Masculinidades en varones detenidos
Todo esto también es la cárcel

Por Inés Oleastro (UNQ-CONICET)

A Pablo le llega la noticia del fallecimiento de sus padres mientras se encuentra detenido. Como de costumbre, la forma en que se transmite este tipo de noticias en la cárcel es fuera de cualquier sensibilidad y empatía. Pablo lloró, golpeó paredes y puertas. Se desplomó en su celda solo, no quería ver a nadie más. La bronca lo consumía, se mantenía en la celda para controlarse. Pero los compañeros no lo dejaron así. El pabellón bajó la música, los ranchos se acercaron, no lo dejaron hacer pavadas. Quería desquitarse con el encargado (penitenciario), pero los demás lo controlaron, lo acompañaron. Gracias a ellos me levanté, afirma convencido y aún emocionado. Todo esto también es la cárcel.

Para los sentidos comunes, para los discursos construidos por los grandes medios de comunicación, si digo cárcel digo violencia. El Marginal, la serie argentina cuya trama transcurre en la cárcel, nos enseña de muertes, de comerse a otros presos, de extorsiones y corrupciones. Detenidos, penitenciarios, policías, todos en un juego televisivo del horror y la desidia que convoca a miles de espectadores para consumir la violencia de todos contra todos, la irracionalidad salvaje. Por suerte, y ahora más que nunca, los estudios sobre la cárcel existen, aunque no abundan, y buscan comprender desde distintas perspectivas qué pasa del otro lado del muro. Este artículo, en consonancia con los trabajo que hace tiempo vengo realizando en la materia, intenta poner en debate algo de lo que aquí se menciona. Estudiar la cárcel de varones, desde una perspectiva de géneros, y poner de relieve realidades incómodas y contradictorias al respecto.

La cárcel y el género suelen ser abordados por canales distintos, y solo se los vincula generalmente en el caso de las cárceles de mujeres. Sin embargo, los varones también son actores interpelados y atravesados por esta temática, y en este sentido es una responsabilidad histórica, teórica y política hacernos cargo de ello. Pensar la cárcel desde esta perspectiva nos invita a preguntarnos por las masculinidades circulantes, por las sensibilidades, los afectos y las sexualidades. Nos encontramos con realidades incómodas y contradictorias, porque de ningún modo este recorrido implica una reconstrucción armónica de conceptos, sino más bien una interpretación de la práctica cotidiana y de los discursos que los propios detenidos reconstruyen de esa experiencia. Experiencia que, como todas, se arma en esa contradicción constante, que en la cárcel se recrudece.

Masculinidades tumberas

¿Si digo cárcel digo violencia? Sí y no. En la cárcel hay violencia, pero esta se pone en juego a través de negociados y disputas que tienen su lógica y sus códigos de convivencia. Lo que se busca es construir respeto. Bancarsela y hacerse respetar es lo principal, implica construir una imagen de aguante que sirve para moverse entre detenidos y con el servicio penitenciario. La violencia y el conflicto, lejos están de ser herramientas irracionales para actuar. Son formas estructuradas y negociadas de transitar la cárcel.

Allí se ponen en juego estrategias desde la masculinidad y la virilidad con el afán de sobrevivir, de construir trayectorias de autoridad y jerarquía para circular por la cárcel con cuotas de poder que permiten y habilitan ciertos accesos y permisos que, de otra manera, se encuentran restringidos. Pablo sostiene que lo que se pone en juego para mantener el respeto, el espacio personal y la convivencia es cómo te mostrás frente al resto. Las relaciones entre varones detenidos se van reacomodando, negociando y tensionando permanentemente,  son dinámicas. Es así que las acciones le permiten posicionarse a un detenido, y lo que es central no es solo lo que hace sino también cómo lo hace y cómo se muestra.

Bajo ningún punto de vista estas son las únicas formas de vincularse entre varones presos. Los ranchos, los nieris, los amigos, son piezas claves para atravesar el encierro. “Son tu familia en cana, te cuidan la espalda, te acompañan, te bancan a muerte”. Los conflictos que mencionamos y la búsqueda de respeto, no anulan entonces la posibilidad de construir vínculos de solidaridad y acompañamiento. En un contexto donde las cárceles se encuentran en pésimas condiciones, la comida no abunda, y los derechos son constantemente vulnerados, la organización en los pabellones es fundamental. Las tareas diarias, cocinar, limpiar y lavar, son distribuidas entre todos en un pabellón, pero también acompañarse, compartir la comida, ayudarse mutuamente con escritos judiciales, entre tantas cosas.

Esa virilidad y fortaleza no es tan rígida como parece. Esa masculinidad que en principio creemos total, se tambalea y abre lugar a ciertas grietas que nos permiten adentrarnos en un camino interesante. Las masculinidades -porque son múltiples- que circulan en la cárcel, se complementan para construir una vida cotidiana donde, durante la gran mayoría del tiempo, la convivencia es entre varones. Entonces, esa disputa homosocial de la masculinidad se refuerza sobre todo en los momentos de conflicto. Pero es necesario poder pensar las masculinidades en diálogo con la vida cotidiana, y en ese día a día nos encontramos con un abanico de dimensiones.

En la llegada a un penal y en un cambio de pabellón, conocer a alguien de la calle o de otra cárcel implica tener alguien que te apoye, e incluso implica saltear algunos bautismos. Pero sobre todo, los ranchos y los nieris, “ayudan a patear para adelante”. Pasar años sin libertad no es fácil, “sentís tristeza, te bajoneas, necesitas alguien con quien ranchar, con quien compartir”, comenta Ezequiel.

Héctor se levanta todos los días a las 6 de la mañana con la lista. El encargado golpea la puerta a los gritos para despertarlos y él trata de que eso no le haga arrancar de mal humor. Se prepara unos mates y se asoma para llamar a su nieri “Claudio, nieri, veni!”. Le gusta esa rutina de las charlas matutinas. Con él también juega al fútbol, en el torneito de los jueves entre pabellones que organizaron en el penal. También se cuentan de la familia, cuando alguno habla con sus hijxs y termina contento a la vez que angustiado. A veces cuando Héctor no tiene visita le cocina algo para la familia de su nieri, que viven más cerca y vienen todas las semanas. A la noche, el torneo de truco no puede faltar, “si podemos jugar juntos contra otros ranchos zarpado”. Hace poco le dieron la perpetua a Claudio, y Héctor sabía que tenía que bancar la que venía, apoyarlo. “No es fácil, yo la viví, es un momento difícil, como casi todos acá”.  Todo esto, claro, también es la cárcel.

Las grietas de las masculinidades

Las emociones y las sensibilidades parecen estar restringidas en la cárcel para los varones. La contradicción entre vivir en un contexto que agudiza la tristeza de extrañar a la familia, de querer recuperar la libertad,  de estar cansado del encierro, de los conflictos cotidianos y de renegar con el servicio penitenciario, pero que a la vez restringe la posibilidad de manifestarlo porque es necesario mantener una imagen de fortaleza. “Te pasan cosas, afirma Juan, pero tratas de dejarlo de lado, un poco para sobrevivir y un poco para seguir adelante”.

“Hay que aguantar, bancarsela” dice Héctor. En esa imagen tan dura a la vista de todos, llorar está casi prohibido, “uno que recién cae si llora está regalado”, remata Ezequiel.

Una vez más, la flexibilidad nos sorprende y nos muestra que, si bien la imagen que los varones deben construir y sostener en la virilidad opera la mayor parte del tiempo, hay lugar para pensar otras sensibilidades, hay espacio para los afectos. Cuando a Pablo le avisaron de la muerte de sus padres no sólo pudo llorar sino que fue ampliamente acompañado. Cuando a Claudio le dieron la perpetua, Héctor y los demás le dieron el espacio y la contención que necesitaba. Y aún así, hay una dimensión más que habilita los sentires de estos varones sin que esto influya en su imagen construida y anhelada: la familia.

“Vos pasas lunes, martes, miércoles, jueves y viernes aguantandola, pero llega el fin de semana y con la visita llega el momento de sentir de la semana, viene la familia”, reconstruye Héctor.  La familia abre las puertas a formas de expresar los sentimientos que parecían no estar habilitadas en la cárcel. Los llamados telefónicos de lxs hijxs, las visitas o el nacimiento de algún hijx son eventos que, además de cotidianos, son estructurales a las emociones que viven y transitan los detenidos. Abren las puertas a esos afectos que disparan vínculos entre detenidos, cuentos, anécdotas, apoyo. Estar lejos de la familia es una dimensión que une y encuentra.

La violencia y el conflicto, como vemos, no son entonces las únicas dimensiones a revisar. Son parte de un entramado de vínculos dinámicos que se combinan en la cotidianeidad y construyen respeto y autoridad así como amistades, solidaridades, acompañamiento. El respeto también es desde la empatía, en situaciones difíciles, con respecto a la familia o al estado de la causa. No podemos bajo ningún punto de vista conformarnos con la imagen viril y violenta construida sobre los detenidos. No alcanza, porque las masculinidades que circulan en la cárcel son mucho más complejas que eso.

Sexualidades

En los últimos años, y con la extención de las visitas íntimas, los usos cotidianos de las masculinidades y el cuidado de sí mismos se han ido transformando. Sobre todo en los más jóvenes, aunque también en los demás. Crece rotundamente la relevancia sobre las cuestiones estéticas y de cuidado del cuerpo. El acceso a teléfonos celulares y redes sociales para “conquistar chicas, conseguir visitas y que te vengan a ver”, es un elemento clave para comprender este fenómeno.

Estos varones se mantienen limpios, cuidados, prolijos, se depilan las cejas, se cuidan la barba, se hacen diseños en el pelo y se esfuerzan en fotos y redes por ser atractivos a la vista de mujeres que se encuentran fuera de la cárcel o en alguna unidad de mujeres con quienes pueden entablar una visita íntima para tener relaciones sexuales. El cuidado estético y las estrategias de compartirlo tienen centralidad no solo porque implica tener relaciones sino también porque tener o no tener visita distribuye prestigios y poder.

En el pasado y en el presente, la vida sexual en la cárcel ordena, en parte, la gobernabilidad, aunque de maneras diferentes. Antes la lógica era que un preso viejo manejaba el penal y a partir de ese dominio se imponía sexualmente frente a otros. Frente a otros jóvenes, poco varoniles, facheritos. El preso viejo los podía violar, ellos eran su propiedad. No por esto ese viejo era considerado puto, sino todo lo contrario, era una forma de mostrar la autoridad que tenía y el manejo de la cárcel.

Ahora eso cambió. Desde 1996 la Ley de Ejecución Penal regula la visita íntima y, luego de muchos años, esta funciona como la forma primordial de tramitar la sexualidad en la cárcel. Esta implica la posibilidad de encontrarse a solas en intimidad con alguien que se encuentra fuera de la cárcel o con una mujer de otra unidad penitenciaria (la inter). Luego de trámites y firmas, pueden acceder a ella para tener relaciones sexuales. Actualmente, existen otras vías informales para conseguir visitas a pesar de que el papelerio no esté completo o que el espacio del penal no de abasto. Esto se lo garantizan entre los mismos detenidos, en negociado con el servicio penitenciario, y se disponen mantas, carpas y sábanas que puedan asemejarse lo más posible a un espacio a solas.

La habilitación de esta nueva forma de vivir y tramitar la sexualidad, ha transformado las lógicas de la cárcel. Con este cambio legislativo y su acorde adecuación posterior en la práctica, el poder y la autoridad de los detenidos fueron cambiando. Ahora no existe aquella figura del preso viejo que es dueño del penal y que viola a otros como forma de imposición. Ahora los detenidos acceden a relaciones sexuales con mujeres, a verse con personas que no están en la cárcel o que se encuentran en otro penal casi de manera cotidiana.

De hecho, esto es una forma de generar prestigio. Porque como decíamos, conseguir visita es importante en la construcción de imagen en la cárcel. Que te vengan a ver, quién viene, cuánto, son todas cuestiones que influyen en la construcción de masculinidades también. Quien no tiene visita es un paria, un abandonado.

Descienden las violaciones, se redistribuye el control del espacio carcelario entre penitenciarios y detenidos (limpiezas o siervos que manejan pabellones), pero la sexualidad sigue operando como una dimensión crucial en la construcción de la imagen.

Quienes empiezan a ser desplazados son, entonces, los putos. Ahora, su lugar está en pabellones específicos. Los pabellones comunes son para varones heterosexuales, porque si se descubre que a alguno le gustan los varones, es obligado a realizar tareas que tradicionalmente son atribuidas a la mujer: lavar, limpiar y cocinar. Entonces son desplazados a pabellones específicos donde, dependiendo de la unidad, conviven con mujeres trans y personas con delitos sexuales. ¿Qué pasa al interior de una celda? No lo sabemos, “eso en el fondo queda en cada uno, pero se supone que no”, afirma Pablo . Lo que parece estar claro es que “si te enganchan, chau, pa fuera”.

Las masculinidades que circulan se manifiestan en los berretines tumberos (códigos y lenguajes de la cárcel), en bancarsela y hacerse respetar, pero esa imagen no solo se construye a partir de la virilidad y la fortaleza del detenido, sino también a partir del aguante entre compañeros, de la sexualidad, del cuerpo y su cuidado, y de una estética que se muestra ahora también con un público más amplio: las mujeres que son potenciales visitantes.

Algunas reflexiones finales

Indagar en las masculinidades implica abordar la vida cotidiana para desarticular sus múltiples dimensiones. Por eso, intentamos corrernos aquí de lecturas esquemáticas que sólo vinculan las prácticas en comparación a una masculinidad hegemónica. Esta masculinidad no existe en la práctica sino que funciona como un tipo ideal que nunca se alcanza. Por este motivo, aquí pretendemos corrernos de este problema y pensar en las masculinidades circulantes en un espacio social dado, en nuestro caso, la cárcel.

Estar lejos de la familia, fuera del control de muchas situaciones del hogar, del tiempo de parejas e hijxs, sin poder mantenerse como sostén económico y, en la mayoría de los casos, necesitando ayuda de afuera de la familia para poder subsistir. Relacionarse casi exclusivamente con varones, a pesar de las visitas, visitas íntimas, actividades excepcionales de universidades o las redes sociales. Condiciones de vida, condiciones de detención, vulneración de derechos. El encierro por años de la vida. Todos son elementos que influyen en las prácticas, las dinámicas y las relaciones en la cárcel de varones. Todos son elementos que hacen y construyen formas de tramitar las masculinidades.

La cárcel, que agudiza los sentires pero los esconde. La cárcel, que restringe la vida sexual: una vez por semana y si tenés quien te venga a ver. La cárcel, dinámica que permite, sin embargo, momentos de expresión y de emoción frente a tanta dureza.

¿Cómo es posible que todo esto conviva? La clave de estas masculinidades que circulan es que cuando uno tiene que bancarsela lo haga. Si hay que saltar, si hay que pelear, por tus cosas, por las del compañero, por un bondi -conflicto- que se arma, hay que hacerlo, hay que aguantar y hacerse respetar. Eso no restringe la posibilidad de tener masculinidades cuidadas y estéticas que se preocupan por verse bien. No los hace perder respeto si en el momento en que hay que saltar por el otro o por uno” lo hacen. Lo mismo si alguien que atraviesa un momento difícil, sobre todo familiar, está triste. Se habilitan, así, otras formas en las sensibilidades y los afectos que a simple vista no se ven.

El cuerpo es materia de emociones, el cuerpo vive el encierro, vive años sin libertad. El cuerpo aguanta una pelea, horas de conflicto. El cuerpo lastimado y mal atendido. Pero el cuerpo resiste y expresa. El cuerpo tiene marcas que son muestras de lo vivido, de la resistencia y el aguante, cicatrices  que hablan del pasado. El cuerpo y sus tatuajes que decoran a miles de varones detenidos. El cuerpo que corre en la cancha para jugar al fútbol y despejar. La adrenalina, correr y descargar, la cabeza y el cuerpo entregados a un deporte. El cuerpo que se encuentra con la familia en ese abrazo, el cuerpo que se sumerge en las sábanas de una visita íntima. El cuerpo al lado de otro cuerpo y de otros tantos en un penal. Las masculinidades se viven y se expresan también en esos cuerpos.

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