Crítica de la violencia
Violencias, saberes y técnicas de sí

Por Roque Farrán

A partir de la prohibición del uso del lenguaje inclusivo en las escuelas, el filósofo Roque Farrán examina en este texto el problema de la violencia en el lenguaje en un marco más general de los modos en que la violencia circula entre nosotros, e intenta pensar en las formas de su crítica.  

 

El problema no es solamente la prohibición obscena del lenguaje inclusivo por parte de la derecha vernácula, sino las violencias naturalizadas que reproducimos muchas veces sin saber, incluso entre nosotrxs mismxs. Vivimos cotidianamente distintos tipos de violencia, como lo saben bien desde los abordajes feministas interseccionales. Hay violencias de género, violencias raciales y violencias de clase que se entrecruzan y sobredeterminan las conductas, los procesos de subjetivación, las organizaciones políticas e institucionales; pero habría que añadir, además, las violencias epistémicas de diversa índole que operan en cada caso y también de manera cruzada: lugares válidos de enunciación, producción y circulación de saberes, circuitos de legitimación, etc. Suele suceder, por ejemplo, que las ciencias sociales sean subordinadas respecto a las ciencias duras; o dentro de las mismas ciencias sociales las que usan métodos cuantitativos por sobre las que usan métodos cualitativos; o dentro de las distintas metodologías las que apuntan a cuestiones subjetivas u objetivas, etc. Todas esas divisiones y jerarquías deben ser cuestionadas con rigor e invención para evitar las violencias y sus reproducciones insabidas. Dentro de ellas, solapada e invisibilizada entre las otras, la principal violencia es la que se comete contra sí mismo: la servidumbre de sí que aloja distintos mandatos y contribuye a la implantación de tecnologías de dominación. 

En ese sentido, lo que pueden aportar las ciencias sociales y humanas a la sociedad en su conjunto, más que la comprensión o explicación de procesos generales o tipos particulares, es el estudio, difusión, mejoramiento e inclusión en todo proceso político-social concreto de las tecnologías de sí. Tenemos que asumir a esta altura de nuestra fallida modernidad que los procesos de subjetivación crítica y autonomización individual no son espontáneos ni tienen por qué ser automatizados o dirigidos algorítmicamente; mucho menos delegados a franquicias del markentig coach-ontológico o cultos evangélicos; los modos de subjetivación son procesos complejos, delicados y a la vez precarios, que requieren de múltiples apoyaturas, técnicas y metodologías; pero sobre todo de sostener un ethos constante de reflexividad crítica. La rigurosidad tiene que ver más con ese ethos que con mediciones cuantitativas.  

Las tecnologías del yo, del sí mismo o del sujeto, no son cuestiones secundarias (como lo vemos a diario en todas las paradojas democráticas del odio y la servidumbre exacerbada), sino elementos indispensables para que una sociedad funcione mínimamente; por eso tienen que ser estudiadas, profundizadas e implementadas en todos sus aspectos y dimensiones materiales: (i) en relación a distintos saberes (occidentales, antiguos y modernos, orientales o ancestrales); (ii) en relación a situaciones y relaciones de poder concretas en cada institución u organización (no solo a los marcos generales de dominación y explotación); (iii) en relación reflexiva con el mismo proceso de implementación, investigación y estudio (el investigador necesariamente debe realizar un proceso reflexivo de transformación de sí en tales circunstancias, caso por caso).  

Pienso en tres tipos de conducta que, por acciones u omisiones diversas, nos debilitan, dividen o desunen para beneficio de las lógicas reaccionarias y los poderosos de siempre:  

1) No escuchar ni atender a la extrema singularidad del caso; las generalizaciones abstrusas no hacen más que herir y violentar.  

2) Idealizar nombres y personajes ilustres que quedan situados en una suerte de Panteón intocable; lo que produce un menoscabo del pensamiento material, del uso de ellos mismos y de las posibilidades de los que seguimos.  

3) Caer una y otra vez en una exigencia desmesurada, superyoica y devaluativa de toda acción, en función de una servidumbre de sí que se agudiza por la multiplicación de actividades ligadas al circuito de la deuda-expectativa-recompensa; lo cual nos lleva a competir y despreciarnos entre nosotros, aunque sea por el fin idealizado del espíritu del capitalismo. 

Hilando más fino, la práctica teórica y la topografía conceptual que propongo se nutre de diferentes fuentes filosóficas; pero sobre todo se trata de un ejercicio de pensamiento conjunto donde los conceptos hacen cuerpo: hay agujeros (simbólico), consistencias (imaginario) y existencias (real) a través del anudamiento alternado de distintos registros. La práctica ideológica, la práctica ontológica y la práctica ética nos permiten trabajar en ese nudo complejo de sobredeterminaciones. 

 Si como dice Zizek, “la función de la ideología no es ofrecernos un punto de fuga de nuestra realidad, sino ofrecernos la realidad social misma como una huida de algún núcleo traumático, real”, entonces habría que agregar que lo real traumático también es, a su vez, un punto de fuga respecto a algo aún más insoportable y difícil de asir: la multiplicidad inconsistente del ser. Por eso la crítica ideológica no puede prescindir de una ontología matemática, como dice Badiou, que piense lo múltiple-sin-uno a través de la escritura de axiomas y teoremas. Pero, además, si no producimos la inflexión ética donde cada práctica social se cuestione a sí misma sobre sus modos y realice un ejercicio reflexivo de la libertad, como dice Foucault, la duplicidad entre lo imaginario y lo real sería insoportable. Luego, la filosofía permite pasar de la crítica ideológica a la ontología de lo múltiple y de allí a la reflexividad ética, del ser al acontecimiento y las verdades subjetivadas, y viceversa: vía el concepto de sujeto diversificado; anudando así lo real, lo simbólico y lo imaginario que nos constituye. No hay principio ni fin, ni última instancia ni significante amo que ordenen todo, en esta dialéctica nodal que entrecruza dispositivos heterogéneos de pensamiento.  

En definitiva, el problema no es solo el lenguaje y los discursos de odio y exclusión, sino el modo ético y crítico en que nos constituimos a nosotrxs mismxs entre lo real, lo simbólico y lo imaginario; entre poderes, saberes y subjetivaciones; entre ideologías, ontología y ética. Si pudiéramos estar advertidos de esas tendencias en pugna, irreductibles, también podríamos desarrollar técnicas y saberes que nos potencien verdaderamente. Solo así, quizás, podamos dejar de ejercer o convalidar impunemente las violencias que nos atraviesan. 

 

 

Roque Farrán nació en Córdoba en 1977. Es Investigador Adjunto del Conicet, Doctor en filosofía y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba, y miembro de los Comités Editoriales de las Revistas Nombres, Diferencias y Litura. Ha publicado los libros Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo, 2014); Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra/Palinodia, 2016); Nodaléctica. Un ejercicio de pensamiento materialista (La cebra, 2018); El uso de los saberes. Filosofía, psicoanálisis, política (Borde perdido, 2018; El diván negro, 2020); Leer, meditar, escribir. La práctica de la filosofía en pandemia (La cebra, 2020); Escribir, escuchar, transmitir. La práctica de la filosofía en pandemia y después (Doble Ciencia, 2020); La razón de los afectos. Populismo, feminismo, psicoanálisis (Prometeo, 2021); Militantes, ¡ocúpense de sí mismo! (La red editorial, 2021); Escribir, escuchar, transmitir. Crítica, Sujeto y Estado en Pandemia (El diván negro, 2021); editó colectivamente Ontologías política (Imago mundi, 2011), Teoría política. Perspectivas actuales en Argentina (Teseo, 2016), Estado. Perspectivas posfundacionales (Prometeo, 2017), Métodos. Aproximaciones a un campo problemático (Prometeo, 2018).

Comentarios: