalista también contrae deudas con los trabajadores.10 Lo hace principalmente a través del uso especulativo de los recursos que los trabajadores hacen a modos de aportes jubilatorios. Una medida como aquélla implicó ir en contra de los intereses del capital, una herejía que su inspirador pagó no con la quema en la hoguera, pero con prisión y linchamiento mediático.    

Cualquier proceso de negociación que se proponga defender el interés nacional haría bien en colocar el espejo retrovisor en un ángulo adecuado para recordar –y actualizar- el ímpetu con el que aquellos gobiernos de principio de siglo se condujeron.   

Deudas pendientes 

Al menos la oscura experiencia macrista quizás pueda arrojar cierta luz sobre los límites de un modelo distributivo del ingreso. La rapidez con la que el macrismo pudo desandar varios de los logros alcanzados en los años precedentes da cuenta de la relativa fragilidad de las transformaciones que se habían hecho. Así, todo proyecto económico que coloque el acento de la distribución de los ingresos priorizando la esfera del consumo parece revelar sensibles flaquezas. Hacer depender ese proceso mayormente del manejo de la política monetaria y de la evolución de salarios y controles de precios es algo necesario, pero insuficiente. Atado únicamente a esas herramientas, el proceso distributivo se torna demasiado volátil. Una política económica que se proponga agenciar otros vectores de fuerza que desconcentren el poder no puede dejar de impulsar cambios que vayan más allá, implicándose en la transformación de la matriz productiva (el fallido desembarco del Estado en Vicentin acaso haya sido un intento en esa dirección). Si la distribución no es acompañada de la desconcentración, aquélla siempre va a tener que ser atada con alambre. Apenas un gobierno con ánimo destructivo alcanza el poder, le basta con desalinear algunas variables para desbaratar lo construido. En una economía tan endeble como la argentina, esa desalineación implicó arrojar a miles a la necesidad de endeudarse, lanzándolos a la intemperie de los circuitos micro-financieros. El endeudamiento macro – económico en el que se embarcó al país fue a la par de un progresivo endeudamiento micro – económico.    

El más claro intento de desconcentración en la historia reciente fue el impulsado por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Tan sólo ver la furia que despertó sirve para que advirtamos cuándo es que el adversario ve realmente amenazadas sus posiciones, la manera como reacciona en esas oportunidades. No es sencillo. Pero en esta tarea se juega la posibilidad de la construcción de una sociedad más democrática que no quede a la intemperie de cambios políticos abruptos. Recuperar el ímpetu y la osadía que parieron las más firmes decisiones de los gobiernos de la primera década y pico del siglo XXI parece una tarea fundamental si se quiere pagar la deuda que la clase dirigente tiene con el pueblo. De todos los tipos de deuda que demandan ser saldadas, ¿acaso existe alguna más urgente     

 


Alejandro Campos es Lic. en Ciencia Política (FSOC – UBA), especializado en Comunicación, género y sexualidad (FSOC-UBA). Es profesor regular de las materias de filosofía en Instituto Peac y Comunicación y Cultura en Profesorado Hans Christian Andersen. Coordina talleres de masculinidades y de filosofía en espacios culturales y escuelas secundarias. Ha incursionado en el cine a través del guión y la realización de “Revés”, cortometraje acerca del bullying vinculado a la discriminación por orientación sexual.   


1 Ver Nietzsche, F, “Genealogía de la moral”, Madrid, España, Alianza Editorial. Capítulo 1.  

2 “Reparar el efecto devastador” (14 de Marzo de 2004), Página 12. Recuperado de:  https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/17-1226-2004-03-14.html  

3 “Mauricio Macri sobre la economía argentina: no se puede gastar más de lo que uno tiene” (25 de Febrero, 2019). Rosario Nuestro. Recuperado de: https://rosarionuestro.com/mauricio-macri-sobre-la-economia-argentina-no-se-puede-gastar-mas-de-lo-que-uno-tiene/   

4 “Gonzáles Fraga encendió la polémica: le hiceron creer a un empleado medio que podía comprarse celulares e irse al exterior” (27 de Mayo, 2016). Ámbito Financiero. Recuperado de: https://www.ambito.com/politica/gonzalez-fraga-encendio-la-polemica-le-hicieron-creer-un-empleado-medio-que-podia-comprarse-celulares-e-irse-al-exterior-n3940999  

5 “Gloria Coto: Hay que volver a la cultura del trabajo” (10 de Febrero, 2016) Revista Fortuna. Recuperado de: https://fortuna.perfil.com/2016-02-10-173503-gloria-coto-es-dificil-darle-a-la-gente-para-que-quiera-hacer-las-cosas-cuando-alguien-se-las-regala/   

6 “Cristina Fernández: Hay que democratizar el país, hay que democratizar la economía” (23 de Octubre, 2019)- Agencia Télam. Recuperado de: https://www.telam.com.ar/notas/201910/402186-cristina-fernandez-axel-kicillof-acto-bosque-la-plata.html 

7 “Alberto Fernández en Río Cuarto: Hay que poner dinero en el bolsillo de la gente para reactivar la economía” (3 de Agosto, 2019). Recuperado de: https://www.lavoz.com.ar/politica/alberto-fernandez-en-rio-cuarto-hay-que-poner-dinero-en-bolsillo-de-gente-para-reactivar-ec  

8 Uno de los ejemplos emblemáticos de este ímpetu expansivo en el uso del espacio es el de Mar del Plata, ciudad balnearia que tradicionalente había funcionado como lugar de descanso de clases pudientes y que, durante el peronismo comenzó a recibir el turismo de las clases populares en ascenso, lo que provocó que sus tradicionales visitantes comenzaran a buscar otros destinos ante lo que percibían como una invasión.  

9 “Prat Gay: las deudas se pagan con deudas, sólo a los Kirchner se les ocurría pagar en efectivo” (30 de Septiembre, 2016) ANDigital. Recuperado de: https://andigital.com.ar/economia/item/56364-prat-gay-las-deudas-se-pagan-con-deudas-solo-a-los-kirchner-se-les-ocurria-pagar-en-efectivo    

10 Caffentzis, G, 2018, “Los límites del capital”Buenos Aires, Argentina, Editorial Tinta Limón.    

Comentarios: