Discurso PRO
Las palabras del presidente

Por Ana Soledad Montero (Conicet – Unsam)

Usos de la verdad y ethos managerial en el discurso de Macri

Una de las principales recurrencias temáticas y modales del discurso presidencial de Mauricio Macri es la referencia al carácter verdadero o sincero de su enunciación. “Mala mía”, “Te la debo”, “Fue un error de manejo”, “Error de carga”, “No estoy en tema”, “Trabajar con autocrítica”, “Me puedo equivocar”, “No soy infalible” son expresiones habituales en boca del presidente y de su entorno. En efecto, el clivaje verdad/mentira o sinceridad/engaño parece articular, como eje temático y polémico, gran parte de las alocuciones presidenciales. Así, el rasgo de la mentira o el engaño es atribuido al adversario, y el propio discurso se autocalifica como verdadero o sincero. Al mismo tiempo, también es habitual que los detractores del macrismo lo acusen de mentiroso (por incumplir las promesas de campaña, por ejemplo).

Para los que nos interesamos en el análisis de los discursos sociales, esto suscita un problema mayúsculo. En efecto, desde el punto de vista del análisis del discurso, el contraste entre los enunciados y el “dominio extradiscursivo” (si es que coincidimos en que existe algo así como un dominio no discursivo), y por lo tanto la determinación de las condiciones de veracidad o falsedad de los enunciados no es una opción epistemológica ni metodológicamente válida. Cierto es que, desde una mirada empirista, muchas veces creemos percibir que hay una distancia entre el decir y el hacer (por ejemplo, entre las promesas, los anuncios, los ideales invocados y las medidas efectivas). No obstante, lejos de dar cuenta del carácter no verdadero de la palabra política, esa distancia coloca la pregunta por su eficacia, por verosimilitud. En efecto, si nos situamos en el campo del análisis del discurso, debemos reconocer como premisa epistemológica que, de hecho, tal escisión (discursos/hechos) es impertinente en la medida en que los discursos son hechos en sí mismos. Hechos capaces de modificar, como señalan los especialistas, el estatus jurídico de los hablantes, que quedan inevitablemente atrapados en el acto de habla realizado por el interlocutor: el destinatario de una promesa, una pregunta, una amenaza o una aserción queda inmediatamente comprometido en la realidad instaurada por esa promesa, esa pregunta, esa amenaza o esa aserción. De allí que el carácter referencial –es decir, su falsabilidad con respecto a los datos de la realidad– de los enunciados de Macri no constituya un factor suficientemente explicativo: lo que hace falta entender, en cambio, es qué estado de cosas crean esas palabras, el verosímil que allí se instaura. ¿Cómo interpretar la insistencia presidencial en hablar desde y de la verdad, qué efectos de sentido atribuirle?

La mentira como falsedad, como demagogia y como estafa

Si el discurso de Macri se autoatribuye el rasgo de la verdad o la sinceridad, al tiempo que le imputa a su adversario –el kirchnerismo– el de la mentira o el engaño, podemos identificar al menos dos modos de concebir la mentira o el engaño en el discurso macrista: o bien la mentira remite a la falsedad, en tanto inadecuación entre el decir y el hacer del otro, o bien esta es concebida como una estrategia demagógica e instrumental mediante la cual se pretende ocultar, disfrazar y tergiversar la realidad: “no se logra crecer [con] mentira, con engaño, con demagogia, que es lo que vimos anoche”, decía Macri en una conferencia de prensa en relación al debate sobre el impuesto a las ganancias (07/12/2016).

Como es evidente, en este punto encontramos una relación inversamente simétrica con el kirchnerismo, en la medida en que este también se auto-atribuye el rasgo de verdadero acusando a sus adversarios de mentir. Pero aquí el engaño adquiere otro matiz: el discurso del otro no solo es caracterizado como engañoso, sino que ese engaño, además, aparece como un engaño histórico que se prolonga en el presente. De modo que para el kirchnerismo la mentira se concibe además como una estafa histórica –lo que se condice con el tipo de relato histórico del kirchnerismo, según el cual los enemigos de hoy son expresiones o prolongaciones de los enemigos de ayer.

Si en el discurso de Macri la mentira se asimila o bien a su carácter de falsedad o bien a su naturaleza estratégica e instrumental, no debe sorprender entonces que su contracara, la verdad, asuma entonces la forma de un develamiento: sinceramiento de la economía, transparencia de los precios, fin de las distorsiones:

“Hoy el Indec puso la verdad sobre la mesa y dijo qué es lo que pasa en la Argentina. No más mentiras, ni tener que sufrir la falta de respeto de que nos digan que en la Argentina hay menos pobres que en Alemania […] Lo que estamos empezando a tener es información estadística real. Hoy los números son los que reflejan la realidad del país. Lo que teníamos antes era una ficción de cifras que no respetaban la realidad. Creemos que este es el punto de partida, este es el equilibrio económico de la Argentina, sin cepos, sin distorsiones en la economía de todos los días, que generaban situaciones que no eran reales” (27/09/2016).

Pero la sinceridad proclamada por el macrismo se manifiesta también, como ya señalamos, como un ejercicio de autocrítica: mostrarse sincero implica reconocer errores, saberse falible, aceptar públicamente las propias faltas.

¿Cuál es la eficacia política de estos usos de la verdad y la mentira en el discurso macrista? ¿Cuál es su impacto en términos de construcción de legitimidad, de identidad, de adhesiones políticas? En primer lugar, permiten instaurar una modalidad de lectura de la propia práctica gubernamental en clave de un ejercicio de sinceramiento que determina el carácter inevitable y necesario de las decisiones políticas. Esta inevitabilidad surge precisamente del develamiento de aquello que estaba oculto. En segundo lugar, y no menos importante, de este juego con la verdad y la mentira surge la construcción de una imagen de sí, de un ethos, concebido como una proyección discursiva, un conjunto de atributos y rasgos que surgen de las palabras presidenciales pero también como una ética, una disposición práctica incorporada en el enunciador: ese ethos, es decir, esa imagen y esa ética no son otras que las del manager.

 

Ethos managerial: lessons learned, oportunidades de mejora y gestión de crisis

En este punto, conviene plantear, de entrada, una distinción: suele decirse que el discurso macrista es un discurso apolítico o antipolítico en la medida en que se muestra como un gobierno de acuerdos y de consensos, más orientado a la gestión o a la administración técnica de las cosas que al reconocimiento del carácter conflictivo de los asuntos públicos. Visión sustentada además en la gran cantidad de CEOs presentes en el gabinete, a lo que se suma la procedencia del propio presidente del ámbito empresarial. Este modo de calificar el discurso macrista suele vincular su carácter “administrativista” con una visión tecnocrática de la realidad, según la cual lo social sería una materia maleable, segmentable y dominable a partir del conocimiento técnico.

Sin embargo, como bien muestra la socióloga Florencia Luci en su investigación La era de los managers (Paidós, 2016), las cualidades esperadas de un manager (y más aun de un CEO) no solo se diferencian sino que se oponen a las de los denominados “tecnólogos”. Si estos últimos son especialistas en un dominio específico, idóneos para implementar una técnica con el fin de resolver problemas particulares, los managers deben ser capaces en cambio de tener una mirada estratégica, de largo plazo, mirada que trasciende las decisiones y prácticas del día a día.

Por otra parte, lejos de ser un actor aséptico que desconoce los conflictos, el manager debe ser, por el contrario, capaz de lidiar con ellos, de reconocerlos, anticiparlos y resolverlos, y ello no sin un margen de incertidumbre (de allí el empleo cada vez más frecuente de herramientas de tipo probabilístico en al ámbito del management) que debe ser no solo aceptado sino asumido como parte constitutiva de la decisión. El manejo de situaciones críticas o gestión de crisis siempre se realiza desde una posición de falibilidad, bajo el supuesto de que necesariamente existe un margen de error, resultante del carácter incierto (y no totalmente predecible) de la realidad.

Este rasgo hace que el ethos del manager posea una dimensión fuertemente autorreflexiva, lo que permite y obliga al gerente a realizar ejercicios permanentes de autocrítica y revisión de aspectos problemáticos: las instancias de puesta en común de lecciones aprendidas (lessons learned) o la detección de oportunidades de mejora constituyen, así, prácticas habituales en la tarea de todo manager. Ahora bien, ese carácter autorreflexivo no parte del supuesto de la propia ignorancia o de la propia incompetencia, sino que supone un modo distinto de concebir el error: este no constituye una distorsión entre dichos y hechos, y menos aún una estafa o una estrategia demagógica, sino un momento inherente a toda toma de decisiones, cuya detección y reconocimiento eleva y cualifica la propia práctica. Quien reconoce un error (esto es, una oportunidad de mejora), lejos de ser considerado un mal manager, muestra que es capaz de saber y gestionar incluso aquello que no sabe.

Hecha esta digresión, volvamos entonces al discurso macrista. Decíamos que allí se configura la imagen de un manager, es decir, un ethos managerial que se manifiesta, entre otros aspectos, en el vínculo que ese discurso entabla con su carácter verdadero o sincero, en oposición a la naturaleza engañosa, mentirosa y demagógica de su adversario.

Visto desde el enfoque que aquí proponemos, ese ethos managerial no remite estricta ni automáticamente al carácter tecnocrático que suele atribuírsele, y por lo tanto, no articula necesariamente un discurso situado en las antípodas de lo político. Por el contrario, la imagen que aquí se proyecta es la de alguien que habla no solo con sinceridad sino con crudeza, frialdad y rigurosidad; que no se exaspera en la discusión pero reconoce, con la misma crudeza, los conflictos y los momentos críticos; cuya credibilidad surge de su capacidad de identificar problemas y errores, y de gestionar las crisis. Lo que allí se configura, en suma, y que valdría la pena explorar en profundidad, es otro modo de concebir lo político mismo.

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