Por Analía Aspauzo Báez
El proyecto colonizador iniciado en el siglo XVI inauguró una matriz que se reiteró en los siglos posteriores: esclavización o aniquilamiento de pueblos originarios, y despojo de los bienes comunes. Ante este tan reiterado como dramático panorama, Analía Aspauzo Báez recupera la figura de José Martí quien, casi en paralelo a que Roca desplegara su “Campaña del desierto”, escribía y encarnaba una relación paritaria con los pueblos originarios y la naturaleza.
La libertad, para ser viable,
tiene que ser sincera y plena;
que si la república no abre
los brazos a todos y adelanta con todos,
muere la república
Nuestra América, José Martí
Contra el verso retórico y ornado,
el verso natural. Acá un torrente:
aquí una piedra seca. Allá un dorado
pájaro, que en las ramas verdes brilla
Versos libres, José Martí
La otredad de América Latina en la obra de José Martí
Si bien el proyecto colonizador del s.XVI y s.XVII en el territorio de la actual América Latina tuvo peculiaridades según cada región, se puede hacer mención a dos puntos en común: la esclavización y/o genocidio de los pueblos originarios y la explotación de la naturaleza en miras a la extracción de metales tales como el oro y la plata. Ya en el tiempo de las independencias de las colonias, la modernización en Estados Unidos y en ciertas regiones de Europa fue un referente para forjar los programas políticos en América Latina, donde llamativamente las ideas que se impusieron de manera mayoritaria fueron contra los pueblos originarios y la naturaleza, considerándolos meros recursos a explotar. Desde ya que hubo ideas políticas que intentaron revindicar la cosmovisión de los pueblos originarios y pensar otro vínculo con la naturaleza. Sin embargo, esas propuestas no fueron las predominantes, ni tampoco las que alcanzaron legitimidad. Más bien fue el triunfo de los programas políticos que se propusieron obturar los modos de vida de los pueblos originarios y con ello, el vínculo filial con la naturaleza.
En el caso del territorio de la actual República Argentina, baste aquí recordar la aclamada “civilización” en la obra Facundo de Sarmiento, publicada en 1845, contra la denominada “barbarie”, en el marco de las disputas entre los Unitarios y los Federales. El escritor y político argentino referirá a las luchas de su tiempo en términos de “la civilización europea y la barbarie indígena, entre la inteligencia y la materia”1. Treinta y cuatro años más tarde, el 16 de abril de 1879 se inicia la “Campaña del desierto”, dentro de las campañas militares realizadas entre 1878 y 1885, lideradas por Julio Argentino Roca, que bajo la bandera de modernización, legitimaron el genocidio de los pueblos originarios2. Así, en lo referente a la concepción de la naturaleza y a las comunidades indígenas, el proyecto modernizador en los tiempos posteriores a las independencias no se distinguió en demasía de la colonización. Tanto los pueblos originarios como la naturaleza fueron concebidos como lo otro bestial y peligroso a dominar.
No obstante, hubo notables excepciones respecto a tales perspectivas hegemónicas, entre las que se encuentra la propia de José Martí, 1853-1895. Aquí se hará alusión a sus últimos poemarios3 –Versos libres, publicado post mortem y Versos sencillos, de 1891– como así también a su revolucionario escrito, Nuestra América, también de 1891. En sus poemarios hay una profusa presencia de la naturaleza, y en Nuestra América la figura de los pueblos originarios cobra un protagonismo crucial. De esta manera, la otredad en América Latina, que tanto había sido bastardeada desde los tiempos de las colonias, con Martí resulta enaltecida. Así, el revolucionario cubano pone en jaque el prevaleciente esfuerzo teórico de levantar fronteras entre la “civilización” y la “barbarie” al revisar críticamente tales categorías. Martí sostendrá que “no hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”4.
El pensador cubano rechaza las ideas de modernización que estén en detrimento de los pueblos originarios y que procuren la depredación de la naturaleza. En esta misma dirección, en el prólogo a El poema del Niágara, de Pérez Bonalde, Martí sostiene que “una tempestad es más bella que una locomotora”5 no para dilapidar la tecnología sino para nunca perder de vista a la naturaleza, la cual siempre le otorga voz a sus poemas. En tanto poeta, se mimetiza con la naturaleza ya que sus versos provienen del hombre “en cuyo seno anidan los cóndores”6. De esta manera, el revolucionario cubano podrá decir en Versos libres que su poesía nace de la propia entraña del universo.
Bajo las ideas de Martí, el gobernante de América Latina no debe valerse de la sumisión de los pueblos originarios sino por el contrario, aprender de ellos. A contracorriente de los discursos de su época, Martí defiende la unión entre la “lanza indígena” y el “libro europeo”, en miras de la unión del pueblo, es decir que el gobernante no debe cegarse bajo las “antiparras yanquis o francesas”7. También en Nuestra América, reconoce y reivindica a tres figuras claves del proyecto independentista provenientes de Venezuela, del Río de la Plata y México: Simón Bolívar, San Martín y Miguel Hidalgo.
Al final de Nuestra América recupera al Gran Cemí, la mítica figura de los Taínos, pueblos originarios pertenecientes a Centro América, que representa el espíritu de las fuerzas de la naturaleza. Martí sostiene que el Gran Cemí está sentado en el lomo del cóndor y que con su energía riega la semilla para una América nueva, una América fuera de todo odio inútil, nacido de la unión y el amor de los pueblos.
Retomando su poesía, ya en el primer poema de Versos sencillos, el escritor cubano escribe “En los montes, monte soy” y desde allí se observa una y otra vez la referencia a la naturaleza. El aire fresco del monte, el canto del viento, los bosques, las sierras, las abejas, las flores: todo ello es preferido antes que los paradigmas de civilización propios de Europa y de Estados Unidos. Asimismo será con respecto a las iglesias porque, en resonancia con los pueblos originarios, considera a las montañas como templos, los álamos como pilar. Frente a las construcciones de la civilización, Martí realza al “hombre natural” que vive inmerso en los paisajes de la América profunda. No se trata de confrontar la civilización con la naturaleza, al hombre blanco con el hombre natural, sino pensar y crear una América nacida de la sinergia de ambas partes. No obstante, la unidad en América Latina nunca debe significar la sumisión del hombre natural en favor del hombre blanco. De hecho, ante la configuración del imperio estadounidense y su avance sobre el territorio latinoamericano sostendrá que “¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas!”8 una vez más aludiendo a la potencia de la naturaleza en armonía con la lucha de los pueblos.
Martí no sólo escribe sobre la revolución, sino que participa activamente en favor de la independencia cubana, situación que lo ha llevado al exilio e incluso a morir en el campo de batalla9. Sus poemas y escritos se hicieron carne en la propia vida de Martí, en favor de los pueblos de América. Aún más, en el conocido poema XXII, también de Versos sencillos en el que refiere a la muerte, Martí anticipa su propio desenlace: él entregará su vida a la patria. En su poema anuncia que morirá por la puerta natural, arrastrado por un carro de hojas verdes, una muerte de cara al sol, al igual que como sentenció en el poema XVII “Vengo del sol y al sol voy”.
En la actual América Latina, en Nuestra América, con el avance de las ultraderechas y el neocolonialismo, la agenda queda trazada por el capital financiero, llevando al olvido de los pueblos originarios y así, el vínculo filial con la naturaleza sucumbe para volverse un recurso redituable. Por ello resulta fundamental volver a Martí, recuperar su llamado a viva voz en favor de lo otro en América Latina. Revindicar lo otro nuestro americano, para aprender de los pueblos originarios, para volver a dialogar con la naturaleza, para escuchar a todos los seres vivos, humanos y no humanos: los animales, las plantas; a todas las formas del existir, todos los seres: las montañas, los ríos, los suelos, los astros y desde el amor, como escribe al final del poema XVII, quedarse allí “donde vibra el Universo”.
Analía Aspauzo Báez. Licenciada en Filosofía y Profesora en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (FFyL-UBA). Ha realizado estudios de posgrado en Docencia Superior en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN). Sus principales áreas de interés incluyen estudios sobre filosofía de América Latina. ORCID: 0009-0004-6575-9795. Correo electrónico: aspauzo.baez@gmail.com
1 Sarmiento, D. F. (1965) Facundo. 1era ed. Colección Clásicos selectos. Buenos Aires: Ediciones Selectas S.R.L. p. 35.
2 Véase Delrio, W. (2017). ¿A qué se llama la ‘conquista del desierto’?. CONICET digital 26 (156) (pp. 147-169)
3 Martí, J. (2016). José Martí, Obras Completas. Edición Crítica. Poesía. Volumen 1. Tomo 14. La Habana: Centro de Estudios Martinianos y CLACSO.
4 Martí, J. (2005). Nuestra América. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho. p.33.
5 Idem. p.387.
6 Id. p.388.
7 Id. p.33.
8 Id. p. 31.
9 Martí, J. (1991). José Martí, Obras Completas. Viajes/diarios/ crónicas/juicios. Volumen 19. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.
Imagen de portada: Estatua de José Martí en Cienfuegos, Cuba. Fuente: Bernhard Staerck (Pixabay)