Violencia y sociedad
¡Estás despedido!

Por Alejandro Campos (UBA-FSOC)

Del pulgar al gatillo

Durante un acto en abril de 2016, en plena campaña presidencial, una periodista interroga al por entonces candidato presidencial Donald Trump (“…me preguntaba qué le diría usted al Presidente Obama…”), cuando éste la interrumpe antes de finalizar la pregunta, para lanzar contra Barack Obama la muletilla que lo hizo famoso: “You re fired!”.

Aunque ya un personaje relativamente conocido, Donald Trump alcanzó una fama nacional con su programa “The Apprentice”, transmitido por la cadena NBC. El programa, estrenado en su versión norteamericana en 2004 y finalizado en 2017 –aunque ya sin la participación de Trump-, fue exportado a varios países y alcanzó en Estados Unidos, durante sus primeras temporadas, picos de audiencia de casi 30 millones de espectadores. Consistía en un reality show en el cual los participantes competían por convertirse en los presidentes o directivos de alguna de las empresas de Trump. Luego de sus competiciones, los participantes que habían fracasado en el cumplimiento de sus metas se enfrentaban al veredicto del empresario, que cada semana ritualizaba su sentencia con esa “catchphrase” que ponía fin a la participación de uno o más candidatos, según el arbitrio y el humor del conductor del programa.

Cuando en ese acto Trump lanzó su frase el público parecía estar aguardándola con la agazapada expectativa con que todo Springfield esperaba el “Yo no fui” de Bart Simpson. El índice y el pulgar formando una “L” invertida, el gesto semeja una suerte de disparo[1]. Sus seguidores estallan de inmediato en una ovación, el empresario se regodea en un gesto autocomplaciente, y cebado por los gritos del público, repite, exagerándolo, el mismo gesto, mezcla de goce y saña. Aunque lejos de la impronta trágica de las escenas en las que el pulgar soberano hacía morir o dejaba vivir, y más cercano en su obscenidad y en su gestualidad a la expresividad grotesca, la escena sin embargo despliega y espectaculariza a su modo una arista del poder soberano, jugándose ya no solamente en la frontera entre la vida y la muerte, sino entre la inclusión y la exclusión.

Dueñidad (Cuerpo, territorio y soberanía)

La antropóloga Rita Segato sostiene que la actual fase del capitalismo nos obliga a caracterizar nuestra época ya no a partir simplemente de la desigualdad que la sostiene. Emplea el término “dueñidad” para dar cuenta de la radicalización de esa desigualdad, que marca una fase ulterior –apocalíptica- del capitalismo, y que torna, a aquéllos pocos dueños de las grandes fortunas, en seres, más que desiguales, dueños. Dueños de la vida y de la muerte. La alevosía en la concentración de la riqueza nos urge a pensar en las nuevas formas de dominación y sometimiento que adopta el señorío de esta nueva etapa, y que nos remonta, para abordarlos, a aspectos similares de la última etapa, decadente, del Medioevo.

La originalidad de la perspectiva de Segato permite arrojar luces desde otros ángulos a los fenómenos de la violencia de género y de las distintas violencias por motivos raciales y de orientación sexual, observando en éstos  una problemática que implica a la sociedad en su conjunto, y no únicamente a minorías. Sus hipótesis tienen el valor que les da el espesor de la experiencia y la investigación, que la condujo a realizar un particular anudamiento para comprender estos fenómenos

Observando y analizando la variación de las modalidades criminales ejercidas mayormente sobre los cuerpos de mujeres, Segato constata no solamente un incremento de esta violencia sino la aparición, en los últimos tiempos, de una crueldad inusitada en este tipo de crímenes. La proliferación de casos de secuestro, tortura y violación, perpetradas por hombres que escogen como víctimas a mujeres desconocidas resalta el carácter público de estos crímenes, en los que se pone en juego no algo del orden del deseo y la intimidad, sino una violencia expresiva, que contiene un mensaje hacia la sociedad. Este tipo de crímenes, más usual en países de Centroamérica, ha comenzado a expandirse hacia otros países de la región, en paralelo a la expansión de redes paraestatales de control de la vida.

Si se amplía la lente para analizar las mutaciones que estos crímenes han venido sufriendo, desplazando la problemática de las violencias de género, homo y transfóbicas de la perspectiva que las considera una violencia ejercida contra minorías, entonces podría verse el modo en que las coordenadas –económicas, políticas, sociales- de una época influyen directamente en la impronta de estos fenómenos criminales. Es preciso, según la investigadora, dejar de abordar estos temas desde una agenda de la minorización, que tiene como correlato toda una batería de dispositivos y políticas institucionales abocados a solucionar estas problemáticas desde una lógica segmentada.

Lo que estos crímenes ponen de relieve es, precisamente, la dueñidad, el carácter que adopta el capitalismo en nuestra época. La brutalidad de estos crímenes, el hecho de que sean perpetrados en la esfera pública y muchas veces ante víctimas desconocidas, conduce a Rita Segato a pensarlos en relación a la soberanía y al territorio. Su experiencia en Ciudad Juárez, con familiares de víctimas de violencia de género, le permite trabajar en la hipótesis según la cual estos crímenes consistirían en la “espectacularización” del poder y de la impunidad. Las violaciones y femicidios, pensados como actos comunicativos, cometidos por un victimario que quiere dar un mensaje a la sociedad, habilita a pensar estos crímenes por fuera de la anomalía y, más bien echar luz y cuestionar las formas de sociabilidad –propias de la masculinidad- que pueden resultar conducentes a la perpetración de dichos crímenes.

Es a partir de esta investigación en México que la antropóloga trabaja el paralelismo entre la “economía simbólica” de la masculinidad y la de la organización mafiosa. En tanto que constituye un estatus, la masculinidad es algo que debe probarse, exhibirse, mostrarse permanentemente. La condición para el acceso al estatus de la masculinidad supone la espectacularización de ese poder y ese dominio propios de lo masculino. Al exigirle al hombre la capacidad de someter, el mandato de masculinidad es, también, un mandato de crueldad. Este atributo es también indispensable en cualquier organización mafiosa, en las que los rituales iniciáticos cumplen la función de medir/probar la capacidad de crueldad de los futuros miembros de la organización. La brutalidad que han ido adoptando los crímenes de violencia de género no está escindida de la expansión de las redes mafiosas que controlan la vida de cada vez más territorios. Tal como dice la autora, “el cuerpo de las mujeres es como un pizarrón sobre el cual se escribe el poder, la soberanía territorial, el control de una jurisdicción”.

Pedagogía de la crueldad

Las distintas formas de poder precisan de la espectacularización para poder reproducirse. Lejos de ser una consecuencia residual de la dominación y el sometimiento, la exhibición resulta nodal para la perpetuación del poder. Pero la violencia que sufre el cuerpo de la mujer –y de todes aquelles que sostengan una posición femenina, disidente- difiere del resto, en tanto funciona como apoyatura paradigmática para el resto de las relaciones de poder y dominación ejercidas en la sociedad. A través de la humillación y la cosificación del cuerpo de la mujer, gran parte de la sociedad participa a la vez del sometimiento. No se trata únicamente de la forma más extrema de esta violencia, sino también de la violencia más extendida y naturalizada, como la ejercida por el lente mediático, que barbariza –tinelliza- a la sociedad, y proporciona a muchos –verdaderamente también sometidos y dominados- la ficción de pertenecer al conjunto de los dominadores.

La dueñidad precisa de esta naturalización de la crueldad para poder ejercerse y reproducirse. Para lograr esa anestesia, ataca los lazos y lesiona la vincularidad de las comunidades, con el objeto de reducir la experiencia de la compasión y la empatía humanas. Habituar a una población a que conviva cotidianamente con situaciones crueles y dañinas está en el centro del proyecto político contemporáneo. Es en este contexto que puede comprenderse mejor el fenómeno que Segato denomina “feminización de la guerra”[2], que da cuenta del particular encarnizamiento que hay contra las mujeres en los enfrentamientos bélicos. Este fenómeno se entiende mejor si se repara en el rol central que la mujer cumple en las comunidades, en tanto tejedoras y organizadoras principales de la vincularidad y del arraigo a un territorio y a una comunidad. Colocarlas como blanco predilecto, lejos de ser casual o leerse como un exceso de los distintos ejércitos invasores, es una de las estrategias bélicas centrales en la persecución del objetivo de diezmar comunidades.

¿Y por casa?

Como si el hecho de encontrarse frente a frente no fuera condición para hablar de enfrentamiento, despertando ecos de las épocas más oscuras, los diarios enmarcan a la ligera los casos de violencia policial como “enfrentamientos”, aún cuando a las víctimas le den muerte a quemarropa y por la espalda. El gatillo fácil ha sido una práctica constante de las fuerzas policiales, pero lo tristemente novedoso es que esa modalidad de asesinato –más característica del tipo de criminalidad paraestatal y mafiosa- sea, no solamente asumida, sino homenajeada por el Estado, que no parece como antaño ocupado en invisibilizar sus prácticas homicidas, sino más bien al contrario, procura exponerlas a la opinión pública, consiguiendo no poco éxito mediante esta espectacularización de la impunidad. El caso Chocobar acaso sea paradigmático en este sentido. A instancias únicamente de una ocurrencia presidencial, el Presidente, tan esquivo para algunos, recibe a un ignoto policía, investigado y embargado por la justicia, acusado de homicidio. La repercusión de la foto del encuentro, publicada en Facebook, es suficiente para ver la intensidad que suscita el debate en torno al rol de las fuerzas armadas y policiales en el país. La publicación es la más comentada, likeada y compartida de los últimos meses, superando ampliamente al resto. Esta oscura apuesta de legitimación, por parte del Gobierno, de una modalidad homicida propia de la narcocriminalidad, ¿no puede comprenderse acaso como una suerte de pedagogía de la crueldad?

Basta ver los términos en los que se abordó la discusión en la televisión acerca del caso del policía homicida para ubicar que ha habido un sensible corrimiento en el modo en que el periodismo trata estos temas. Los que antes eran consideradas figuras relativamente marginales o hasta en ocasiones ridículas por sus tonos de indignado fascismo, ahora ven el contenido de sus opiniones generalizado, y ya sea en la modalidad de fascismo amable o de fascismo desbocado, se insinúa la instauración de un sentido común de lógica represiva e incluso, a veces, bélica. Los términos del debate parecen acercarse al modo en que se dan en otros países de la región que tienen un largo camino recorrido en la consolidación de Estados policíacos y cuyas políticas represivas orbitan en torno al concepto de terrorismo. No es casual que a la cabeza de este proceso se encuentre la ministra más cercana a la Embajada de Estados Unidos.

¿Cómo podríamos leer este giro radical en materia de seguridad ciudadana? Si el gobierno gusta en denominar “gradual” al ritmo de sus cambios en materia de política económica, no cabe duda de que, en materia de seguridad ciudadana, el gobierno está sumiendo a la sociedad en un shock. El apoyo presidencial al policía homicida Chocobar fue interpretado por algunos como una estrategia del gobierno para “distraer” a la opinión pública de los malos resultados económicos, y así desplazar el eje de la agenda y la discusión pública hacia temas de seguridad, ganándose y consolidando la simpatía de los sectores demandantes de “mano dura”. Y si bien es posible que este apoyo se deba a una estrategia cortoplacista, más verosímil –y teniendo en cuenta que no es la primera vez que el gobierno manifiesta su apoyo a miembros de las distintas fuerzas que son acusados de matar por la espalda- resulta pensar que se trata de una profundización en su intento de disputar el sentido común de la sociedad en materia de seguridad.

¿Con el único objetivo de una especulación electoral? Probablemente no. Quizás se infravalore, en el análisis que se hace del proceder del gobierno, la excesiva influencia que éste otorga a los efectos que las repercusiones mediáticas tienen sobre los volátiles humores de los flujos de capital. Nos encontramos frente a un gobierno que decidió alterar el conteo de una elección sin otro motivo aparente que el temor a que titulares anunciando el triunfo de la ex presidenta pudiesen espantar los ánimos del capital financiero. Si se toma en consideración este aspecto del gobierno, el hecho simbólico de que un presidente reciba a un policía que ha asesinado por la espalda a un ciudadano argentino, salvándole la vida a un turista norteamericano, ¿no podría pensarse como un mensaje cuyo destinatario principal –antes que la propia sociedad civil- es el capital internacional ante el que el gobierno se arrodilla en toda ocasión?

¿Quién es el destinatario principal de los mensajes que el gobierno da con sus gestos, sus fotografías y sus declaraciones?

La precariedad, el sentimiento de intemperie que el gobierno instaura en la población, encuentra una expresión hiperbólica en la legitimación de estos asesinatos por la espalda cometidos por fuerzas estatales. Sin embargo, se trata de la manifestación más radical de la fragilidad que sobrevuela todo el tejido social. Es posible que el gobierno, ante los esquivos resultados económicos, apele al recrudecimiento de su política represiva –y, podríamos decir, criminal-, pero no única ni principalmente como un mensaje a sus propios ciudadanos, sino a aquéllos que lo auditan desde fuera. ¿No son estos centros de poder financiero internacional, ramificados en sus múltiples organismos, empresas, etc., los que oscuramente exigen que el gobierno exhiba la crueldad de la que es capaz? ¿La crueldad que enseña el gobierno no funciona como un mensaje – promesa que es índice y antesala de otro daño –el daño económico- que se espera que cometa?

Los múltiples sacrificios de este pueblo –algunos más radicales, otros realizándose a cuentagotas, día a día- parecen ser en adoración al capital, con probable sede en Davos, sostenidos por el mantra ya afónico de las inversiones. La dueñidad parece manifestarse con mayor nitidez en los últimos tiempos en la Argentina atendida por sus dueños. Se expresa casi arquetípica y paradojalmente en el caso de un Ministro de Trabajo que insulta y echa arbitrariamente a su empleada contratada ilegalmente, pero encuentra réplicas que atraviesan todo el tejido social. Al revalorizarse el patronazgo y la dueñidad, este contexto revigoriza en consecuencia la misoginia. Abusar del poder, rápidamente admitir acongojado el arrepentimiento y el error, luego pedir perdón. Hasta los mecanismos más nimios y habituales de este gobierno semejan actitudes machistas.

Develar este carácter machista del gobierno es un mérito –y aún continúa siendo un desafío- del movimiento feminista. Será por eso que ciertos periodistas y comunicadores, visiblemente inquietos por el devenir de los planteos feministas, pasaron de reivindicar aquélla primera marcha del Ni una Menos a alertar sobre los peligros de la radicalización del movimiento.

 

 

[1] Resulta llamativo que, si bien “fired” significa “despedido” –y el contenido de la frase remite a un despido-, el gesto que realiza Trump ilustra sin embargo un uso más infrecuente de la palabra: “disparado”. Esta aparente disyunción entre el gesto y la frase permite pensar más bien la convergencia y la íntima afinidad que existe entre inseguridad económica y la jurídica

[2] Al respecto, basta ver las recientes declaraciones del presidente de Filipinas, quien exige a sus soldados disparar a las guerrilleras del NEP (Nuevo Ejército del Pueblo) “en la vagina”, ya que “sin vagina, sería inútiles”, agregó.

Comentarios: