Por Gerardo Tripolone
(Conicet / Universidad Nacional de San Juan)
“Racista”. “Dice lo que nadie dice”. “Misógino”. “No tiene pelos en la lengua”. “Va a destruir Estados Unidos”. “Va a fortalecer Estados Unidos”. “No sabe de política”. “Sabe lo que quiere la gente”. “Está loco, piensa echar a los musulmanes”. “Al fin alguien va a echar a los musulmanes”.
Afirmaciones como estas se hacen a diario sobre Donald Trump, el candidato republicano que, contra todo pronóstico previo, va camino a la nominación en la Convención del Great Old Party. Cada vez que hablan de él, aun cuando es para denostarlo como ignorante, payaso u otras lindezas, Trump se regodea. Lo importante es que hablen de él. Que siga siendo el centro de la campaña electoral. Que una de las primeras preguntas ante cualquier hecho de relevancia sea: “¿qué va a decir Trump?”.
Si la crítica proviene del sector ilustrado de la sociedad, mejor aún. Él representa al “ciudadano común” que el refinado intelectual no comprende. Si los denuestos son de la clase política de ambos partidos, más puntos suma Trump. Contra ellos es su lucha: contra la elite dirigente de Washington.
Los analistas discuten por qué un personaje tan alejado de la corrección política ha logrado tamaña popularidad. Pasó de ser un caricaturesco personaje de quien sólo cabía reírse, a un irritante racista que hería la sensibilidad pública. De fenómeno mediático, a candidato del partido de Abraham Lincoln. De outsider, a centro de la política estadounidense y mundial.
Un multimillonario apoyado por franjas de trabajadores, cuentapropistas y norteamericanos medios. Un magnate de Nueva York al que el establishment desprecia y teme. Un republicano que consiguió que otros republicanos llamen a votar por Hillary Clinton, la candidata del Partido Demócrata.
Lo que más asombra es el apoyo entre los trabajadores y desempleados, que se contrapone al desprecio del establishment, los intelectuales y los universitarios. ¿A qué se debe ese apoyo? Para algunos comentadores como J. D. Vance en The Atlantic, Trump se ha convertido en el “opio de las masas”. Sería el agente que mitiga el dolor por el desempleo o la inseguridad a través de promesas simples que auguran salidas fáciles a los problemas. El magnate hotelero les habla de la desocupación, de los gastos superfluos del país en guerras por todo el mundo, de los migrantes que les quitan el trabajo, violan a las mujeres y traen el narcotráfico.
Sin embargo, el fenómeno Trump tiene causas más profundas. Si a pesar de las contradicciones y flaquezas hay mucha gente que sigue confiando en él, es porque existen razones de peso para ello. Para Robert Kagan, analista neoconservador opuesto a la candidatura de Trump, es en parte la actitud del magnate lo que cautiva a sus seguidores. Les transmite la esperanza de un cambio a través de un “aura” de fuerza bruta y machismo.
¿Contra qué y contra quién es el cambio propuesto por Donald Trump? Contra el sistema político en general y contra la incompetencia de la elite dirigente aparentemente incapaz de satisfacer las demandas de la gente. Trump desborda el sistema político porque éste no parece darle las respuestas que la población busca. Sólo él les ofrece la salida a la abulia generalizada de un sistema anquilosado.
Aunque con menos éxito, Bernie Sanders es (o fue) un fenómeno similar, en este caso, de la campaña por la nominación demócrata. Los “políticos de Washington” que “no hacen nada” por mejorar la vida y la seguridad del pueblo norteamericano son antagonistas tanto de Trump como de Sanders.
Trump y Sanders no son lo mismo. El primero aspira a un imposible Estados Unidos étnicamente homogéneo y aislado. El segundo sueña con una imposible comunidad solidaria que logre pacíficamente la distribución equitativa de la riqueza obtenida ilegítimamente en Wall Street.
Pero estas diferencias no anulan la lucha de ambos contra el sistema político en general. Trump y Sanders, como Podemos en España, Alternative für Deutschland y Pegida en Alemania, UKIP en el Reino Unido, entre otros en Europa, buscan lo mismo: cambiar un sistema político que les parece obsoleto.
Esta similitud en las posiciones de Sanders y Trump complejizan su ubicación dentro del binomio izquierda/derecha. Aunque es fácil coincidir en que Sanders es un político de izquierdas, tiene que precisar muy bien qué entiende por “derecha” quien caracterice de esa forma la posición de Donald Trump.
El carácter disruptivo de su candidatura; su posición anti-establishment; su anti-elitismo; su lucha contra los tratados de libre comercio que “destruyen empleos”; el apoyo de grandes franjas de trabajadores y excluidos del sistema; su apelación a la voluntad del pueblo; su prédica contra las intervenciones militares y el accionar de la OTAN; el llamado al cambio de estructuras políticas y sociales y la consecuente reacción conservadora que ha generado en las elites dirigentes, ¿son posiciones de derecha? Todas estas ideas también pueden encontrarse en el discurso de Sanders y son posturas que la izquierda apoyaría. Es cierto que el nacionalismo xenófobo y exclusivista de Trump, más su machismo y conservadurismo social, son posiciones que en la actualidad se relacionan con cierto tipo de derecha. Sin embargo, estos son sólo algunos aspectos de su discurso que no anulan lo anterior.
En este escenario, Hillary Clinton sí aparece como la derecha dentro de las opciones en las elecciones de noviembre. Es, al menos, la garantía del sistema político, económico, financiero y militar estadounidense. Su candidatura es el mal menor para las elites dirigentes de Estados Unidos que temen por lo que pueda hacer Trump. Ella, y no Trump, integra el establishment de la dirigencia norteamericana. El miedo al cambio los invita a votar por Clinton, quien asegura estabilidad.
La campaña de la candidata demócrata está financiada, en una parta nada despreciable, por donaciones de Wall Street. De hecho, tal cual lo señaló José Itzigsohn en esta revista, un número importante de quienes apoyaron a Sanders lo hacen en oposición a Hillary Clinton. Ven en ella las “prácticas corruptas de políticos del establishment”. Creen que está, como el resto de la elite dirigente, “comprada” con el dinero de las “grandes corporaciones”. Es exactamente la misma acusación que le hizo Trump a Hillary en Eugene: “She’s totally controlled by Wall Street”.
Además de su vinculación con las finanzas, Clinton posee experiencia en la alta política y un discurso que seduce a los halcones del pentágono y a las fuerzas armadas. Según Max Boot, experto en relaciones internacionales del Partido Republicano y habitual columnista en publicaciones conservadoras, Clinton se inscribe en el consenso estadounidense sobre la política exterior de Washington. Por eso llama a votar por ella y no por Trump.
Como su marido y a diferencia de Trump y Sanders, Hillary es amante de las intervenciones militares y de las guerras humanitarias. Cree posible llevar la “democracia” y los “derechos humanos” mediante bombardeos de saturación, tal cual hiciera Bill Clinton en Kosovo. Malas noticias para el resto del mundo que ya comprobó cómo una y otra vez se apelan a conceptos universales para iniciar guerras de agresión que destruyen las comunidades que dicen salvar.
Aunque Hillary parece más aceptable para los demócratas pacifistas y liberales que detestan a Trump, no es éste sino aquélla quien apoya las aventuras militares por el mundo. Fue Clinton quien tras la muerte de Gadafi y la destrucción de Libia se regodeó frente a las cámaras con su famoso “We came, we saw, he died”.
Sin embargo, esto no parece alcanzar para que Trump sea digerible. Clinton tiene grandes chances de ser la primera presidenta de Estados Unidos, aun cuando no tenga nada más que ofrecer que una garantía al sistema político y económico. A pesar de la carencia absoluta de atractivo que tiene su candidatura, Trump parece demasiado malo y peligroso como para ser elegido.
Stephen Walt señaló en la revista Foreign Policy lo deprimente que resultan estas opciones para los norteamericanos. Y la depresión no es sólo de ellos, sino del resto del mundo que no avizora nada bueno en los dos candidatos que dirimirán la presidencia de la única superpotencia mundial.
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