Universidad Pública
La insurrección de los saberes

Por Diego Conno

Foto de portada: Bruno Grappa

No hay reforma universitaria sin reforma social

Deodoro Roca

 

que la universidad se pinte de negro y de mulato,

de obrero y campesino,

que se pinte de pueblo

Ernesto “Che” Guevara

 

¿Es inútil sublevarse? Desde tiempos inmemoriales las sociedades humanas se han levantado contra toda forma de poder considerada ilegítima o injusta. Sabemos por la historia que la protesta social puede tomar diversas formas: resistencia, desobediencia civil, huelga proletaria o general, paro, piquete, marcha o movilización, entre muchas otras. Digamos que todas ellas son diversas formas de acción colectiva, modos de la insurrección ante la opresión de un poder que se sabe injusto. Ningún poder es absoluto, donde hay poder hay resistencia.

Foto: Carlos Brigo
Foto: Carlos Brigo

La historia de la universidad latinoamericana, como la de la misma tierra en la que habita, ha sido una historia de dominación y jerarquías, de desigualdades y exclusiones, pero también de conflictos y de luchas emancipatorias por la igualdad y la libertad de los cuerpos y las inteligencias. Luchas para interrumpir el discurso dominante que designa lo que los cuerpos y las inteligencias pueden.

La Reforma Universitaria que tuvo su origen en la ciudad de Córdoba en 1918, y de la que nos encontramos atravesando su centenario, marcó un antes y un después en la historia de la universidad. En un contexto autoritario y clerical con resabios coloniales la reforma significó una revolución de los saberes que sembró los cimientos de la Universidad Latinoamericana: autonomía, cogobierno, libertad de cátedra, extensión.  Pero Córdoba significó también, al igual que ese acontecimiento que se encuentra en medio, entre ella y nosotros, y que fue el mayo francés, una unión obrero-estudiantil.

El movimiento que comenzó en las aulas contra un sistema jerárquico y colonial terminó constituyéndose en una especie de “gran reforma intelectual y moral” de carácter continental, como la llamó alguna vez Juan Carlos Portantiero. Su ideario emancipatorio se expandió a toda América Latina: en el Perú devino el primer partido político nacional-popular (el APRA), en México fue un episodio más de la revolución nacional, en Cuba terminó siendo motor de la revolución. Grandes nombres como Deodoro Roca, Saul Taborda, Haya de la Torre, Mariátegui, Vasconcelos, Mella, Fidel Castro, entre muchos otros, condensan la dimensión político-intelectual y el devenir revolucionario de la reforma.

Con la llegada del peronismo y la revolución social que generó se produjo lo que podría considerarse una “segunda reforma”. El famoso decreto de 1949 que estableció la gratuidad universitaria permitió el acceso a la universidad de la clase trabajadora. Esto se complementó durante los gobiernos kirchneristas a partir de 2003, con la creación de 17 universidades nacionales, que no sólo garantizó la existencia de al menos una universidad en cada provincia del país, sino que significó una especie de “tercera reforma” que posibilitó, ahora sí, la incorporación de los sectores populares, tradicionalmente excluidos de la educación superior, al tiempo que constituyó una alianza estratégica con los territorios en los que cada una de estas universidades se fueron desplegando.

La cuestión de la universidad, de su pasado, su presente y su futuro es siempre una cuestión política: por un lado, refiere a una política de los saberes, es decir, al modo de instituir, organizar y distribuir los saberes en una comunidad. Por otro, a la relación de la universidad con un determinado proyecto nacional, regional o global.

Foto: Lucía Prieto
Foto: Lucía Prieto

En la actualidad nos encontramos en un proceso de contrarreforma. Desde luego, esta no es una particularidad del caso argentino sino que se inscribe en una lógica de escala planetaria, que significa transformar la universidad en una simple mercancía como lo muestran los últimos informes del FMI y la OMC. En el caso argentino, el desfinanciamiento actual del sistema universitario es el correlato de su modelo político y social: expandir la forma-empresa a todos los ámbitos de la vida social. Esto es, convertir la universidad pública en una Universidad S.A.

Desde la asunción de la alianza Cambiemos la universidad argentina ha pasado a convertirse en un importante campo de disputa, tanto material como simbólico. El conflicto actual por la paritaria docente y el presupuesto universitario se inscribe en el marco de un conjunto de políticas en contra del mundo popular, pero al interior del cual la cuestión de la universidad ocupa un lugar fundamental, por su íntima relación con la democracia, el pensamiento crítico y los procesos de desarrollo y ampliación de derechos. Así, la política universitaria de Cambiemos oscila entre el desfinanciamiento y la privatización, entre una política de ajuste y una política de mercantilización; polaridad que se explica más que por una planificación deliberada de ensayo y error (tal como sucede en otras áreas), por las tensiones al interior del gobierno. Su política más superficial es la que se desarrolla en la escena mediática y judicial con los fallidos intentos de desprestigio de las editoriales de Clarín y La Nación, o con las disparatadas aventuras de un fiscal al denunciar a todo el sistema universitario. Su política más acabada quizá sea la que pretende llevar adelante en la universidad Nacional de Córdoba: un plan de reforma, o mejor, de contrarreforma, según la sugerente expresión de Sebastián Torres[1], para caracterizar lo que podría ser de hecho, el fin de la herencia de la reforma del 18, esto es, el co-gobierno universitario. Decimos disputa en la Universidad, pero también diputa de la universidad. En el centro de esta disputa se encuentra la cuestión de la democracia y la idea de la universidad como derecho.

Sin dudas lo que está en juego en la Argentina es si la universidad es un derecho para todas y todos, o un privilegio para unos pocos. El derecho a la universidad no es solamente el derecho de cualquiera a ingresar a la universidad, permanecer y egresar. Es un derecho fundamentalmente social, común, popular; es el derecho que tiene una sociedad al pensamiento crítico, al conocimiento, al uso de los saberes que la misma sociedad produce. Es, para tomar una fórmula hecha clásica por una de las pensadoras más importantes del siglo XX, una especie de “derecho a tener derechos”, y que constituye una de las características ineludibles de nuestra condición humana. Una sociedad que renuncia a este derecho es una sociedad que se abandona a la ignorancia y su sometimiento.

Foto: Vale Dranovsky
Foto: Vale Dranovsky

Hoy como ayer la situación de la universidad latinoamericana no puede desvincularse de los grandes dramas que atraviesan la región. Es que América Latina se ha vuelto (quizás nunca dejó de serlo) un gran territorio de disputa. América Latina se haya hundida en un proceso de autoritarismo político, retroceso social y degradación cultural. Frente a ello la universidad no puede quedar al margen, la universidad no es una isla; debe constituirse en un amplio espacio público-político, lugar de preservación y cuidado de la memoria histórica, resistencia y lucha contra las políticas de ajuste y precarización de la vida; pero también debe poder devenir en una fuerza de pensamiento y acción contra-hegemónica, debe poder ofrecer una alternativa posible al neoliberalismo y sus tecnologías de financiarización de la existencia. La misión de la universidad debe ser más que nunca la democratización de la democracia: ampliación de derechos, creación de otros mundos, institución de nuevas formas de lo común.

Latinoamericanista, feminista y popular. Este es el nombre que debe tomar la universidad latinoamericana. Nombre que recoge las luchas a lo largo de siglos contra el colonialismo, el patriarcado y el capitalismo. Decimos “debe” porque entendemos que allí se juega un posicionamiento ético, una manera de ser y estar en el mundo con otras y otros. Aquí se enraíza el legado emancipatorio de la reforma: la universidad como potencia de transformación, modo de afectar y ser afectada en su deseo latinoamericanista, feminista, popular.

Foto: Che cámara
Foto: Che cámara

La universidad pública argentina está de pie y en lucha en defensa de la educación pública. Hace semanas que la comunidad universitaria se encuentra movilizada y con un plan de acción: clases públicas, abrazos, paros, que confluyeron en una gran marcha nacional universitaria.  Sin dudas estamos transitando un momento más en esta larga historia de resistencia y de lucha que es la de la universidad latinoamericana. Hemos sido muchos, miles, millones. Expresión de un deseo común, el de encontrarnos para transformar la violencia actual del gobierno y los sectores dominantes en fuerza creadora de invención democrática. Insurrección de los saberes que nos ha vuelto infinitos. Porque ya no estamos discutiendo solo la política universitaria o educativa de un gobierno, estamos poniendo en cuestión un poder que no sabe gobernar.

 

 

[1] Torres, Sebastián. “La contrarreforma”, Página 12, 19/11/2016.

 

 

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