Neoliberalismo
Pensar el Neoliberalismo: ontología, prácticas de sí, nodalidad

Por Roque Farrán
(UNC-IDH-Conicet)

Estas tesis presentan un adelanto y sobrepaso de lo expuesto en el libro de próxima aparición Nodal. Método, Estado, Sujeto (La cebra/Palinodia).

  1. El neoliberalismo es ideológicamente revolucionario y transformador, así promueve la posibilidad de cambio hasta el delirio: el cielo es el límite y cualquiera puede cualquier cosa si se lo propone y esfuerza en pos de ello. Es políticamente reaccionario y conservador, pues se alía siempre con los sectores más oscuros y rancios de la sociedad, desconfiando de los movimientos populares y sus modos singulares de organización; rechazando o relativizando, por ende, la posibilidad de un acontecimiento político anómalo que reestructure la situación y la emergencia de nuevas capacidades políticas y liderazgos carismáticos. Es económicamente destructivo y homogeneizador, porque al promover la desregulación del mercado, la competencia descarnada y el individualismo a ultranza, deja librado el juego al acaparamiento de los que ya contaban con recursos materiales, produciendo un aplanamiento de la actividad productiva que se concentra cada vez más en el lucro y la especulación financiera, destruyendo todo lo que se le interpone: naturaleza, ciudades, relaciones sociales, invenciones técnicas, producciones singulares, etcétera. Encontrar otro modo de ser, que anude coherentemente las dimensiones políticas, ideológicas y económicas que nos constituyen, es asunto de suma urgencia: todos tendríamos que estar pensando en ello, por todos los medios posibles, porque es asunto de vida o muerte, para la especie en su conjunto.

 

  1. Quisiera proponer entonces una tesis radical respecto al neoliberalismo. Antes que una ideología, una forma de gobierno, o un modo de organizar la economía, el neoliberalismo es la ontología misma. O sea, es el discurso y la práctica que más se acercan a eso que Occidente ha intentado pensar como ser en tanto que ser, pura multiplicidad descualificada, no asignable a ningún lugar o presentación específica, no reductible a ningún predicado característico; de ahí su efectividad. El neoliberalismo empalma lo real directamente a un discurso práctico sobre el ser mismo de las cosas, bajo un modo exclusivamente técnico que prescinde de cualquier ética o constitución subjetiva para su a-problemática difusión.

 

  1. Es sabido, al menos de Marx a esta parte, que la forma-mercancía por la cual el lenguaje capital nos habla, permite abstraer el valor de uso y las cualidades concretas de los productos que entran en el intercambio social regulado por el mercado, ceñido a la lógica exclusiva de la oferta y la demanda, a un costo cuya magnitud en verdad desconocemos. Esto ha llegado muy lejos con el neoliberalismo, al punto tal que no hay actividad humana o inhumana alguna que escapen a su lógica de producción, circulación y consumo. Contrariamente a lo que sostienen los ideólogos del neoliberalismo (que son ontólogos sin saberlo), en sus alegatos contra cualquier tipo de control o regulación estatal, nos encontramos ante el régimen totalitario más abyecto jamás concebido en la historia de la humanidad. Si sostenemos que el neoliberalismo es la ontología consumada, el orden del ser-en-tanto-ser, entonces entenderemos que en verdad no hay ni puede haber lugar allí para nada que sea del orden del acontecimiento y de la constitución subjetiva (lo que no es el ser en tanto que ser), con todo lo que ello entraña de azar, de riesgo, de apuesta y de fidelidad inventiva. Más acá de todas las banalidades que entraña el empresariado de sí y otras figuras subjetivas que dicen acompañar este estado de cosas, lo cierto es que no hay ni puede haber allí una verdadera teoría del sujeto.

 

  1. Por ende, la “madre de todas las batallas”, el foco donde apuntan todos los cañones, las estrategias y tácticas de intervención, los más diversos poderes, se encuentra hoy en las subjetividades; hay un secuestro permanente de las subjetividades y una guerra encarnizada por impedir que accedamos a nosotros mismos, que nos constituyamos como sujetos (incluso en la proliferación de discursos New Age que apuntan a un individuo que puede cualquier cosa sin ocuparse verdaderamente de sí). Por eso la sentencia socrática sigue siendo actual, y más actual que nunca: ¡ocúpense de sí mismos!

 

  1. El lector habrá advertido que he deslizado algunos términos filosóficos “altamente especulativos” para plantear esta problemática política concreta. Más precisamente estoy empleando, aunque no sin imprimirles cierto forzamiento y desnaturalización producto de mi propia práctica, ciertas tesis y conceptos propuestos por Alain Badiou. En primer lugar, porque considero junto a este autor que la liquidación del pensamiento que entraña la ontología neoliberal exige replantear algunos conceptos nodales que nos vienen fundamentalmente de la modernidad, tales como: ser, sujeto, verdad. En segundo lugar, porque pienso que la gran teoría contemporánea del sujeto es aquella que se desprende de la filosofía del maestro francés; pues allí no son escatimados recursos para su constitución compleja: desde las matemáticas modernas, pasando por el marxismo y el psicoanálisis, hasta un recorrido sino exhaustivo al menos bastante amplio por varios de los trayectos más significativos de la historia del pensamiento occidental (política revolucionaria, arte de vanguardia, historia de la filosofía, etc.).

 

  1. Sin embargo, nos encontramos ante un límite infranqueable, un impasse: la teoría del sujeto de Badiou depende esencialmente del azar acontecimental, por eso no hay ni puede haber preparación del sujeto, sólo ocurrencia azarosa de un encuentro y de allí en más la fidelidad militante. En ese punto pienso que resulta crucial volver sobre el último Foucault -ser honestos intelectualmente con su último giro subjetivo luego de la tristemente célebre “muerte del sujeto”- e indagar en torno de esas “prácticas de sí” que preparan a los individuos para acceder a una verdad, pero los preparan no de cualquier manera sino afectando su ser mismo; se trata de una verdadera mutación ontológica la que se debe afrontar para sostener un ethos crítico que implique la interrogación recíproca de las prácticas políticas, epistémicas y éticas que nos constituyen al presente. Es decir, tenemos que pasar de esa ontología consumada de las multiplicidades puras, descualificadas, que sostiene sin problemas el neoliberalismo -verdadero “proceso sin sujeto”- a una “ontología crítica de nosotros mismos” que resulte esencialmente problemática y problematizadora.

 

  1. Los últimos cursos de Foucault son impresionantes a este respecto, repletos de huellas a seguir para nuevas investigaciones en torno al sujeto, la subjetividad y su relación con la verdad; sin embargo, los comentarios que se pueden leer hasta el momento de algunos especialistas y/o críticos son un tanto mezquinos, limitados o insuficientes. No le hacen justicia a semejante pensamiento ni despuntan el deseo de investigación. Hay quienes sostienen que con el “giro ético” Foucault renuncia a sus análisis críticos sobre el poder y se vuelve casi un neoliberal (una tesis que, sin siquiera meterse a desmenuzar sus últimos cursos en el Collège de France, lanza irresponsablemente Lagasnerie). El último Foucault nos va a la zaga, por lejos. Por ejemplo, en Hermenéutica del sujeto el maestro francés se refiere a ese tipo de expresiones de las que se alimenta el discurso New Age y que circulan aún hoy, tales como “ser uno mismo”, “liberarse”, “ser auténtico”, etc., y encuentra allí, ante esa imposibilidad de pensar, una tarea fundamental, urgente, que es en esencia política: “Y tal vez en esta serie de empresas para reconstituir una ética del yo, en esta serie de esfuerzos, más o menos interrumpidos, inmovilizados en sí mismos, y en ese movimiento que hoy nos hace a la vez referirnos sin cesar a esta ética del yo, sin darle jamás ningún contenido, me parece que es preciso sospechar algo así como una imposibilidad de constituir en la actualidad una ética del yo, cuando en realidad su constitución sea acaso una tarea urgente, fundamental, políticamente indispensable, si es cierto, después de todo, que no hay otro punto, primero y último, de resistencia al poder político que en la relación de sí consigo.” (p. 246)

 

  1. Tenemos así indicada y circunscripta la pulsión contemporánea de “volver sobre sí mismo” y a la vez la imposibilidad de darle a ese gesto un contenido, una dimensión real que conecte con el sentido político de tal gesto. Luego Foucault continúa exponiendo cómo la noción de gubernamentalidad le permite enlazar la dimensión política y ética aludidas: “Si prefieren que lo exprese en otros términos, lo que quiero decir es esto: si se toma la cuestión del poder, del poder político, y se la vuelve a situar en la cuestión más general de la gubernamentalidad -gubernamentalidad entendida como un campo estratégico de relaciones de poder, en el sentido más amplio del término y no simplemente político-, por lo tanto, si se entiende por gubernamentalidad un campo estratégico de relaciones de poder, en lo que tienen de móviles, transformables, reversibles, creo que la reflexión sobre esta noción de gubernamentalidad no puede dejar de pasar, teórica y prácticamente, por el elemento de un sujeto que se definiría por la relación de sí consigo. Mientras que la teoría del poder político como institución se refiere por lo común a una concepción jurídica del sujeto de derecho, me parece que el análisis de la gubernamentalidad –es decir: el análisis del poder como conjunto de relaciones reversibles- debe referirse a una ética del sujeto definido por la relación de sí consigo.” (p. 246-7) Entonces, más acá de la cuestión de los derechos y del sujeto definido a partir de ese dispositivo exclusivo, resulta indispensable generar otros dispositivos y prácticas que permitan al sujeto entrar en una relación activa y productiva consigo mismo (el famoso “empoderamiento” del que habla CFK), para resistir el poder político establecido y revertir esas relaciones de poder junto a otros.

 

  1. Entre estas prácticas de sí, la parresia resulta clave. Con la parresia, a la cual dedica sus dos últimos cursos, Foucault puede rearticular las dimensiones éticas, epistémicas y políticas indagadas anteriormente al tiempo que sostiene su mutua implicación filosófica. El decir veraz, la práctica de la parresia, no es decir cualquier cosa; no sólo porque está en juego la propia vida allí, en semejante enunciación, sino porque implica un anudamiento riguroso del enunciado que responde a tres dimensiones irreductibles: veridicción, gubernamentalidad, subjetivación. Decir la verdad, pues, no implica la forma de adecuación a un objeto (objetivismo, positivismo) ni la mera expresividad de un sujeto (subjetivismo, esteticismo), remite al triple nudo de saber-poder-cuidado por el cual nos constituimos junto a los otros, el mundo y sus objetos (ontología crítica del presente).

 

  1. Hay que pensar muy seriamente entonces, que el neoliberalismo es el anarcocapitalismo consumado y no hay allí una verdadera gubernamentalidad que vincule saber, poder y cuidado; lo que hay en cambio son expertos, idiotas caprichosos y managers del alma. El neoliberalismo no gobierna, improvisa. Por eso considero que la orientación del último Foucault junto a la teoría badiouana del sujeto resultan clave para anudar esas dimensiones irreductibles que nos constituyen: una verdadera gubernamentalidad pensada en términos de nodalidad que evite tanto la tentación de una totalidad imposible como el individualismo autonomista que promete el liberalismo. Esta nodalidad es siempre singular-universal, es decir, no entra en un régimen de equivalencias indistintas sino que se compone junto a otros en lo que tienen de irreductible, real, material.

 

  1. Una nueva crítica de la economía política que lo sea a su vez de la economía libidinal debe comenzar por una crítica del valor que es su fundamento, lo cual conduce a la cuestión del Uno, la calculabilidad y la abstracción real; la posibilidad de un sujeto que resista la reducción a cualquier contabilidad, se encuentra en el nudo, en el trenzado, en el anudamiento solidario y material que se hace de hábito, afecto y pensamiento. Lo real del nudo es la irreductibilidad de sus componentes, sean cuales sean. Lo real no es incognoscible ni es sólo abordable científica o angustiosamente; lo real es el nudo, e implica un conjunto de dispositivos heterogéneos: ontología, política, filosofía. La independencia sólo puede resultar de una crítica radical, esto es, conducida hasta la raíz de los registros que nos constituyen, atravesando todos los niveles de la existencia, individuales o colectivos.

 

  1. En fin, para decir rápido cuestiones a seguir pensando y elaborando: la producción real, material de sí, se hace a partir de la localización y elaboración de un resto que resulta irreductible al ámbito significante y se traduce en una práctica concreta; para eso tiene que haberse producido cierto “agotamiento del cogito”, como decía Lacan, cierto entrecruzamiento de dimensiones que resulta irreductible y al mismo tiempo material, plástico, maleable o trabajable en cierto sentido (orientado). El trabajo de sí, la producción de sí no está guiada pues por un mero voluntarismo de la razón o un esteticismo apasionado, al menos si parte de lo irremediable: asunción de una verdad cualquiera, producto de una pérdida, de un duelo, hallazgo de un modo de hacer con eso que anuda singularmente afecto y pensamiento. Lo cual no conduce a ningún solipsismo, pues todo ese proceso se encuentra trenzado, de cabo a rabo, por otros, siempre otros.

 

Imagen de portada: Gustavo Cosacov – Nudo Borromeo (Sinthome) – Obra digital

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