Dossier especial "La democracia argentina"
“Una alternativa sana de poder”

Por Cecilia Abdo Ferez (CONICET/UBA-UNA)

En los últimos días en el gobierno, Juntos por el Cambio ha subrayado una de las estrategias comunicacionales que más le han servido: el subjetivismo. Como si no existiese un gobierno, ni siquiera un “equipo”, sino sólo un presidente y su familia nuclear, se difundió por Twitter un video de resumen del período 2015-19. Las imágenes son, en su mayoría, sólo de Macri. Incluso hay un plano en que se le da una vuelta de 360 grados a su cabeza. No hay obras a registrar en la memoria ciudadana, ni presupuestos, ni siquiera hechos colectivos de estos últimos años, en los que Cambiemos quisiera inscribirse simbólicamente. Lo que importa es sólo él, sus estados de ánimo, sus valores, sus estrechones de mano, su emoción, su círculo íntimo. Estamos ante un gobierno de subjetividades y emociones personales que, en el último tiempo, se restringieron a Macri y su núcleo doméstico: “siento que”, “me sentí bien”, “fue una gran experiencia”, “fui auténtico a mis valores”.

Finalmente, Macri habló por cadena nacional. Como obligado, como si fuese una carga republicana a cumplir, tal como lo explicó en el decreto para su creación. En la transmisión, se definió como una “alternativa sana de poder”, frente a Alberto Fernández. Repitió la descripción higienista en la plaza del 7D. Lo sano versus lo enfermo. Lo sano sería el yo; lo enfermo, el colectivismo corporativo. Lo sano sería el poder que se ejerce sin amarrarlo, porque se lo tuvo y tendrá siempre; lo enfermo, el poder al que aspiran los arribistas, que manotean voraces lo que no les corresponde. Sano sería la no dependencia explícita de las estructuras políticas de poder. La capacidad de “entrar y salir” de la política. El “tener una vida” fuera de la Casa Rosada. Sano sería saber ocupar el lugar en “el mundo”; un lugar fijo, que se presume asignado en esa entelequia exclusivamente ubicada en el norte. Sano sería ser feliz con el casillero que cada quién tendría asignado en el orden social, vuelto natural. El no tener ninguna urgencia material, o asumirlas como pedidos armoniosos de solidaridad y cooperación (y nunca como conflicto de derechos). Ser una alternativa sana de poder no es sólo una descripción de cómo Juntos por el Cambio imagina al peronismo, sino también un modelo moral para que adopten los seguidores propios, que no son siempre ricos, sino también aspiracionales.

Sano sería también sostener los valores de la familia; lo enfermo, rezagarla por el compromiso público. Una familia que dejó ver en estos días (también en fotos de ocasión, diseminadas por las redes sociales), que dejaba Olivos “mucho más linda” de lo que la encontró. La decoración es clave: la huerta autogestionada por Juliana Awada, el verde perfecto del césped, las recetas que recibimos por Instagram, la luz radiante de las fotos con escenas cotidianas, que parecen publicidades. Sano sería tener una pareja en la que las mujeres saben qué lugar ocupan y gozan de su segundo plano con una elegancia distante. Sanas serían las vidas en las que se nota que no hubo grandes problemas, lo que forja caracteres suaves y amables. Vidas para las que la política es un lugar a ocupar, cuando no queda más remedio. Vidas para las que el Estado es exclusivamente una carga en la que se representa la “pasividad culpable” de los otros. Sano sería ser despojado siempre, incluso en la traición y la derrota porque, al fin y al cabo, hay un gran colchón en el que sentarse a esperar otra oportunidad. Que seguro vendrá, porque así son las telarañas frondosas y cerradas de las elites.

Sin embargo, Juntos por el Cambio está lleno de los que no entienden el concepto. Y que se han dedicado a mostrar, luego de la elección, que sí se puede cambiar de bando, que sí se puede no ser equipo y que sí están preocupados por el de qué van a vivir, porque no tienen paisajes en Italia con visas disponibles. A los saltos en garrocha de tres diputadxs al peronismo (que se vio por los medios como la clásica voracidad e incivilización de esa especie enferma de poder), se le pueden sumar otros miembros fuertes de la coalición, con sus declaraciones “a lo Vandor”, que no estarían dispuestos a dejarse seguir gobernando por un liderazgo discutido. Finalmente, esto es política y acá se perdió. Se perdió por mucho, aunque la remontada haya sido también respetable. Y se enfrenta a un peronismo que viene en malón y que parece haber aprendido que no es bueno el encapsulamiento en la identidad, que corta y fija un movimiento que se caracteriza por su amplitud ideológica, superponiéndose casi con la del país. El lado enfermo del poder suena tentador y alardea de sus manos abiertas, que ni siquiera piden carnet de afiliación indefinida. Es que no vuelve sólo Cristina, vuelve también Alberto, y eso se replica como santo y seña de que todos pueden ser perdonados o bautizados.

En el mismo momento que Macri decía que no estuvo tan mal, por cadena nacional, se anunciaba el porcentaje mayor al 40 por ciento de pobres. No hizo tanto ruido esta vez. Macri ya perdió y ahora hay que ver cómo se reconstruye lo que queda. Entre eso que queda, está el 40 por ciento de pobres. Y una deuda agobiante, un país fragmentado en todo sentido, una economía parada, ciudadanxs sobreendeudadxs para llegar a fin de mes. Por eso, las señales son de moderación de expectativas. De necesidad de reordenar y volver a mostrar públicamente otra jerarquía de cuestiones: jubilados, salarios, urgencia social. Nadie espera la revolución y, sin embargo, volver a encontrarle un cauce a este país no sería un desafío menor a ese.

La región estalla y se suele pensar a la Argentina como excepción. Ecuador, Venezuela, Perú. Bolsonaro y su articulación teológico-política en Brasil. Bolivia, en un escenario desconcertante, luego del golpe. Chile, con estructuras políticas resistentes a todo, incluso a los más de 30 muertos en la calle por represión institucional, lxs muchxs enceguecidxs, violadxs y torturadxs. Hasta en el siempre estable Uruguay (al menos visto de este lado del charco), el Frente Amplio finalmente perdió y antes, incluso, se animaron a cacarear los militares. Los militares han reaparecido como actores en el continente, en un protagonismo político que tiene su contraparte en las iglesias, capaces de mover las conciencias colectivas quizá mucho más que los feminismos. Un fantasma recorre el continente y no se parece en nada al de hace 200 años atrás. En este contexto regional pesadillesco, va a haber que hacer alianzas, establecer cooperaciones y generar un aire para la Argentina. México es clave, pero está lejos y en medio de una captura narco desde hace ya demasiado tiempo.

La Argentina no es una burbuja. Y, sin embargo, tiene que recrear imaginaria y materialmente (y por esta vez, para bien), las condiciones de su excepcionalidad. No como las veces anteriores, para desmarcarse del destino y las fisonomías latinoamericanas, porque le estaría reservado una diferencia modernista, por origen. Esta vez precisa recrear las condiciones de una excepcionalidad para una democracia vigorosa, en la que haya conflictos, pero que puedan tener escucha y atención. En la que haya una política creativa y movimientos sociales fuertes y lúcidos en las calles, que no esperen, pero que tampoco desesperen. Estimular la imaginación colectiva para que muchos podamos pensar que esta vez sí estamos en el mismo barco y que no nos vamos a hundir. En el que los esfuerzos sean válidos, porque compartidos. En la que tengamos claro los límites y qué no queremos más.

La Argentina resistió 4 años a un gran intento por mercantilizar todas las esferas de la vida. También así se pensó “lo sano”: como responsabilización de cada quién del derrotero de su vida. El macrismo instauró la individualización meritocrática como criterio imaginario de selección de los más aptos y reforzó la división social en un sentido favorable a los ya favorecidos. Hay más pobreza, pero también mayor flexibilización laboral, precariedad y deudas por cabeza, con organizaciones sociales que se destacan en la región, pero también acusan la pérdida de los lazos sociales orgánicos. Hay un sistema público que parece destinarse a los más pobres. Hay un Estado que debe reorganizarse mientras atiende una urgencia social acuciante. Hay desconfianza social, cinismo e intolerancia.

El macrismo fue más que un gobierno: permanecerá en sus efectos y también continuará siendo operativo, si no se lo toma también como problema cultural, extendido a ambos lados de la grieta. Si no se lo toma como fenómeno político anclado en la historia argentina moderna, que encuentra por primera vez un cauce institucional y hasta sale a las calles para demostrarlo. Ahora que electoralmente se dio vuelta la taba, lo que viene tiene que ser no sólo reconstruir, sino pensar cómo esa reconstrucción se vuelva más consensuada y pueda durar en el tiempo. Se le llama a esto un “nuevo pacto social”: probablemente esa sea sólo una descripción institucional, escueta, de un llamado a volver a generar una solidaridad social, que se quebró.

 

Imagen de portada: León Frerrari

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